No entiendo a la gente que regala flores



Y menos aun a la gente que disfruta recibir flores.



“¿Qué representan las flores? Acaso son más que una porción de vegetal condenado a muerte por haber sido arrancado de su fuente de vida?”
Esto decía una reflexión que una vez puse en papel (nunca entendí a la gente que se autocita… es bastante patético… no lo voy a hacer más). No se porque la gente no puede ver las cosas lindas en el contexto en el que son lindas, y necesita arrancar, enjaular y mutilar para intentar que esa belleza les pertenezca, cuando no es posible… la flor no es igual de bella lejos de la planta, el pájaro no canta lindo si está en una jaula, los delfines no son felices saltando para el público. Cada cosa en su lugar. Las flores son parte de una planta, conectada a la tierra y solo ahí son bellas. Arrancadas, solo pueden ser tristes. Es una cuestión lo suficientemente paradójica como para evaluar al momento de pensar en un ramo de novia. Siempre tuve el mismo pensamiento acerca de las flores cortadas, pero cuando me estaba por casar, lo escribí. Transcribo;



¿Qué representan las flores? Acaso son más que una porción de vegetal condenado a muerte por haber sido arrancado de su fuente de vida?
Yo no quiero que eso signifique mi boda.
Yo quiero un ramo de mariposas
La mariposa representa la metamorfosis, la transformación. El paso de un ser a otra forma de vida del mismo ser.
El gusano deja de arrastrarse y adquiere la facultad de volar. Cambia su forma de vida, su casa, cambia su entorno y deja el suelo para buscar el cielo. Bate sus alas y emprende el vuelo. Enfrenta el aire y ve a su lugar de origen con otra perspectiva. Vuelve al suelo cada tanto, sabiendo que tiene el cielo a su alcance.
Eso es lo que quiero que represente el día de mi boda. Ese es el símbolo que resume ese momento.
Yo quiero un ramo de mariposas.

Y lo tuve.



No entiendo a la gente que tiene auto (pero tengo uno)




De todas formas no los entiendo y puse muchas condiciones para acceder. Fue una decisión difícil.


  
Mi universo de pseudo hippie-hiper ecologista que no sabe andar en bicicleta, podría haberse resumido atornillando a la parte de atrás de mi cadera el simpático cartelito de “un auto menos” y eso me hubiera hecho feliz. Soy consciente y ferviente defensora de que no hace falta que haya un auto por habitante, no creo que eso resuelva en las grandes ciudades los problemas de desplazamiento. Organicé casi toda mi vida en distancias abarcables a pie, y para cuando los trechos se alargan, me autoproclamo abanderada del transporte público. Disfruto del paisaje humano al interior del colectivo y de los incomparables tres privilegios de encarar un taxi; 1) tener chofer diligente e incondicional. 2) no perder tiempo en buscar lugar para estacionar. 3) bajarme justo en la puerta de donde quiero ir. Todo eso es mi mundo de traslados, el auto particular renuncia a estos tres privilegios y suma el trayecto desde y hasta la cochera, el tiempo de espera para cargar nafta y la responsabilidad del mantenimiento y aseo del vehículo. 
No, no es más cómodo.
Sin embargo, hay un día en la vida de una esposa, en que sucede la epifanía y una descubre una verdad que siempre estuvo ahí: ciertamente el auto está en indivisible e irrefutable relación con la virilidad (inviten a Freud o a McLuhan a esta charla y me darán la razón)
Pasando el celestial momento de la tan cuantiosa revelación, la esposa entra en uso de sus facultades de habilitación del consenso y decide cometer un acto de amor, en detrimento del hippismo (que si se escribe con una sola "p" es casi su antitesis) que puede ser entendido por muchos como una derrota, pero es una renuncia; Ok, querido, compralo.
Toda esta dulcificación de la escena no estaría completa sin citar las clausulas del convenio marital (siempre presentes al final de las decisiones en que alguien tiene que ceder)

La primer máxima que regirá la presencia del miembro motorizado de la familia (¡ay!) es: él estará a nuestro servicio y  no al revés. Parece una verdad a voces, pero hace falta aclarar esto, mientras que yo jamás voy a renunciar a nada por lavarlo, ni para protegerlo, él aceptará (me preocupa estar confiriéndole el poder de tomar decisiones, pero creo que es obvio que me refiero a su promotor) ir a lugares en los que corra riesgo de ensuciarse o resignar parte de su seguridad. En pocas palabras, cuando hagamos trabajos sociales no vamos a evaluar que el bichito pueda pasarla mal, es su trabajo estar a nuestro servicio. 
Otra clausula inviolable es; cualquier tipo de material se carga en el auto (está para eso). Viene ligada a la anterior. Si nos va a prestar servicio, trasladará lo que haga falta, desde metales y maderas, hasta cargamentos de donaciones y mascotas, sin importar lo peludas o malolientes que sean (aplica para personas). 
La tercera regla que debe respetar es no ser un auto menos, pero ayudar a quienes si sostienen la consigna, y en esto quiero ser muy clara; apoyo más la postura de ellos que la mía. Todo aquel que necesite ser trasladado, lo será. Esta regla, además de una justificación ideológica está emparentada con la gratitud que de manera muy indirecta manifestamos a todo aquel que en nuestra etapa peatonal de la vida nos ofreció traslado, por todas las veces que distintas personas se solidarizaron con nuestros desplazamientos en días de lluvia, o de frio, de difícil transporte público o de largas distancias, ¡gracias a ellos! (en formato replicar su gesto). Es por esto que jamás abandonaremos un sitio sin preguntar si alguien necesita ser trasladado y jamás nos negaremos a desviar o retrasar nuestro camino por llevar a alguien. Es nuestro deber.

Dicho lo que antecede (y atravesando la intención de comprar un usado para terminar extrañamente dando a luz un cero), se le dio la bienvenida al cuadrúpedo rodado, esperando que haya entendido que si no iba a ser un auto menos, tenía que compensarlo con una función social, y creo que lo entendió porque antes de cumplir una semana, ya tenía las ruedas en el barro para hacer servicio a la comunidad, aprendió a apilar mas pasajeros de los que entran en sus proporciones y a asilar objetos insólitos.
Todavía no entiendo a la gente que tiene un auto, pero pongo mis razones al servicio de la sustentabilidad mientras en casa hay uno… es como todas las herramientas, no son esencialmente malas, solo son mal utilizadas, igual no entiendo… y no rendir el carnet de conducir es el último bastión de mi resistencia… próximo a caer.

No entiendo a los soderos (o De la megafauna al sifón)

Una vez escuche a una arqueóloga hablar sobre la extinción de las ballenas, elefantes, koalas y gorilas. Ella decía que estos animales son sobrevivientes de la megafauna que dejó de existir hace miles de años, estaban en el pleistoceno y desaparecieron (diez mil años antes del presente, o sea de 1950), con la última glaciación. Ya en el holoceno no había más megafauna.

El punto de vista me pareció interesantísimo; desde esa mirada era fácil pensar que lejos de tener que defenderlos y cuidarlos, lo que había que hacer era entender que sobrevivieron muchísimos miles de años más de los que le correspondía a su especie. Es como un mensaje de dejar partir a alguien que esta desubicado, o pasado de moda para este momento del mundo.

Las cosas en el mundo, en todos los órdenes de la vida tienen fecha de caducidad, los seres vivos, las eras geológicas, los procesos revolucionarios e incluso las profesiones.

Esto último es divertido descubrirlo en los actos escolares, cuando los chicos de la era de internet  interpretan (rozando la ciencia ficción) a personajes como el vendedor de velas, la mazamorrera, el aguatero y arengan a las masas con sus memorizados pregones desconociendo casi en su totalidad las palabras que repiten. La época colonial, es para ellos inasible.

Algunos padres recordaran con nostalgia la figura del lechero, o del vendedor de enciclopedias que junto a otros tantos, forma parte de una transición del vendedor ambulante al vendedor domiciliario.

Ahora resulta que el mercado laboral postmoderno ha vaciado las casas y es muy difícil concretar una venta puerta a puerta, casi está extinta la figura del ama de casa (que tal vez dentro de unos años forme parte de las representaciones escolares) y esto genera nuevos movimientos en ámbitos como la venta domiciliaria que ha encontrado su nicho en el e-commerce y otros kiosquitos de internet que la cultura delivery ha sabido alimentar.

Sin embargo, como todo proceso, de extinción, siempre queda un agonizante sobreviviente. Entre los vendedores estamos en condiciones de considerar que el sodero es esa ballena en peligro de extinción, desubicado exponente de algo que debió haber dejado de existir, pero prevalece  y conserva sus fieles defensores.

Después de todo... no hay tantas diferencias entre un elefante y un sifón.


¿No entienden los carteles?

No entiendo porque me gustan tanto los carteles. Si trato de explicarlo, supongo que es por que muestran  cuestiones que cada sociedad considera necesario hacer explicitas. Lo cierto es que desde siempre, me gustan los carteles, el efecto que producen y las contradicciones que presentan. La forma en que nos acostumbramos a ellos, hace que no sea simple admirarlos en suelo propio, pero al viajar (y también pasa recorriendo la propia ciudad con extranjeros), los carteles nos sorprenden si les prestamos atención.
Hoy compartimos algunos carteles que parece que la gente no los entiende.
y eso que son bien claritos!














No entiendo a los zurdos...

...si, suena a declaración política, pero está muy lejos de eso, porque a los que no entiendo es a los seres humanos a los que el hemisferio derecho del cerebro les prevalece sobre la otra mitad; el zurdo, así como lo conocemos en las primeras etapas de la vida (antes de entender de política).
No entiendo la cantidad de años que batallaron para caer hoy en la no admitida derrota. Desarrollo;
Todos hemos escuchado acerca de los beneficios y problemas de este fenotipo. Durante años se castigó, torturó y humilló a todo aquel que se resistiera a standarizarse en el uso prioritario de la mitad derecha del cuerpo (escribir, tejer, manipular herramientas, ejercitar, coordinar coreografías...) y hoy, con los avances al alcance de la mano (la izquierda, por supuesto), la guerra fue ganada por la mayoría diestra.
Soy zurda y me enorgullece que me feliciten por ello cada 13 de agosto en el que se recuerda nuestra efeméride, soy zurda y perdí yo también esa batalla. No lo entiendo.
Después de escuchar horrorizados los relatos de nuestros abuelos que fueron o vieron ser atados y golpeados a los niños zurdos de su época, mientras creíamos que eso era una atrocidad de antaño, no entiendo como el mouse dio oficial y silenciosamente por perdida esa batalla. No entiendo a los zurdos.

No entiendo a la gente quejosa...



... y realmente es una gran responsabilidad escribir esto, porque cualquiera podría pensar que me estoy quejando de ellos y todo se convertiría en un oximoron, pero no. No los entiendo.
Estamos hablando de personas del estilo de las que si les preguntas como están, nunca van a decir "Bien", y si algo en su vida parece estar "bien" ya vendrán ellos a sacarte de tu error y tratar de ayudarte a que mires mejor.


¿Cuál será la satisfacción? Porque no hablo de quejas puntuales o quejas a las personas que deberían (a criterio de alguien) cambiar algo; hablo de gente que como forma de vida y medio de comunicación elije la queja. Esa queja liviana, la que no tiene objetivos macroestructurales ni busca cambios de ninguna profundidad; la queja porque sí. Esa queja que no llega ni a carta de lectores, ni mucho menos a imaginar tomar cartas en el asunto.

El otro punto que me resulta incomprensible es el egocentrismo del quejoso y hasta el nivel de competencia. El padecimiento más grande o la situación más terrible, es la de ellos. No hay forma de que escuchen problemas ajenos sin interrumpir para quejarse ellos. Tienen la gran necesidad de victimizarse y no al mismo nivel que el resto de los mortales. Un ejemplo; si alguien les cuenta que la pasa mal, el quejoso argumenta (corriendo el foco de la charla al propio ombligo) que él está peor… y desarrolla amplia y monopólicamente su caso;
 
Persona: Me diagnosticaron una enfermedad terminal
 
Quejoso: Te re entiendo, sin ir más lejos, anoche se me partió una uña, no sabes lo que fue, no te puedo explicar el dolor. Estaba en el dormitorio, no en el mío, en el de mi hermano, buscando un par de medias en el cajón. Y el tercer cajón de la mesita de luz tiene como un bordecito levantado, porque la compramos en la carpintería de ese inútil que trabaja muy desprolijo y los cajones no cierran bien… (inserte aquí una exhaustiva descripción del fatídico acontecimiento e involucre muchas personas que habrían contribuido a que el hecho tenga culpables)
 
El quejoso es ese ser que pone la pelota siempre en cancha de otro. Nada de lo horrible del mundo lo tiene por responsable, es simplemente victima de su entorno, del gobierno, del clima o el universo. Los temas (todos!) que lo motivan a quejarse no tienen la solución a su alcance (y hasta está autorizado por las circunstancias a proceder mal; después de todo, sólo es una víctima). Sin embargo, las personas con este perfil, siempre encuentran una solución, pero una solución que otro tendría que haberles dado. Ellos, ¡ellos! no pueden activar ningún mecanismo que no sea la queja laxa, y no solo no lo entiendo, sino que en el fondo, me producen una profunda pena, porque tienen un horizonte súper chiquitito.
Creo que están molestos (entre otros muchos motivos) por la cantidad de puertas que se les cierran con cada argumento, o por la cantidad de cosas que se pierden por estar “imposibilitados” de accionar sus propias vidas y ganar (o pelear) esas batallas.
No entiendo cual es la gracia de autoproclamarse el más infeliz del mundo, pero el quejoso busca serlo y allá va; abanderado de sus pequeños terribles infiernos.
No entiendo a la gente quejosa.