No entiendo algunos carteles de Sudáfrica




Tal como lo explica una publicación anterior; me gustan mucho los carteles, me atraen, me dan risa, me cuentan cosas sobre la comunidad que los plantó ahí.
Ciertamente, los carteles dicen mucho más de lo que les quieren hacer decir.
Hoy compartimos algunos que me llevé por delante en Sudáfrica y me parecieron interesantes.

Hay carteles históricos que nos hablan de cómo eran las cosas

Carteles históricos que nos ponen en situaciones que hoy son impensadas
Hay carteles que nos cuentan sobre reglas de convivencia
Otros que sólo nos expresan sus mejores deseos


Algunos son graciosos por el cambio de idioma
¿De que color es tu hijo?
Los señorcitos de los carteles son encantadores

Cuando los carteles hablan todos juntos es muy difícil escucharlos

Hay carteles que dicen donde no se puede vender 

Hay carteles que dicen quienes están autorizados a vender
A veces los carteles dicen cosas que nos parecen obvias

O dicen cosas que deberíamos pensar sin su ayuda

O dicen cosas que no tendríamos que tener que decir
Hay carteles por todas partes y mirarlos es mirarnos. No entiendo algunos carteles de Sudáfrica, pero me resulta fascinante lo que reflejan.




No entienden mi heladera.




Hablo de mi marido, mi familia y mis amigos. Hablo de todos cuando digo que no entienden mi heladera… pero yo la amo.

Hay algunas cosas que la vida moderna no me va a poder sacar. Algunas comodidades que no me serian cómodas y algunas actividades retro que me hacen muy feliz.

Cuando yo era chica, no tuve grandes hazañas con la heladera familiar de mi casa. Poco es lo que recuerdo de la heladera de mi abuela; solo que era petisa y estaba siempre excesivamente llena, tanto que mirar a su interior equivalía a no ver nada… barroca por dentro, pero súper minimalista por fuera, con muy poquitos imanes que había elegido ella, siempre en el mismo orden que hasta hoy (en una heladera más grande y moderna) conservan, nunca accede a agregar ninguno más. Menos recuerdos tengo de la heladera de mi bisabuela; enorme, aparatosa y pesada, con una manija muy dura y agarrada como “refuerzo” con una cámara de bicicleta (quizás por temor a que se le escape la manteca ¿?), cuando me pedía que le alcance algo, nunca la podía abrir.

No, las heladeras de la familia no han sido pieza clave en mi vida. No soy una apasionada de la cocina y las mujeres de mi árbol genealógico tampoco. Cuando me casé, mis suegros nos ofrecieron una heladera; habían cerrado una sucursal comercial y tenían en algún deposito una heladera sencilla, de supervivencia, casi sin uso. Sin freezer, sin mucho espacio, sin el estante de vidrio de abajo y la mejor parte; sin costo. Por supuesto, como toda parejita que se casa joven y sin muchas pretensiones, aceptamos felices y la adoptamos.

Después pasaron los años, crecimos, nuestros empleos mejoraron,  nuestros ingresos también (bah… ponele), fuimos mejorando la casa, cambiando algunos muebles, agregando otros, y la heladera sigue ahí. Empecé el relato explicando que no guardo gran nostalgia por electrodomésticos de esta línea, y no fue un legado con una fuerte carga emotiva, nada de eso. Tampoco me conmueve demasiado el título de “mi primera heladera”, el amor que le tengo no viene por ahí; sencillamente la amo porque me invita a jugar.

Esta heladera, a diferencia de las que seguramente ustedes tienen en casa, no está ni cerca de ser no frost, casi diríamos que es recontra frost (porque los años la pusieron ñañosa y hace más escarcha que ninguna) y gracias a eso, me veo en la obligación de jugar con estalactitas y estalagmitas en la comodidad de mi hogar de vez en cuando.


Descongelar la heladera (algo completamente pasado de moda) es para mí un juego fabuloso, en invierno o en verano, con lluvia o con sol, de día o de noche, en el stress y en el relax, me encanta!!!
Desenchufarla, y empieza el juego. Dejarla bien abierta y bastante vacía. Trapos, toallas y repasadores en todos lados para cuando comience a gotear. Llenarla de baldes y tarritos para cuando gotee más fuerte.

Ahora; música! Plik, plak, plik, plak. Gotas sobre plástico y gotas sobre metal, varía el ritmo según el clima y va aumentando la frecuencia a medida que el proceso avanza.
Peeeeeeero, no solo es música, también recreamos la vista. Muñecas, muñequitos, objetos muchos, luz, cámara, acción! Book de fotos en la escarcha! Miles de personajes aparecen en escena; princesas de hielo, monstruos de las nieves y seres varios posan para mi cámara y los flashes rebotan en el brillo de las chorreaduras de mi vieja heladera re-frost















Y como si todo esto fuera poco, más adelante, aparecen los derrumbes. Los pedazones de hielo de techo y paredes del congelador comienzan a ceder y se pueden liberar trozos grandes que amo reventar contra el piso del patio y verlos estallar en montones de astillitas brillantes, como vidrios que no cortan y que en pocos minutos serán agua corriendo en dirección a la rejilla, o evaporándose si el sol quema las lajas.



Verdaderamente, no entiendo a la gente que me insiste para que cambie mi heladera.




No entiendo algunos carteles... y me imagino historias.

Hace ya unos muchos años que escribí este textito.
Ordenando archivos lo encontré hoy y me sigue impactando la foto.
Surgió en medio de una de las salidas a campo de un curso que creo que hice en 2009.
¿Entienden en que cabeza cabe un cartel de estas características?
Yo no lo entendí, y me imaginé la noticia que sigue.

Cargill prohibiría la libertad a sus empleados.



Se presume que habría carteles con mensajes ocultos promoviendo la no libertad a los empleados de la empresa.
Fuentes cercanas a la organización dejaron trascender la existencia de carteles en varios puntos de la planta en los que se puede ver la imagen de una paloma tachada. Hay quienes sostienen que se habría dado la orden de intimar al personal a abandonar su condición de seres libres durante su permanencia en el puesto de trabajo.
Sin embargo, las autoridades de la firma Cargill sostienen que se trata de un malentendido causado por los carteles ubicados en las instalaciones del complejo Villa Gobernador Gálvez, que indicarían precauciones a tomar por los operarios respecto del ingreso de palomas al sector en el que se hallan los granos en las distintas etapas del proceso.
El mensaje es muy claro, la imagen de la paloma es contundente. Si el objetivo hubiera sido lograr que los operarios mantengan la puerta cerrada, no habría necesidad de involucrar la imagen del ave; es sabido que un candado, o una puerta, o incuso la leyenda que acompaña el icono gráfico, son mucho más efectivos. Es lógico suponer lo que las autoridades están tratando de hacer; aquí hay mecanismos que operan en el inconsciente de los empleados y la empresa no lo va a querer admitir” afirmó un informante que solicito mantener su identidad en reserva.
Si bien ambas versiones parecen tener  una cuota de credibilidad, lo cierto es que la imagen capturada nos remite a la escena de un operario ingresando a las áreas rotuladas con ese cartel durante su jornada laboral, y es, cuanto menos, desmoralizadora.
Otras versiones sugieren que tal vez el icono este dirigido a las palomas vecinas, de manera que ellas puedan comprender que en ese lugar no es pertinente su presencia (como es de publico conocimiento, las palomas no saben leer). Sin embargo, esta ultima hipótesis, también genera controversia; ¿Acaso se trata de una discriminación directa a las aves? ¿Tenemos que leer entrelineas que estaría permitida la entrada al sector por parte de perros o gatos? ¿Nos encontramos frente a un caso de discriminación?
El mensaje escrito es muy claro, la imagen es confusa y polémica