No entiendo porque no usamos las medias al revés.


Lo descubrí una tarde, y no pude dejar de pensarlo.
¿Para quién vivís tu vida?

El otro día estaba por bañarme; me saqué las medias y quedaron en el suelo del lado del revés… las miré un rato…


Salí de bañarme y me puse un parcito de medias limpias. Cuando enfundaba mi pie derecho en una de ellas, un hilo se enganchó en la punta del más chico de mis dedos.
Entonces entendí mi incomodidad; la parte hilachuda, incomoda y antiestética, la ponemos junto a la piel y el lado prolijo, de cara al exterior, al afuera, a los otros, o quizás solamente al roce del zapato.

Claramente una metáfora de la vida que elegimos llevar, anverso y reverso en función de una cosa para descuidar la otra. Imagen ineludible de nuestra sociedad.
Mi dedo enganchado a la fase hilachenta, mis pies soportando el detrás de escena de la ropa que fue hecha para ellos, viendo lo no visible para dejar del lado de los otros su mejor perfil. El lado suave, parejo, homogéneo, de textura agradable, no estaba de mi lado, estaba proyectándose al afuera. Aunque el afuera nunca fuera a ver mis medias, hay que estar preparado.


Las medias aun en el suelo del baño mostraban su interior bigotudo, el tras bambalinas de un show que emerge a los demás, metáfora perfecta de una careta negada, mascarita innecesaria para ocultar una intrascendente verdad. 

No entiendo porque lo hacemos, ¿por qué no usamos las medias al revés?



No entiendo la escuela



Y pasar en ella los años que la ley pide, no ayudó a entenderla. Pasar más años como estudiante, residente y docente, tampoco.  No entiendo como la escuela les pide a los chicos que pasen tantas horas sentados, apenas interrumpidas por recreos en los que jugar algunos minutos para luego volver a la pasividad.


¿Cómo se supone que un grupo de chicos incorpora el mismo cúmulo de datos en igual tiempo? ¿y cómo un docente puede ser un entretenido orador monológico al que escuchar cinco días a la semana hablando desapasionadamente de un montón de temas abstractos, que algún día nos van a servir, o de eso nos quieren convencer?.

No entiendo como los pedacitos de ciencias se acomodan en cronogramas rígidos y no se mezclan con otros pedacitos muy combinables. Tampoco entiendo la separación de la cabeza del cuerpo y la forma en la que nos dicen que hay que estar quietos para aprender, sentados derechos en esas sillas imposibles, mirando para adelante y ya.

No entiendo los edificios enormes y grises que engullen niños cada mañana, que entran con cara de dormidos y salen con cara de cansados, tratando de juntar sus partes para afrontar la tarea de jugar, de recuperar la forma de niños pequeños que  quieren reír a los gritos, y con todo el cuerpo.

No entiendo como el mundo cambia, se transforma, se repiensa y la escuela está tan varada, invariante en el mismo lugar.


Y no entiendo como las escuelas no se dan cuenta de que los chicos tampoco las entienden.



No entiendo las bicicletas



Pero lo más curioso es que no entiendo como no las amo.

Por mis gustos, mis creencias, mi forma de ver el mundo, debería de ser la más bicifriendly, por una cuestión de libertad, de autonomía, de viento en la cara, de conciencia ambiental, en verdad estoy convencida de que esos son mis estandartes y no puedo creer que no me sume a esta marea de pedaleadores, o me pregunto si seré puramente mal llevada.

Resulta que uno de los seres emblemáticos de mi vida, es mi abuelo, si, él. Mi abuelo tiene muchas virtudes, y yo adoro pasar tiempo con él… sin embargo, su mundo y su pasión, son las bicicletas. Gran campeón ciclista en sus años dorados y reconocidísimo bicicletero el resto de su vida, ir a ver a mi abuelo suponía (desde muy chica) ir a jugar a su taller, entre fierros y rulemanes, bocinitas y ruedas… mi abuelo es por y para las bicicletas.



¿Cómo explicar que nunca aprendí a pilotear una de esas cosas?
¡No lo sé! (tampoco sé como acabo de hacer pública esa confesión)





Toda mi vida estuve rodeada de ellas, y creo que eso las convierte en algo más parecido a un objeto de culto que utilitario. Quizás sea para no opacar el brillo de esa parte de mi vida que simbolizan que no les di uso.
Nunca entendí como la gente se subía a algo que desafiaba las leyes de la física y la lógica de los miedos.
¿Alguien midió el ancho de las ruedas sobre las que millones de personas hacen inverosímil equilibrio para transportarse?
¿Acaso alguien podría imaginar que cientos de niños sangrarían a manos de sus padres hasta tener la destreza necesaria para dominar el vehículo a lo largo de montones de generaciones?
Coordinar las rodillas y los brazos mientras el equilibrio y la vista atenta hacen su parte, me parece algo excesivamente mágico.






Comparto muchas cosas con los que la eligen como elemento de movilidad, pero no los entiendo, y es una cuestión que me confunde, porque debería ser parte de ese grupo, y no estar acá escribiendo cuestionamientos.






No entiendo como no pasar horas buscando formas en las nubes


Me cuesta mucho dejar de hacerlo. Lo disfruto y me puedo pasar horas con dolor de cuello forzando siluetas en el cielo. Comparto esta foto de una búsqueda que registre:


¿Pueden verlos?
Encontrar formas en las nubes tiene la complicación de tener que explicar a otra persona que vimos por ahí. 
Este cielo de Villa Logüercio, junto a la laguna de Lobos, en Buenos Aires, tiene una parejita de chicos, un abrazo, un beso en la frente y un montón de ternura.
El pelo, la oreja, la nariz, la profundidad del ojo cerrado... está perfectamente definido.
¿Pueden verlos?

También comparto un cuentito, muy breve y sencillito que escribí hace algunos meses y retoma esta temática, tratando de explicar desde la literatura los efectos de las nubes en la rutina humana;

Instantes
Se tiró al césped junto a su perro, que tomaba sol panza arriba con envidiable serenidad. Imitó  la posición con todo el cuerpo (aunque el animal lo mirara intrigado con uno de sus entrecerrados ojos)
Quedaron tendidos a la par, entregados al cálido abrazo otoñal de Febo. Al principio le molestaron los yuyitos, después sintió patas de algunos bichitos, finalmente se mimetizó con el entorno y al cabo de un tiempo se animó a abrir los ojos.
Con el brillo del sol, se hicieron visibles para él sus propias pestañas, esas, que estando siempre ahí hacen que las dejemos de ver. De fondo danzaban presumidas las nubes. Esa tarde se movían rápido y, sea lo que sea que eso signifique, era divertido. Conejos, casitas, elefantes y seres cachetones, todos ellos desfilaban por el cielo con ese polisémico compás de cumulonimbus. Su perro suspiro. Él le rascó la pancita.
Y casi como si alguien quisiera cambiar el canal de esta preciosa película muda, por su cabeza se cruzó uno de sus problemas, y luego otro y en minutos ya eran tres.
Apretó fuerte los ojos, sintió como se dibujaban las arruguitas en sus parpados. Hizo un esfuerzo mental inexplicable y los abrió suave y lentamente, prestando atención al movimiento de su piel. Volvió a mirar sus pestañas, tomó una de las patas de su perro (como quien se aferra a un rosario con fe) y se repitió como un matra que era lo importante en ese momento; conejos, casitas, elefantes y seres cachetones. 


A modo de solución, por si no los encontraron en la foto anterior, y para compartir la belleza sutil del cielo, dejo la imagen que con el dedo tracé desde el césped, para ayudar a mirar a la parejita que las nubes pintaron este fin de semana.


No entiendo como puede haber tanta gente que se pierde estas obras de arte aéreas. 



No entiendo a la gente colgada


Y los padezco.

Me molesta un montón que se oculten detrás de este título que les denota una cierta inmunidad.

Decir “soy re colgado” es una especie de declaración de principios, un atenuante que significa que puede hacer un montón de cosas mal, de las cuales no es culpable, porque es innato en ese sujeto, porque “es así” y el mundo tiene que tolerarlo y vivir con eso.

Soy re colgado, no hice, dije, llamé, escribí, terminé… en todas estas afirmaciones, la culpa es tuya por no haber tenido en cuenta que con este individuo la cosa es así. 
No sé si queda claro el nivel de perversión oculto en esas palabras. El ser colgado infiere que no puede combatir esta realidad y que son los demás los que tienen que aprender a coexistir con su chistecito.


Generalmente esta declaración ontológica se acompaña con gestitos amistosos (sonrisas, movimiento de manos o revoleo de ojos), un claro indicio de complicidad que por alguna extrañísima razón tendría que significar que todo está bien, que ni da enojarse con un colgado por que se colgó, y era obvio… pobre, es así.


Me desespera. Aunque suene intolerante, no entiendo a la gente colgada, y me parece, que tampoco lo intento.