No entiendo un mejor lugar



Frío puede sonar si digo mármol
Aburrido puede sonar si digo histórico
Vacío puede sonar si digo icono

Por eso trato de no decir nada. Solamente yo sé lo que significa pasar por ahí, sentarme, mirar, comer, escribir, sacar fotos, charlar, conectar con el río. El Monumento Nacional a la Bandera es mucho más que un emblema de la ciudad de Rosario, mucho más que el dibujito del billete de diez pesos, mucho más que un lugar turístico. Es mi lugar en el mundo. Tan céntrico que siempre me queda cerca, tan parque que siempre invita a quedarse, tan en el río que siempre hace suspirar.


Sentarse en el mármol travertino proveniente de la cantera del Albardón, provincia de San Juan (como repetía en las visitas guiadas que solía hacer por trabajo o por couchsurfing), es un deleite para el tacto que se permite recorrer los pozitos y acariciar la rugosidad. Al oído, el monumento es políglota si se llena de turistas que le rinden homenaje, y a veces es musical, cuando los espectáculos lo habitan como escenario, aunque también suena triste los días de protesta, que equilibran con las veces que suena a fiesta porque también vamos al Monumento a festejar. A la vista le brinda una polisémica sinfonía de alegorías en cada una de sus secciones, como un resumen de la historia y el futuro nacional. Las esculturas verdes y blancas son de Fioravanti y Bigatti sumando en el fondo las de Lola Mora. También las nubes, el cielo y el río, a menudo arman banderas Argentinas para quien quiera metaforizar. Al olfato, olor a río, a humedad rosarina, a gas en la zona de la llama votiva. Para el gusto, suele ser pochoclo o en mi caso alfajor, o algunas veces sandwichitos, porque es un lugar picnickeable.

En todos los momentos de mi vida, hay un recuerdo en el Monumento a la Bandera, buscado y elegido como protagonista de lo que soy.


“Lo interesante de este Monumento, esta vinculado a las distintas formas de consumo simbólico que de él se hacen. Al ahondar en su historia y su actualidad, se intentara destacar la significación de este espacio. En este monumento, emblemático de la ciudad de Rosario, tienen lugar distintos eventos, tardes soleadas en familia, espectáculos artísticos, actos cívico militares, expresiones culturales de las más diversas, paseos con amigos, izamientos de distintas banderas en fechas trascendentes, cacerolazos y manifestaciones”.

Dice mi tesis de licenciatura, que lo tuvo como objeto de estudio.

Mi lugar en el mundo.

Esta publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!) 
Día 20: escribí acerca de un lugar que amás



No entiendo las mañanas




Alguien diría de mis mañanas: 
Otra vez abrió los ojos con calma y los posó en la rítmica enredadera de la pared que asomaba a su ventana, manoteó torpemente el teléfono y comprobó el horario horrorizada mientras saltaba de la cama y mantenía precario equilibrio al bajar la escalera. Cepilló enérgicamente sus dientes y simbólicamente su cabello. Mientras circulaba, incorporó las prendas de vestir que la noche anterior había dejado listas sobre la mesa de luz. Arrancó las llaves del colgador y renegó con las tres cerraduras que la separaban del mundo exterior. Ya estaba en órbita, una vez más.


Mi ventana

Y son tantas las cosas que no les entiendo a las mañanas que esta vez, será un compiladito de noentienditos. Algunas cosas que no entiendo de mis mañanas...

No entiendo como viví tanto tiempo sin ventana
Desde la cama, la ventana deja ver la enredadera que se extiende a lo largo de la pared del vecino. Es la última imagen que me guardo antes de dormir, y la primera que colecto al despertar. Hace poco que tengo esa ventana, y no dejo de mirar el cielo. No es que antes no tuviera, es que la de mi dormitorio anterior tenia persiana, y por alguna razón antes de dormir la bajábamos y no era posible ver a través al despertar.

No entiendo a los que se bañan de mañana
Primero no entiendo que no quieran bañarse de noche, con lo lindo que es irse a dormir limpito y renovado, pero después no entiendo que quieran empezar el día a los baldazos, y menos que menos lo entiendo en invierno.

No entiendo a la gente que desayuna
Se me hace imposible pensar en comer apenas me levanto. Dormida y torpe, circulo por la casa juntando los objetos que me acompañaran en la rutina y tras los rituales higiénicos básicos, salgo corriendo al lugar que sea, al que seguro estoy llegando tarde, y será a media mañana cuando un apetito voraz me invada ineludiblemente.

No entiendo a los que tienen complejas rutinas mañaneras
Con lo lindo que es dormir, no me cabe en la cabeza resignar un solo minuto de sueño por hacer nada. Imposible lograr que me levante de alguna forma que no sea "porque ya no queda otra opción", 

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Día 19: Describí tus rituales matutinos en tercera persona


No entiendo los corazones rotos




No entiendo los corazones rotos….

… pero tengo uno en la cuadra de mi casa, 
...y no entiendo como nadie lo ve.


 Cada vez que vengo caminando, levanto la mirada y me saca una sonrisa. No puedo dejar de imaginármelo esperando a alguien que si va a venir. Sonrío porque lo veo roto, pero con final feliz. No creo que esté esperando algo para toda la vida. Más bien creo que su amor no correspondido se compensa con la alegría que le genera cuando ve pasar a su otra mitad. Imagino que pasa cada tanto y eso le alegra, imagino que hay algún vínculo, pero quizás solo le alcance con el contacto visual. No creo que sea algo muy reciente, porque está roto, pero cicatrizado, tiene bien erosionadas las aristas de la herida, como algo que ya entendió y aunque duela, está asumido.
No sé si la otra parte sabe de su existencia, o de su desazón, si está en pareja o no… no sé nada de quien tiene así a este medio corazón. No sé si espera a alguien femenino o masculino, animal, vegetal o mineral. No sé nada y no le puedo preguntar.


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Día 18: escribí acerca de la vez que rompiste un corazón / un hueso / una ley / una promesa
En este caso, me tomé  una super licencia para hacer cualquier cosa con la consigna de hoy, porque no recuerdo haber roto nada de eso.


No entiendo los shoppings



Hace poco un hombre me agradeció por correrlo del prejuicio de que todas las mujeres aman ir de compras. A mí no  me gusta. Pero más que el sustantivo compras, , lo que me pone de malhumor es la exaltación del consumo en sí. El sustantivo hecho verbo, ir de compras, y para que ese verbo se desarrolle, aquí lo hemos vuelto sustantivo de nuevo, porque en Argentina llamamos shopping ("compras", en ingles) al edificio donde se pueden hacer compras (en otros países se conocen como centro comercial, tienda departamental, o mall), unificando el lugar y la acción.
En todo el mundo ya existen lugares pensados para hacer compras. técnicamente eso no es nuevo, porque los mercados existen desde el Mercado Trajano del Siglo II, la diferencia que la posmodernidad le adosa es el eje de la actividad; al mercado se va a buscar algo que necesito, al shopping se va a ver que se puede necesitar. No es el producto la motivación, es la acción de comprar.


El mundo hecho necesidad; debés comprar porque querés comprar y tenés que querer todo lo que está a la venta, porque es un fin en sí mismo, y no ya un medio para un fin. Es una actividad recreativa, divertida, las compras, como objeto en sí mismo son lo que te hace bien, no el producto, la actividad de mirar la vidriera, entrar elegir y pagar, eso es lo satisfactorio (¿?)

Pisar un shopping es algo que no me gusta hacer.
Entrar por la puerta y sentir que el clima difiere en mucho del que hay en el mundo exterior, saber que alguna mentecita calculó el volumen del sonido y el tipo de música que van a estimular mi consumo, ver los carteles y leer las frases con las que convocan las marcas a definir estilos de vida, como si de un objeto dependiera, ver las miradas de los vendedores y sentir el peso con el que cuentan los minutos para dejar el puesto que cubren.  Hace tanto que no voy a uno de esos lugares, que me cuesta evocar figuras concretas, pero recuerdo algunas ideas generales que fundamentan mi desagrado;

En los shoppings hay gente que hace grandes sacrificios por pagar cosas que no necesita o marcas que le darán el status que pretende (me hace perder la fe en la humanidad).

En los shoppings siempre hay niños llorando y padres remolcándolos, porque si el padre quiere una máquina que haga café como el del bar es una necesidad, pero si el niño quiere un helado es un capricho.

En los shoppings siempre hay familias con sonrisas de estereotipo de publicidad de producto ontológico, ancianas con miradas de estereotipo de publicidad de AFJP (se acuerdan?) chicas rubias con tonada de estereotipo de publicidad de universidad privada y guardias mirando acusatoriamente a los chicos con cara de estereotipo peligroso.

En los shoppings siempre hay tachos de basura repletos de cosas que se producen para los shoppings, cuya vida útil no logró traspasar las puertas del establecimiento, y a todo el mundo le parece normal. Comprarusartirarcomprarmás.

En los shoppings hay vidrieras que imitan la vida y vidas que imitan las vidrieras, todos exhibidos para ser consumidos con la misma fragilidad y frialdad que el vidrio implica.

En los shoppings hace frío en verano y hace calor en invierno, hay irrealidad, hay comida de plástico, chicos queriendo juguetes de plástico y chicas con mucha cirugía plástica, pero no hay plasticidad, todos siguen reglas rígidas que te hacen sentir en lo correcto y salirse de esas marcas es impensable y está mal, y te deja afuera de eso a lo que hay que entrar. 

Y yo no quiero entrar… quiero estar muy afuera.

Estar en esos lugares te hace sentir que te despersonalizas, te sentís un cliente, nunca una persona, un cliente quisquilloso que mira con superioridad a un empleado sonriente a la fuerza junto al que vanaglorian (cliente y empleado) un producto de calidad cuestionable pero incuestionada. ¿Se entiende? Lo único que están convencidos ambos que vale la pena, es el objeto que los enfrenta, objeto ropa, objeto comida, objeto entretenimiento, ofrecido por una empresa que exalta tus sentidos para que no sientas fuera de los márgenes trazados.

Pisar un shopping es algo que no me gusta hacer.

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Día 17: escribí acerca de algo que no te gusta hacer



No entiendo la dependencia al aire acondicionado.




Otro enero en el que hace calor. Si, en enero en el hemisferio sur, hace calor. Desde siempre… las conversaciones, las noticias de los medios, los problemas, los humores…. Todo lo que pasa, pasa por culpa o a pesar del calor. La gente tienen el chip instalado… en tiempos de calor… hay que hablar del calor. Hacerlo protagonista de todos nuestros encuentros y dejarlo en el medio de la escena, no sea cosa que nos olvidemos de que está presente.

Para eso, la siempre predispuesta industria del consumo ha generado innumerables elementos para hacer frente a las inclemencias de la naturaleza, y el calor, no podía escapar a la producción de objetos. El abanico, el ventilador, la piscina y hasta las vacaciones… inventos modernos para combatir el aumento de la temperatura. Sin embargo, ninguno más perverso y adictivo que el aire acondicionado.


Esos dichosos aparatitos que en su momento solicitaban la semi destrucción de una pared del domicilio para acomodar sus enormes estructuras y hoy se conforman con pedir instalaciones de mangueritas, para sus nuevas versiones de dos partes.
El aire acondicionado se destaca por crear una atmosfera de profunda irrealidad. A diferencia de los inventos anti calor antes mencionados, que se limitaban a refrescarnos, o mover el aire existente, el ya encumbrado gladiador de las temperaturas, acondiciona el aire, le dice a nuestro combustible vital (¡el aire!) como ser. Nos eleva a la artificialidad más irreal y nos condena a que salir de esa atmósfera mentirosa sea aún más duro que antes de entrar en ella. Y creo que eso es lo que no entiendo y hasta me enoja.

Soy una persona viviendo en un clima cálido, donde hace fuertes calores y no tengo aire acondicionado. No tengo. No soy indigente, elijo  no tenerlo. Me rehúso a acceder a la generación de climas falsos que mientras inventan un bienestar contribuyen con el calentamiento climático global que potencia en el corto plazo las temperaturas de las que nos quejaremos y para las que la industria volverá a traernos soluciones que hagan mayores daños al planeta.
En enero tengo calor, porque hace calor. Tomo agua, me apantallo, tengo ventilador, me mojo un poco, como fresco y paso el verano. Vida normal, con las rutinas de siempre (a excepción de la disminución en la cantidad de amigos que me visitan… y prefieren encuentros en casas con “aire”)

Si tuviera que diseñar el clima del mundo, o de algún mundo… posiblemente no se trataría de un entorno en el que impere el calor. Creo que preferiría oscilar entre la primavera y el otoño. Agregaría muchos días de lluvia, de lluvia de la buena, esa que deja charcos gordos y chapoteables, pero con poco viento, como para que se pueda pasear bajo una constante cortina de agua previsible y vertical. Podría hacer un poco de frío, sin nieve, sin bajar de los 0º, pero un poco de frío, como para dormir con muchas frazadas y caminar con guantes gorditos. Con sol tímido, que haga falta descubrirlo detrás de las nubes, que proyecte poca sombra, pero que rebote contra el río. 


Que increíble sensación es estar vivo. Sentirse vivo. Entrar en contacto con un sentir y un fluir. Enredarse en el devenir. Ser piel. Sentirse cubierto de piel y dejar escuchar a la piel. El frío, el calor, las texturas y hasta el dolor son la vida a través de la piel. Dejarse tocar por la vida. Ser un cuerpo. No me parece mal tener sensaciones tan reales como incomodas.


No entiendo la dependencia al aire acondicionado.  


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Día 16: describí el clima de tu mundo imaginario


No entiendo las casas sin mascotas




Estoy tratando de pensar si alguna vez sentí nacer esa sensación, y creo que no. Siempre estuvo allí. Estoy tratando de recordar cuando la sentí con más fuerza, y sin dudas, fue cuando me mudé a mi casa actual.

No entiendo las casas sin mascotas. Y es claro que esta afirmación se basa en el hecho de que comparto el criterio de la definición de la palabra mascota; “es un término que procede del francés mascotte y que se utiliza para nombrar al animal de compañía. Estos animales, por lo tanto, acompañan a los seres humanos en su vida cotidiana, por lo que no son destinados al trabajo ni tampoco son sacrificados para que se conviertan en alimento”.

Siempre en mi casa hubo animales, variaditos, pero constantes. No sabría vivir en una casa sin ellos, y me cuesta mucho visitar u hospedarme en casas que no cuentan con la energía mágica que una mascota irradia. Cientos de estudios demuestran la cuantiosa lista de virtudes que la convivencia con animales reporta a ambas especies, físicas, emocionales, energéticas… es una relación muy recomendada.

 Una de las casas que recuerdo sin mascotas, es la de mis primas. Cuando éramos más chicas, tenían algunos caracoles en el patio, a los que se acercaban con temor, y gatos que pasaban por la cornisa, pero no cumplían tareas afectivas. Cuando ellas venían a casa solían jugar con mis gatos y siempre estuvo latente el pedido de un perro. Incluso hubo varias negativas tajantes de mis tíos para la adopción de un perro en la casa. Sin embargo, en algún momento, algo pasó… nunca supe bien cuáles eran los argumentos por la negativa, ni mucho menos cuando se volvieron positivos ante la propuesta, pero de buenas a primeras, un verano de nuestra adolescencia, a la casa de mis primas, llegó Mandy, una bretona divina.
A partir de ahí, tengo solo maravillosos recuerdos de ella, incluso, Mandy carga con el honor de ser el único perro en el mundo que alguna vez me mordió (ella estaba asustada y yo insistí en interactuar, después de todo, la cachorra tenía razón). Ahora que lo pienso, el recuerdo más lindo que tengo, no es precisamente “de” o “con” Mandy… sino que se trata de un gestito de una de mis primas (y la involucra a sus espaldas).

Después de mi boda, hice algunas reunioncitas en casa para celebrar la mudanza y presentar mi vivienda en sociedad. Nos mudamos en julio y teníamos previsto un viaje en diciembre, por lo tanto, a la decisión de no mudar mi gata de mi casa de soltera, se sumó la decisión de no tener mascotas hasta la vuelta del viaje (que de paso, le ahorraría el stress de los últimos albañiles y los cambios de paisaje propios de nuestra adaptación de la casa a su modo “hogar”). Cuestión; mi casa no tenía ninguna animal… y eso era como si mi casa no tuviera alma, así nomas.

El recuerdo es claro; estoy en una de estas reunioncitas de recién mudados (2009). Los invitados son mis papás, mis abuelos, mis tíos  y mis primas. Vienen a conocer el nuevo domicilio y compartir las fotos y el vídeo de la boda. Todos están  llegando, entre abrazos y felicitaciones, con mucha alegría, ruidosa alegría. Entre los besos y las palabras amables en relación a la pequeña casa en proceso de habitabilidad, me saluda mi prima menor y me entrega una bolsita. Estamos en el patio, cerca de la puerta de la cocina. Claramente y sin que yo me lo imaginara, mi prima sabía que ese vacío (que nunca confesé) estaba en el aire y me trajo un regalo tan simple como maravilloso; una foto de su Mandy en un portarretratos decorado por ella misma  y me lo entregó con la idea de que sea mi mascota provisoria. Y eso fue… mi primer  mascota de casada… una Mandy bidimensional que aun hoy atesoro con toda la ternura con la que llegó.


Estoy segura de que mi vida mascotera está casi legislada por gatos, pero amo esa foto y lo que representa, porque... no entiendo las casas sin mascotas, ¡y yo viví nueve meses en una!

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Día 15: escribí acerca de un perro que haya formado parte de tu vida (y aprendé a recordar en imágenes)


No entiendo los museólogos




Estaba trabajando en la exposición de obras de un reconocido artista emergente. Un joven talentosísimo cuyas imágenes no dejaron de sorprenderme a lo largo de los dos meses que conviví con ellas. A dos cuadras de donde yo trabajaba, en el Museo de Bellas Artes de mi ciudad, se estaba desarrollando mi graduación como Técnica en Conservación de Museos. Me dieron la posibilidad de estar ahí, pero no me resultó atractivo. Estaba en pleno ejercicio de mi flamante profesión, en el momento más feliz (hasta hoy) de mi tarea museológica. Los títulos se dignifican en la práctica, no en las fotos con los diplomas.


Casi un año antes, había rendido mi última materia de la tecnicatura, sin mucha rimbombancia, solo fui, me presenté y di mi examen como había hecho con las otras treinta instancias evaluativas que conformaron los tres años del recorrido académico. Al salir alguien me preguntó si me faltaba rendir mucho más. Le conté que ya ninguna. Algunas felicitaciones, otros abrazos y palabras lindas de un par de docentes que andaban por ahí. Me fui a cenar con mi familia, celebrábamos el aniversario de bodas de mis padres, y metimos un brindis por el fin de mi carrera

El año anterior había tenido una crisis vocacional, no me gustaba casi ninguna materia, me aburría mucho, me parecía que nada de eso tenía sentido y evaluaba abandonar el trayecto formativo. Algunas charlitas de catarsis y seguí estudiando.

Cuando empecé la carrera, me quedé fascinada por la diversidad de edades y motivaciones que había en el grupo de ingresantes, me parecía increíble que esas cabezas tan distintas estén congregadas con un interés en común, fue lo que más me cautivó. Un lujo de experiencias múltiples que me incluía.

Había llegado ahí casi  por casualidad, un día, caminando, levanté la cabeza, y en lo alto de un poste semi borrado, se anunciaba en letras pequeñas “Escuela Superior de Museología”. Yo acababa de terminar mi licenciatura, y necesitaba volver a las aulas. Me sonó como una invitación y al día siguiente me inscribí con el propósito de cursar  solo algunas materias, a modo de hobby. No funcionó.

De chiquita había tenido varias colecciones, una de las que recuerdo horrorizada es la de “mosquitos muertos”. Trataba de cazarlos mientras me picaban y conservarlos en una cajita sin que se dañen. Además coleccionaba lápices y biromes de muchas formas, y mis vacaciones eran el momento predilecto para engrosar el acopio. Ver museos, me gustó siempre.

Quizás fue en la casa de fin de semana donde se expresó la vocación, no encontré a nadie con la misma actividad… pero para mí era muy común jugar a armar museos. Recorría la casa y sus alrededores juntando cositas de la naturaleza; nidos de pájaros, huevos de mosquito, caracoles de zanja, plumas, bichitos muertos, plantitas raras… todo lo que me llamara la atención. Entre dos arbustos del jardín de aquella casa, se formaba una especie de cueva, y me parecía evidente que ese era el mejor lugar para armar un Museo de Ciencias Naturales. Inventaba historias para mis hallazgos y toda mi familia debía visitar mi muestra.

No entiendo como nacen los museólogos. En mi caso fue así.

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Día 14: escribí un evento de tu vida de atrás para adelante



No entiendo las hamacas de goma



Querida Ceci;
Te escribo para pedirte que te hamaques….
Eso.
Que te vayas corriendo a la plaza y te subas a esa hamaca de madera, que parece el invento más maravilloso del mundo, incapaz de ser perfectible, porque ya es perfecto.
Disfrutala, con fuerza, con energía, con envión, como si estuviera por desaparecer. Porque va a desaparecer.


Una de las cosas más bellas de la visita a la plaza, pasó por los controles de vaya uno a saber quién y decidieron que la madera era peligrosa, o cara, o incorrecta, y de buenas a primeras, sin mucho preámbulo, ya no existen. Al principio probaremos con las nuevas, después buscaremos las de siempre en plazas postergadas, a las que la innovación demoró en llegar, pero en algún momento, llegará y ya no tendremos en Rosario una hamaca como las que nos gustan tanto.

Te escribo para pedirte que te subas y remontes vuelo, que te eleves hasta ver debajo de tus pies el cielo lleno de nubes; eso que aunque sea solo cuestión de perspectiva, nos pone el corazón al galope. No es para siempre.

Acá, en el futuro, cuando nos sentamos en una hamaca, de esas que están en el mismo lugar en que vos las usas, pero están hechas de goma; las caderas se te apachurran y sentís que algo quiere que te bajes. Es una lástima. Ya nadie podrá hamacarse parado o de a varios (uno parado y otro sentado; ¡nos encantaba hacer eso!), o simplemente cómodo.


Quizás sea por eso que ahora los chicos tienen hamacas en sus casas (dobles, de plástico, de soga, nunca es lo mismo), como una de esas muchas formas de privatizar la vida en el espacio público, ese lugar tan mágico que es la plaza, y se está mudando a las casas, donde los toboganes no se comparten y hamacarse no conoce de esperar el turno o interactuar con chicos de los que no sabemos su nombre. Eso está pasando mucho, porque los papás creen que eso es bueno… que se yo…

Yo las extraño.
Y mirá que hay un montón de cosas para modificar, pero se metieron con las hamacas, y ahora ya no son lo que eran. Sin ánimos de volverme una de esas personas rígidas que se resisten al paso del tiempo y repiten patéticamente que en el pasado era mejor, me veo en la obligación de escribirte para que te hamaques, porque más allá de la valoración que se pueda hacer del cambio… no será lo mismo. 
Eso es un hecho.


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Día 13: escribile una carta a tu yo del pasado


No entiendo al ornitorrinco



Y hay un montón de animales australianos que no entiendo, pero desde que yo era muy chica (esta semana estoy evocativa), siempre el ornitorrinco me pareció un bichito sorprendente.


Es muy probable que nombrar a este complejo animal (y su complejo nombre), para muchos implique remitirse a Perry El Ornitorrinco, un genial personaje de la serie animada (igual de genial) Phineas y Ferb, pero no… voy mucho más atrás… la película que me presentó al Ornitorrinco es de 1977 (según googleo, basada en un libro homónimo, que saldré desesperadamente a buscar, de 1899)

Cuando tenía la rededor de cuatro años, solía ir con mi mamá al videoclub a elegir películas para ver en casa (eran tiempos de  pocos canales, sin netflix y esas cosas que muchos recordaran y para otros, será impensado), tenía dos favoritas; “Frutillitas” y “Dot y el Canguro Mamá”.  Sacaba una y devolvía otra. Incluso un día el señor del video me explicó que podía elegir alguna otra, para darles la oportunidad a otros chicos de ver esas. Creo que no me convenció.

Dot y el canguro mamá (enlace a la peli completa) es la película  con la que conocí Australia, una película ambientalista, con la que aprendí su fauna y con la que me enamoré de sus particularidades. Gracias a esa película me compré mi primer mapa, lo pegué en mi dormitorio y tracé una raya de Argentina a Australia, tuve que entender que la tierra era redonda y aprendí el nombre de los océanos que nos separaban. Gracias a esa película entré a chats en ingles en mi adolescencia, solo para tener amigos por correspondencia en Australia, y gracias a esa película, en 2009 pasé una increíble luna de miel en el país con el que había soñado toda mi vida. Dot me cantaba que no había nada mejor que saltar en la bolsa del Canguro Mamá y yo solo quería estar allá.

Pero además de canguros, en la peli de Dot había Ornitorrincos, y ahí (además de una pegadiza canción que solo encontré en inglés) aprendí mucho sobre ellos, aquí se los presento, como yo los conocí;

Y aquí las canciones;

Es un animalito pequeño, que solo habita en Australia, es nocturno y está en extinción, aunque no está declarado como tal, por falta de datos concretos. Tiene pico de pato, cuerpo de castor y nadie puede entender que sea un mamífero que pone huevos (sólo él y el Equidna tienen esta característica). Son carnívoros y venenosos. Son nadadores, pero terrestres (aunque sus patas están mejor preparadas para nadar que para caminar; Mini Documental aquí)

Cuentan que cuando a Europa llegó el primer ornitorrinco (proveniente de los viajes de los descubridores) no estaba vivo, y al principio, se creyó que era una  broma de los taxidermistas, que habían ensamblado un pato y un castor… lo cierto es que la broma la hizo la madre naturaleza cuando creó el animalejo más extraño y sorprendente que puedo enunciar.

De aquel viaje de 2009, lo mínimo que podía hacer era traer como recuerdo una pequeña versión plástica de mi animalito consentido (también traje uno de tela, pero no es tan genial). Este muñequito está desde hace ya seis años en mi escritorio y me recuerda el encuentro con mi infancia, y uno de los viajes que más esperé (¡como veinte años de expectativa!)

Mi ornitorrinco, comprado en Australia, pero con una inscripción en su panza que afirma que es made in China, representa todo eso que aprendí de chica y todas las ganas de viajar que me generó de grande. Sintetiza muchas de mis inquietudes y evoca uno de los viajes más bellos y soñados de mi vida.


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Día 12: elegí un objeto de tu casa. Escribí su historia.


No entiendo el verano



Mis quince primeros veranos…


Me acuerdo de un verano que para su cumpleaños mi hermana le pidió a papá que como regalo devuelva el auto que había alquilado para recorrer la isla donde estábamos de vacaciones (se la pasaba perdido, dando vueltas)

Me acuerdo de un verano que como había nacido mi hermanito y no íbamos a viajar, mamá nos anotó en una colonia de vacaciones, con uniforme y todo (para navidad le pedimos que no nos mande más, fue solo un mes en nuestra vida)

Me acuerdo de un verano que decidimos hacer desafíos (mi hermana y yo) y nos fuimos de casa a la peatonal, caminando descalzas, solo porque sonaba divertido

Me acuerdo de un verano que nos fuimos a la Patagonia, siempre fui a la Patagonia en verano, las tres veces.

Me acuerdo de un verano que me desperté y estaba en el piso del patio de mi casa con mi mamá manguereándome, al parecer, el calor me hizo mal mientras dormía, y me llevaron de mi cama al jardín para reanimarme a fuerza de manguera.

Me acuerdo de un verano de mi adolescencia, que me sentaba a bajo de un árbol del club a leerle La Odisea a un grupo espontaneo de cuatro chicos de siete años, con los que compartí toda la temporada de pileta.

Me acuerdo de un verano que arrancaron las clases de patín en enero, el calor del tinglado era increíble, y entendimos porque siempre las clases empezaban después

Me acuerdo de un verano que me invente tarea de vacaciones, porque me parecía importante practicar durante esos meses los contenidos del año anterior

Me acuerdo de un verano que nos mudamos un mes a la casa de fin de semana y ningún  día usamos calzado

Me acuerdo de un verano que con mi hermana inflamos globos de agua y los tiramos de la terraza de nuestra casa de aquel entonces, mojamos mucha gente que se enojó hasta ver lo chiquitas que éramos

Me acuerdo de un verano que íbamos a la pileta las dos solas caminando, eran bastantes cuadras, y sabíamos a qué hora ir a ducharnos y a qué hora salir del club para estar en casa justito para ver la novela de las 19hs; “Alas, poder y pasión”

Me acuerdo de un verano que limpiando la pileta de la casa de fin de semana encontramos una tortuga de agua y la llevamos a vivir a la pileta de lona de casa... sería 1990 más o menos.

Me acuerdo de un verano que me corte el dedo gordo del pie derecho en la pileta del hotel de Brasil, el primer día de las vacaciones

Me acuerdo de un verano que me quede todos los días jugando con la hija del dueño del hotelito donde paramos en la costa. Tendría cuatro años.

Me acuerdo de un verano que viaje en trencito con mis personajes más queridos y atesoro la foto en la que estoy upa de Frutillitas

Me acuerdo de un verano que fuimos a Chile en auto, siendo muy chiquitas, mi hermana y yo, jugando en el asiento trasero durante varios días, yo con mi osita Rosita, ella con su osito Amarillito... en casi toda la cordillera, ella pedía que frenáramos para vomitar.

Me acuerdo de un verano que me fui a Disney sin mi familia, fue mi décimo quinto verano, y los extrañé mucho más de lo que pensaba, me sentí muy rara en eso de estar sin ellos, tomar decisiones y manejarme por mi misma.

Me acuerdo de un verano que el Océano Pacifico me abdujo cuando me acerque a la orilla con el baldecito buscando agua para mi castillo, me sacó el guardavidas, estaba muy asustada

Me acuerdo de un verano que crucé una calle de Paraguay sin mirar y estuve muy cerca de ser aplastada por un colectivo…. Tendría seis años

Me acuerdo de un verano que papá llego a casa con pasajes al Caribe para esa misma semana, no teníamos definidas las vacaciones, habrá sido en 1995

Me acuerdo de un verano que anduve a caballo por primera vez, mi hermanito tendría dos años y también lo subieron sólo a un caballo adulto, fuimos en grupo por la orilla del mar

Me acuerdo de un verano que hice snorkel  a mar abierto, era muy chica y me complicaba un poco ver la cantidad de metros que me separaban del fondo, había tortugas marinas y muchos peces de colores

Me acuerdo de un verano que mi mamá compró una correa para que mi hermanito no se pierda en el aeropuerto si ellos estaban muy distraídos entre trámites, equipaje y nosotras.

Me acuerdo de un verano que me ofrecieron un cigarrillo en la puerta de un restaurante, yo tendría once años y me pareció surrealista. Era Venezuela.

Me acuerdo de un verano que mi abuela nos había comprado vestiditos iguales a mi hermana y a mí, le encantaba hacer eso y salir a presumirnos por su barrio.

Me acuerdo de un verano y me acuerdo de todos los demás, porque en verano estamos más tranquilos, porque los niños suelen no tener agenda, porque el ritmo lo desacelera el calor y las ciudades se desperezan al año que inicia.
Me acuerdo del verano, y no porque me guste el verano, quizás porque me marcan sus momentos, quizás porque se trata de momentos para los que no solemos darnos tiempo en otros fragmentos del almanaque. Los veranos nos avisan que al año vuelve a empezar y las vacaciones hacen que nos llenemos de vivencias nuevas que las vuelven memorables.
Me acuerdo de los veranos, de los viajes, de compartir con mi familia mucho más que durante todo el año, en vacaciones estábamos los cinco juntos todo el día, en casa o por ahí.


Esta publicación forma parte del proyecto “30 días deescribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!) 
Día 11: Empezá con “me acuerdo de”


No entiendo a los odontólogos



“Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo 
separa las mandíbulas y desnuda sus colmillos amarillos. Un curioso zumbido 
perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también”.


Sé que somos muchos los que no podemos controlar el pavor frente a la situación y tenemos razón, es sumamente medieval. Me aterra.


Sucede que la escena es completamente vertiginosa; Recostarse como si fuera en una reposera para que en pocos minutos te baje una luz sobre el rostro y una o dos personas se asomen a tu boca con elementos cortopunzantes y “electrodomésticos”.
Lo que sigue es variadito, pero seguro incluye escupir partes de dientes con sangre y baba, ver ojos que nos miran sin mirarnos, tratar de responder alguna pregunta con todo ese circo en la boca, tolerar forcejeos propios de un gabinete de tortura clandestino y babear desagradablemente con los ojos hinchados de lágrimas.


Ciertamente no entiendo como nadie invento un método más moderno, menos invasivo y más efectivo de desarrollar la odontología y todavía espero anuncios como este;

“La revolución odontológica está aquí;

-Jugo removedor de caries
En sus tres variedades, pera, sandia y mango. Acompañar las comidas con un vasito de este jugo elimina las caries existentes, debiendo recurrir luego de un mes de tratamiento a su odontólogo amigo para rellenar el espacio resultante, ya libre del agente infeccioso.

-Chicles extractores de muelas (8 unidades)
Su efecto analgésico, evita dolores, mientras sus componentes estimulan el desprendimiento de la pieza de la mandíbula de manera paulatina. Al cabo de una semana de masticación de los siete chicles azules, la muela defectuosa se habrá ablandado lo suficiente, como para proceder (en su casa, relajado) a la masticación del chicle verde, por aproximadamente dos horas, obteniendo como resultado el desprendimiento de la pieza con el cual el proceso culmina. No olvide consultar a su odontólogo para confirmar la óptima remoción del molar.

-Masajeador de encías para enderezar dientes
Solo apoyar el masajeador sobre las encías generando movimientos circulares durante veinte minutos cada noche en la zona donde los dientes no cumplen con la disposición deseada contribuye a estimular la reacomodación de las piezas en la cavidad bucal de manera placentera”.


Esta publicación forma parte del proyecto “30 días deescribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!) 
Día 10: escribí el anuncio de un producto o servicio que te gustaría que existiera


Otra cosa que hubiera querido que exista, pero parece que ya se inventó;