Viene un fin de semana largo y empieza a resonar la
palabrita en los pasillos laborales, en los buses de transporte urbano, en las
conversaciones de vereda y en las charlas de bar. Las semanas de rutina se
descubren interrumpidas por una seguidilla de días que para un alto porcentaje
de la gente prometen ser no laborales, y para que la desconexión sea total las
cabecitas de los compatriotas se estremecen asociando las nociones de “Finde
largo” y “escapadita”.
¡La pucha! ¿De qué se estará escapando la raza humana? Si lo
que hacen en sus ciudades de origen es solo el resultado de la elección de vida
que les compete y el deber de mutarla solo les cabe a ellos.
¿De qué? ¿De
quién? O ¿hasta cuándo se estarán escapando?
Si la escapadita tiene una duración en el tiempo de tres,
cuatro o en más generoso caso de cinco días ¿para qué? ¿Por dónde? ¿Y cuánto nos
estamos escapando en función de que tanto nos estamos engañando?.
¿Y si en el escape los alcanzan?
Entonces nos escapamos rápido, corremos para que nuestra vida
no nos vea. Vamos a lugares, hacemos
cosas y compartimos con gente que no nos haga acordar a quienes somos, porque, técnicamente,
nos escapamos de eso. De lo que somos/hacemos/vivimos/sentimos todos los días. De
eso que nos agobia y nos cansa, y nos desmotiva y nos hace saltar de alegría de
tan solo imaginar que por un puñadito de días no nos va a acechar. Y en su
descuido nos escapamos.
Y así vamos…. Rápido a huir de nosotros, sin saber que allá,
nos encontramos más. Porque el viaje es encuentro con uno, porque en la
distancia solo nos tenemos a nosotros. Y porque a donde vayas, te llevas. Aunque
te escapes…
No entiendo el concepto de “escapadita”. Cuidado. Es una
trampa.