No entiendo el día del blog



Hoy es treintayunodeagosto y festejamos el día del Blog. Es curioso saber por qué.


No hay acontecimiento histórico, razón trascendente ni hito memorable que nos invite a celebrar esta fecha…. Es solo una similitud entre letras y números, un jueguito divertido que se ganó un lugar entre las efemérides incontables que proliferan sin que muchos se pregunten porque,  o para qué. 
Desde este humilde espacio, aprovechamos para decir que no entendemos para que sirve que exista un “diadelblog”, pero ya que está… les contamos porque el calendario lo proclama hoy.

La razón es que los números que componen la convención de la fecha de hoy; 31.08 se asemejan a la palabra "Blog" (usen la imaginación.... intenten) y es por eso que los blogueros más influyentes coincidieron en celebrar su día el 31 de agosto de cada año.


Celebrar, que se yo… homenajear… no lo sé… no se bien que se hace este dia, mínimamente, desde #noentiendo lo mencionamos. Y obviamente no entiendo para que necesitamos tener “el día de” de tantas cosas.


No entiendo algunos rituales (3)



Ya me ensañé bastante con rituales poco felices, por lo que me pareció equilibrado pasar a otro tipo de rito no más comprensible, pero si más festejable. Hoy no entiendo el ritual de egreso de las carreras de nivel superior. Oh sí.

Y no lo entendí nunca.

Como todos los rituales, se aleja de lo universal para ser un hecho propio de algunas regiones, y creo que en este caso, está acotado a la República Argentina. Ciertamente la investigación ínfima que hice buceando en la web no arroja resultados de casi nada, ni una pista del origen de esta costumbre, nada se sabe, nada se puede aprender.

Me preocupa el rito del egreso. No entiendo que celebremos a un nuevo profesional con un lanzamiento de alimentos sobre su cuerpo, rasgándole la ropa y golpeándolo en la puerta de la universidad.


Para quienes desconozcan la práctica a la que hago alusión, paso a narrar de que se trata este final de la carrera universitaria; El potencial egresado ingresa al edificio, rinde su último examen y pasa por el baño a cambiar su look para salir con ropa vieja y exponerse a un aluvión de harina, huevos, aderezos, yerba, aceite y comida en estado de putrefacción. El menú puede estar acompañado de algún brebaje indefinido manufacturado por las mentes creativas del entorno del egresado y se pueden sumar elementos de cotillón como espuma, serpentinas y papel picado. En ocasiones se agrega pintura, bebidas, o puré de tomate. Cuando los ingredientes ya escurren pesados desde la cabeza del flamante profesional, algún amigo enarbola tijeras y se acerca a cortar en tiras la ropa que lleva puesta, conservando en ocasiones el mínimo pudor, o transgrediendo esta línea, según el estilo de los responsables del agasajo. Con el egresado semi desnudo, puede aparecer un nuevo paso en el ritual que consiste en cortar su cabello, afeitar su cuerpo o escribirle cosas en la piel. Este mágico momento suele culminar con el paseo en baúl del auto para presumir el modelo terminado por la ciudad y llegar al domicilio a renegar con la ducha mientras los allegados comienzan la celebración domiciliaria que suele extenderse hasta la madrugada en algún bar. Todo documentado en las fotos de rigor.


Un acto totalmente incomprensible. Un acto difícilmente evitable. Aquellos profesionales que estén en desacuerdo con este tipo de celebración, se ven en la obligación de ocultar la fecha del último examen y corren el riesgo de ser sorprendidos en fechas arbitrarias por el entorno que no concibe la idea de que la carrera se dé por finalizada sin la ceremonia de maltrato, humillación y vejaciones.


Si bien el desperdicio de comida durante el suceso y el desperdicio de agua a su término ya es escandaloso, hay algunos intentos por virar esta tradición infundada que intentan proteger el patrimonio público, veredas, universidades, edificios y mobiliario urbano que se ven desmejorados y atraen fauna indeseable por la suciedad que divierte generar y nadie toma a su cargo limpiar.


No lo entendí nunca, y traté Infructuosamente de evitarlo. 


No entiendo algunos rituales (2)



Posta que nunca entendí los cementerios. Me parece muy metafórico (y una metáfora bastante desafortunada) la idea de “enterrar” literalmente a una persona que deja de habitar su cuerpo carnal. Ver que esa caja se hunde en las profundidades y la tierra le cubre sus restos.

Cementerio de Epecuen

Me parece aún peor el rito de la visita. A un panteón, a un pedazo de tierra donde sabemos que no hay nadie, para hablar con alguien que nos escucha desde todas partes, para poner flores en un lugar frío y desolador, para caminar entre lapidas abandonadas en busca del nombre que evocamos en nuestra visita. No lo entendí nunca.

Cementerio de RapaNui

Esa cantidad de tiempo dedicada a un culto contradictorio de saber que si hablamos con la persona en nuestros pensamientos es porque no creemos que este verdaderamente bajo tierra, sino que es solo un envase que ya no usa lo que ahí sepultamos, pero igual, hay gente que va… no sé a qué… agarra y  va… que decir…

Claramente ya hay muchas ofertas distintas (que el mercado hábilmente se encargó de preparar para quienes no entendemos los cementerios) y supongo que en no muchos años van a ser entendidos como algo terrible que solo a gente muy prehistórica se le pudo haber ocurrido. Porque eso de andar sembrando cadáveres bajo mármol, verdaderamente no puede ser muy lógico para casi ningún antropólogo del futuro que decida mirar con un poquito de distancia nuestros ritos.

No entiendo los cementerio, no sé hasta cuándo van a seguir existiendo.



No entiendo algunos rituales (1)



Ya escribí sobre pérdidas, ya escribí sobre duelos, y tengo bastante entendido el tema de las ausencias biológicamente inevitables.

Hace poco me preguntaba ¿para qué voy a un velatorio?.


Siempre me pareció que eran rituales necesarios para elaborar la pèrdida del un ser querido, para tomar conciencia, para convencernos de que esa verdad tan dura como inevitable es real. Siempre me pareció importante cumplir con los ritos de la sociedad y los entendí. 

Hace poquito me toco atravesar el tristísimo momento de perder una amiga. Ya tenía muchos velatorios en mi trayectoria por este mundo y sus rituales, pero todos de familiares o familiares de amigos, era la primera vez que perdía a una amiga. Y ese dolor era tan nuevo como raro. 
Era la primera vez que no tenía gran sentido abrazar a los parientes, porque no sabía quiénes eran, era la primera vez que llegaba a una sala velatoria a no conocer a nadie, más que a quien no me iba a poder abrazar.

Y no lo entendí.
Y todavía no lo entiendo.


Y fui, porque creo en los rituales y los siento verdaderamente necesarios… pero hay casos en los que no termino de entender cómo funcionan. Tal vez son solo espacios para llorar en el momento y en el lugar que el rito pide, como si eso hiciera que no nos sorprendieran las lagrimitas en el cordón de la vereda o en la fila del supermercado, cuando se nos cruza un recuerdito de esas personas que nos quedan impregnadas en el cuerpo apenas dejan en la tierra el suyo.

No entiendo algunos rituales, los sigo, los interpelo, los cumplo... pero no los entiendo.


No entiendo por qué la gente no visita más La Rioja



En otro capítulo puede ser que pase a explicar la negación que tengo con destinos impuestos para el turismo nacional como Mar del Plata o Villa Carlos Paz, pero por ahora, elijo empezar en positivo. Quiero decir que no entiendo como hay lugares mucho más bonitos que esos dos que no reciben el tránsito de visitas que se merecen.

La Rioja, en términos turísticos, “es” el Parque Nacional Talampaya. Para la mayoría de los argentinos, ese es el atractivo de la provincia cuyana, para la mayoría de los extranjeros, La Rioja es un punto que pasan de largo entre Mendoza o la Patagonia y provincias más turísticas como Salta y Jujuy o Misiones. Sin embargo, muy cerquita de este Parque y muy al alcance de nuestros sentidos, La Rioja tiene mucho para compartir; atractivos como Chilecito, Famatina y Cuesta de Miranda, invitan a ingresar en estas tierras y dejarse encantar.


Llegar a la Rioja desorienta, su capital es una ciudad de apariencia moderna pero respetuosa de la pausa a la hora de la siesta. Al recorrerla nos perdemos en una populosa peatonal o nos deleitamos ante un espejo de agua que refleja el entorno montañoso, como es el dique Los Sauces; responsable de embalsar las aguas del río homónimo y proveer el escenario ideal para actividades recreativas como el camping, la pesca y las actividades náuticas.

Gracias a sus recursos naturales, esta provincia hace gala de una excelente producción vitivinícola que logra magníficos resultados al combinar los factores geográficos con la mutación genética de las cepas, alcanzando productos de excelencia como el destacado Torrontés Riojano (cepaje característico de la región). Para profundizar la experiencia en torno a los vinos de la provincia, será mejor trasladarnos hasta el departamento Chilecito, cuya superficie se encuentra ocupada por viñedos en un 78% (y también olivas). Llegar hasta aquí, amerita pasar por el mirador que nos pone frente a la Cuesta de Miranda, un cuadro con predominancia de tonos rojizos, salpicados con vegetación de climas áridos y ocasionales florcitas silvestres.

Chilecito entraña una historia querida para la república Argentina desde los tiempos de la colonia; su riqueza metalífera le ha representado hasta el día de hoy una belleza peligrosa. Esta localidad se encuentra inmersa en el Valle de Famatina, un espacio que actualmente corre riesgo de ser sede de emprendimientos de mega minería a cielo abierto (un proyecto codicioso que ocasionaría grandes daños a la salud de la población local). Chilecito invita a conocer su museo minero, emblemático de la historia regional, ubicado al pie del cable carril que trasladaba el personal y los frutos de su trabajo hacia la mina La Mexicana, rica en oro y plata.

A dos kilómetros del centro de esta ciudad encontramos la finca que perteneció al Dr. Joaquín V. González (polifacética personalidad de nuestra historia), a la que su dueño llamó “Samay Huasi”, que en idioma quechua significa “lugar de reposo”. Hoy, el lugar alberga el Museo Regional Mis Montañas, que comprende una pinacoteca con importantes obras de pintores de renombre nacional, y la Sala de Ciencias Naturales, Mineralogía y Arqueología y además funciona como hotel de la Universidad Nacional de La Plata. En el interior de la casa, dos cuartos fueron destinados a reflejar la vida y obra de González.

Para finalizar, es paso obligado citar a la perlita más buscada de la provincia; el Parque Nacional al que la UNESCO tituló Patrimonio Natural de la Humanidad. En Talampaya, nos transportamos a muchos miles de años en la historia de la tierra y nos dejamos envolver por murallones con los más sorprendentes rastros del plegamiento orogénico que dio forma a los continentes. El valor patrimonial de este Parque está dado por su herencia arqueológica y paleontológica, además del claro predominio de lo geológico.


El paisaje es imponente y los altos muros rojizos cortan el cielo hasta donde ya no nos alcanza la vista. Algunas formas de piedra, fueron nombradas como el Monje, el Rey Mago, La Torre, entre otras. Doscientas quince mil hectáreas de cañadones y paredones en los que también podemos encontrar marcas del paso de los hombres como morteros y petroglifos (grabados figurativos y abstractos, realizados hace miles de años).



La majestuosidad de Talampaya, constituye un destino obligado al visitar La Rioja; la majestuosidad de La Rioja, constituye un destino obligado para quienes estamos en Argentina de manera permanente o transitoria.

No entiendo por qué la gente no visita más La Rioja... tomenlo como una super recomendación.