No entiendo el otoño



Otoño de hojitas crocantes  al transitar la vereda, otoño de sacarse las ojotas y volver a usar medias. Otoño de volver a tener ganas de frazadita, sillón, pantuflas y gato ronroneando. El otoño nos recuerda las cosas que el otoño pasado nos hizo amar.


Otoñal el momento de sentir el primer frío, el momento de ir guardando ropa que no nos va a acompañar en la nueva temporada…. Reencontrar aquel sweater viejo y deformado que nos abraza dentro de casa. Volver a las sopas instantáneas como snack de tardecita. Quizás reconciliarnos con la hornalla y aventurarnos a la alquimia de la gastronomía que el calor nos sacaba las ganas de ensayar. Para algunos será tiempo de retomar la costura o el tejido, o algún otro hobbie manual. Otoño de interiores y paseítos para agasajar las últimas tardes de sol. Momentos tibios en alguna esquina del patio y un rayito cálido que entra por la ventana y se hace querer más que las agobiantes invasiones solares que el verano nos brindó hasta el hartazgo.

Montañas de hojarasca prolijamente armadas por los vecinos màs aplicados a la que algún niño se atreve a patear. Lluvia de hojas que nos envuelve cuando sopla el viento y nos saca una sonrisa en plena vereda. Las hojas son la escarapela del otoño, su emblema indiscutido, su marca característica.

Otoño, tan ni fu ni fa que enamora. Tan dorado que encandila, tan extrañado que nos reencuentra, pero con nosotros. Con esos nosotros que estaban adentro de casa mientras nosotros salíamos a pasear para aprovechar el verano y disfrutar el calorcito.
El otoño nos amiga con los espacios cerrados y las reuniones hogareñas con amigos. El otoño nos regala momentos más íntimos y menos masivos, y quizás alguna escapadita al cine o al teatro.


No entiendo el otoño, no entiendo como no hay cientos de poetas escribiéndole odas o miles de cantantes entonando himnos en su honor, porque sin dudas el otoño es el momento privilegiado del encuentro con uno mismo.


No entiendo la terapia intensiva




No entiendo a quien se le ocurrió que la persona que está físicamente deficiente tenga que estar afectivamente aislada.


Se entiende que en algún momento haya sonado lógico el aislar a la persona enferma de los males biológicos que exceden a las salas de resguardo, también se entiende que la cantidad de tubitos y cañitos que puede necesitar la persona que  posee debilidad en su sistema vital necesiten conectarse en un lugar calmo, libre de riesgos. Se entiende que para el facilitar el trabajo  y la circulación del personal médico que tiene a su cargo el restablecimiento de la salud del internado, también son óptimos estos lugares.
La terapia intensiva a hace del sujeto un objeto de estudio y lo analiza fuera de contexto, lo deshumaniza y lo ubica en una cama dentro de una rutina de exámenes y tratamientos con un huequito para que los seres queridos pasen a tener contacto y un breve informe de cómo fue la evolución en las horas de aislamiento.
Estandarización de procesos, rutinización de los cuerpos, burocratización de las familias y gestión de la vida íntima. 

No entiendo que con los avances de las investigaciones no se haya operado un cambio en los sistemas sanitarios, dado que está harto comprobado que el amor cura.
No entiendo la privación del apretón de  manos, de la palabra al oído, del contacto amoroso con los seres que sufren por él, que sufren a su par.
No entiendo cómo se puede aislar a una persona que puede estar atravesando sus últimos ratitos y no es justo ni para él, ni para sus afectos ese aislamiento.
Una hora de visita, un ratito de contacto con un ser pasado de fármacos para que trates de que se sienta acompañado.

La terapia intensiva me enoja. Nunca voy contenta a esa visita, porque nadie quiere estar en esa sala de espera, aguardando el apellido  del paciente, que además es tu pariente. No quiero que alguien regule la cantidad de mimos que se le puedan propinar. Me enoja porque llego triste y veo a mi persona querida sola, y veo a otros que no reciben visitas y veo angustia y veo procesos deshumanizados y gente que cumple con su trabajo con distintos grados y niveles de vocación y compromiso.
Me da miedo porque veo en la  sala de espera que algunos rostros dejan de asistir, veo que después del informe se multiplican las lágrimas de algunos grupos de afectos…  veo muchas cosas que no quiero ver… y duele un montón.

Termina el horario de visita, hay que irse, te obligan a irte, a dejarlo ahí solo, en ese lugar sin colores, sin nosotros, sin el cariño y sin el contacto… y te obligan y te dicen que es por su bien y uno se permite dudar y se merece llevarse a su ser querido al parque. La terapia intensiva tiene mucha intensidad para los que estamos afuera, sin drogas que nos hagan perder noción de lo que estamos atravesando (como si pasa con el que está adentro).

No entiendo la terapia intensiva, estoy convencida de que es de otra época, y que prontito va a cambiar sus reglas y a reconocer que los afectos sanan.