No entiendo la rutina



Trato de no tener rutina… no sé qué tal lo logre…. Todos necesitamos algún esquemita que nos ordene con algún criterio la jornada, para que el tiempo tenga un carril por el que fluir más o menos armonioso.


Alguito de rutina es saludable, el problema emerge cuando cada uno de los rincones de nuestro día es absolutamente previsible y carece totalmente de inesperados, o peor aún, cuando los inesperados desestabilizan y  desagradan, porque no estaban invitados a la agenda propuesta. Cuando cruzarse con un amigo que hace rato no veíamos se vuelve un desperdicio de tiempo al que no accedemos y lejos de ir a tomar algo proponemos “ver cuando nos juntamos” (algo que no estaba pasando y probablemente no pase). Cuando un velatorio es peor noticia por lo forzado de llegar a la cita que por la pérdida de la persona a la que hay que ir a despedir. Cuando un árbol florecido nos es indiferente y no podemos sentarnos a leer un poema sin culpa… ahí la rutina nos confirma que ganó la batalla y todos los días (mayormente las semanas) están condenadas a la dictadura del deber ser… hasta que las vacaciones nos inviten a establecer temporalmente una nueva rutina en otro escenario y nos haga creer que estamos listos para volver a ser engranajes de esa máquina que diseñamos y habitamos con increíble perversión para esclavizarnos a nosotros mismos a cambio de una pretendida estabilidad, un manojo de certezas y una inventada eficiencia.


Alguna vez, intenté tener una rutina de escritura… Alguna vez escribí sobre una rutina….

Se abrieron sus ojos diez minutos antes de que sonara el despertador, como todas las mañanas. Se quedó en la cama hasta escuchar su alarma, a  ojos cerrados, disfrutando el último ratito de cama.
Cuando se levantó algo en su cuerpo se activó, quizás el “modo rutina”. A partir de ahí, todo se volvió automático, como todas las mañanas. Baño, ducha, cepillado de dientes. Bajar las escaleras en bata de toalla y ser recibida con la efusividad de Kapuscinski, su incondicional salchicha de treinta centímetros de alto. Casi como un trámite le acaricio la cabeza y ya en la cocina le sirvió leche, mientras ponía agua en la pava y pan en la tostadora de manera mecánica.
Café con leche para tres, tostadas con dulce de leche y una con mermelada que se fue comiendo mientras subía las escaleras. Frente al baño, casi coreográficamente, saludó a Lucas, un beso de paso, parte de la rutina “Buen día, ya está listo el desayuno", le dijo después del beso con una sonrisita. “Gracias, voy bajando, que se apuren  las nenas”… Como siempre.
Ella entró a su cuarto y mientras se vestía instaba a sus hijas a despertar en el cuarto contiguo. Cuando terminó de cambiarse fue a ayudarlas con  los uniformes y las tres bajaron esquivando a Kapuscinski que volvía a intentar sin éxito ser parte de aquel conocido show. Desayuno al paso y todos al auto para encarar el día. Dos a la escuela, ella a la oficina y Lucas camino a la fábrica de las afueras de la ciudad, como todos los días.
Cada uno en su lugar, como las piezas del ajedrez alineadas para comenzar la partida y sabiendo que al final del juego volverán todas a la misma caja (esperando que haya una nueva partida con iguales posiciones y el mismo regreso a la caja)
¿Cuál será el sentido de repetir ese esquema durante toda la vida y perpetuarlo en las sucesivas generaciones? ¿Dónde está el tiempo de disfrutarnos, y cuál es el momento para conocernos?
Cada uno en su tarea, cada miembro de la familia cumple su rol y como dentro de un reloj que ignora el tiempo, cada engranaje hace que el otro gire sin saber que el fin último de cada engranaje no es el a felicidad de ellos, sino el objetivo del reloj.

Si hubiera tiempo para pensar en esto, dejarían de hacerlo. Pero no hay tiempo, solo hay esquema, coreografía, rutina, y un perro que lo entendió todo, pero no  lo sabe explicar.

No entiendo la rutina, pero es una de esas cosas que queda afuera de la caverna de Platón y no está bien visto que la gente sepa que uno quiere salir a ver que más hay.