No entiendo - Diario de encierro #21

 


Y en medio del miedo, aparecen los malos conocidos.

Desde siempre la medicina y sobre todo la prevención, se han ejercido de la mano perversa del miedo. La estrategia para que te cuides, parece que es asustarte. Como las fabulas infames con las que sometían a las infancias a la siesta, como el inmundo fantasma del "lo hago por tu bien". Las peores atrocidades se cometen en nombre del amor. Porque no dudo de las ganas de hacer las cosas bien. Reniego de los métodos.


Entonces me pasó. Me dolía la garganta, y después de dar vueltas evitándolo, terminé consultando en la guardia de un sanatorio. Lo cuento, porque este es mi diario de encierro desde hace meses, pero también lo cuento, porque en retrospectiva, me enoja y escribir me alivia... fue así;

Puerta del sanatorio. Guardia de seguridad. Pregunta los síntomas. Alcohol en las manos. Me da un barbijo y me pide que reemplace el mío. Me indica un camino, un mostrador, un segundo momento para repetir que me duele la garganta. Es un recepcionista que no quiere ver mi credencial de obra social, que no me da su birome para que firme la consulta. Que me evita. Que me manda a un pasillo a esperar que me llamen. En simultáneo, sale una señora acompañada de una médica revestida en material descartable "Hacele el alta, se queda internada", la señora está asustada. Llego al pasillo y los carteles son muchos: "Área Covid". Empiezo a confirmar que no me están entendiendo la sintomatología.


La puerta se abre, alguien me nombra, le cuento lo mismo; Dolor de garganta. 

-Vamos a tener que hisopar - se anticipa. 

- Me pasa todos los años - le cuento. 

Me mira la garganta, no encuentra nada, refuerza su diagnóstico, se aleja a una computadora, me pide algunos datos, me hace otras preguntas.

- ¿Algún otro síntoma? - me recita todos los síntomas que ya conozco y no tengo

- Nada

- ¿Dolor de cabeza?

-Bueno, trabajo muchas horas en la computadora, siempre me duele la cabeza

-Si son dos síntomas, hay que hisopar, ¿a que te dedicas?

- Trabajo desde casa, no salgo para nada

- ¿Tu pareja?

- El sale a trabajar

- Los asintomáticos también contagian, igual hay transmisión comunitaria, no tenes placas, es viral, y si es un virus, es covid, te hago la fichita, decime el nombre de todos los que viven con vos. La gente del laboratorio te va a explicar. Hay dos formas, público o privado. Privado son 48hs, público, no sabemos. Elegí vos. Salí al pasillo, te llaman por apellido. ¿Todo bien?

- Y... no, todo mal. No esperaba esto.

Me mira sorprendida, le parece un error mío no haber ido sabiendo este final. No me dice nada. Salgo. Sale. Se pierde en una de las muchas puertas.



En el pasillo todo es silencio.
La señora de la internación está sentada, sigue pareciéndome asustada. Habla por teléfono; "ni vengas, no te van a dejar pasar", le dice a alguien resignada.
La espera se me hace larga. Comienzo a intercambiar mensajes, consulto si público o privado. Desde casa me dicen que paguemos para reducir la incertidumbre. Llamaditos a la gente cercana para pedirles que se aíslen hasta tener el resultado.
Mientras espero, todos los síntomas que no tenia comienzan a manifestarse. Todos los recaudos que tomé comienzan a sonar obsoletos. El pasillo mudo y blanco se siente escalofriante. Espero. Mucho. Suspiro.



Llega la persona del laboratorio, creo que es una persona, solo veo cosas descartables que amenazan la continuidad de la vida humana en el planeta. Pienso en la cantidad de basura que se genera. Pienso que alguien lucra con eso. Pienso que no piensan a largo plazo. Se me hace un nudo en la garganta, me vuelvo a acordar que estoy ahí por dolor de garganta y que no tengo ningún remedio recetado para revertirlo.
Otra vez recito mi cuadro, se me acerca con dos varillas largas y me pide llevar hacia atrás mi cabeza para explorarme. "Tengo que meter uno de estos en cada narina, si te quedas quieta es un ratito, si te moves, lo tengo que repetir". Entre anticipo y amenaza, todo mi cuerpo se tensa.
Me disculpo por posibles movimientos involuntarios y por daños que estoy segura de causarle, le aviso que soy impresionable, le pido perdón, le pido paciencia, le pido tiempo. Igual sucede. Con un palo saliendo de mi nariz, arrugo la cara y mientras siento que eso gira en mi interior le digo "Esto es horrible". Y lo vuelve a repetir del otro lado. "Pensé que me ibas a hacer renegar más", me confiesa. Me cuenta algunas anécdotas de su tarea cotidiana. Le pregunto estadísticas. Dos de cada veinte son positivos. Me sorprendí. Hoy me parece obvio.
Demoro en levantarme de la silla, me duele toda la cara, la sensación es espantosa, la contención es inexistente, la mezcla de emociones se agolpa en los brazos (no sé porqué), los siento pesados. Igual, junto mis fuerzas pocas (de humanidad no tenida en cuenta) y me voy.
Me molestan los diagnósticos invasivos. Me molesta que me rompan para ver si hace falta armarme. 
El virus se contagia por hablar, por reír, por cantar. Vive en los metales, en la ropa, en la piel, pero para ver si está en el cuerpo analizado, te cruzan las vías respiratorias hasta donde llega el bastoncito recto en una maniobra solo equiparable a la tortura. No tiene sentido. Ni eso, ni nada.
Espero 48hs, con mil fantasmas, con mensajes de aliento, con estadísticas, ejemplos, algunas búsquedas de más información y algunas necesidades de evadirme del tema. Mando un mensaje al número telefónico que me pidió el pago. Repito mi correo electrónico y entonces, entra el resultado. Dudo. Tiemblo. Abro.
Es negativo.
Era evidente.



En el fondo, mi diagnóstico lo hizo el guardia de seguridad, lo confirmó el administrativo, lo autorizó la médica y lo ejecutó la bioquímica. Solo lo refutó la evidencia empírica.
Igual me duele la cara.
Nada hicieron por mi dolor de garganta. Entonces lo asocio a otro de los titulares de los medios de (des)información; arden las islas y lo sigo respirando. Me duele el humedal.
Es todo y nada. Es distinto y es lo mismo.
Es el virus y todo tiene que ver con eso. Es el ecocidio y nadie quiere hablar de eso.
Es el lucro en ambos casos y hace falta revisar patrones humanos con demasiado arraigo, y nadie lo va a hacer. Es revisar las prácticas de salud y discutir con sus ideas cristalizadas. Es pensar donde ponemos el foco, que es lo importante. Hacia donde va la vida. Para que la vida. Para quien la vida.

No entiendo hasta cuando... 


No entiendo - Diario de encierro #20



Quizás nadie se dio cuenta del poder de una letra. Prefiero creer eso. Quienes trabajamos con el lenguaje sabemos que al decir, creamos el mundo que habitamos... es muy largo de explicar, pero créanme que es cierto, y hay mucha gente que después de estudiar muuuuucho, respalda esto que digo.

El punto es ese,  si digo que alguien es población DE riesgo, lo pongo en un cuadro peligroso. Se trata de alguien riesgoso, de temer. Hablar de población EN riesgo es muy otra cosa. Es gente que corre peligro, que necesita ayuda, es de proteger.

Desde hace más de siete meses los adultos mayores fueron sumidos en la categoría DE riesgo, cuando no lo son. Son personas EN riesgo, cuyas defensas no les serian suficientes para protegerlos del virus que nos mantiene encerrados. Son personas grandes, personas con mucha vida vivida, en su mayoría sin un trabajo que virtualizar, porque alcanzaron su merecida jubilación. Son personas que han sido atemorizadas por los medios de (des)información, que han sido corridas de sus rutinas, que han sido aisladas de sus afectos, que han sido encerradas en soledad. 


El cumple de la abuela


Quedarse en aislamiento para muchos adultos mayores, es estar sin ayuda para las tareas domesticas, es tener poco coraje para consultar un médico a domicilio, es el miedo a ir a una guardia ante cualquier malestar, es no molestar a los hijos con "cositas tontas" y tratar de resolver cosas que ya no les resultan simples (como cortarse las uñas de los pies, o limpiar el piso), es no querer interrumpir y esperar que suene el teléfono, largas horas, eternos días o infinitos meses. 

En muchos casos la soledad se combate con pantallas (como las que ahora juntan tus ojos y mis letras), estas pantallas representan para la población EN riesgo un gran desafío, y en muchos casos deviene en frustración, y termina en una baja de la autoestima. Entonces el combo es trágico... es una mezcla perversa de soledad, aburrimiento, sentirse en peligro de muerte y sentirse un inútil con un aparato que no le hace de ventana para ver a sus seres queridos del único modo recomendable.

¿No será mucho?

Dice la murga; "Si he de morir, que me muera de tanto vivir" (Agarrate Catalina 2008)

Entonces la gente se va enfermando, no los mal llamados DE riesgo, o si; esos y los otros... y las listas de gente se hacen más largas, y los nombres conocidos empiezan a multiplicarse, y el riesgo se hace mas palpable, quizás lo sentiste cerca, quizás te pasó, quizás perdiste a alguien querido, quizás te está pasando, con mucho síntoma, con poquito, asintomático, porque el bicho tiene toda la versatilidad de hacer lo que se le ocurre en cada cuerpo.

Y sucede lo esperable... los médicos de algún apunte tomado más cerca del pasillo que dentro del aula, o con algún recurso más de la experiencia que de la bibliografía, deslizan con timidez o quizás con fe, que lo importante es que el paciente no se desanime. Comienza a resonar la importancia de la fortaleza anímica. El humor, el optimismo, las ganas de estar bien. Eso, sin una red, sin un abrazo, sin un beso pegoteado de chupetín, es mucho más difícil. Eso, después de siete meses de arresto domiciliario, es muy duro.


El barbijo casi como gorrito de fiesta


Sin embargo, y sin ponerse colorados, lanzan el remedio que conocemos, y con muchos recaudos, y con bastante miedo, nos animamos a ir a mirar a los ojos a los que están en riesgo, y nos arriesgamos a hacerlos reír, y compartir una charla en torno a una mesa, nos aventuramos a hacer que la vida no se les vaya tratando de estirarla. Porque lo cualitativo tiene más profundidad que lo cuantitativo, porque vemos que nos necesitan en tres dimensiones y porque hay razones del corazón que la razón no entiende.



No entiendo - Diario de encierro #19 - Momento crisálida



Qué hacer cuando mucho no se puede hacer…. (hoy, una mirada optimista!)

Trabajar desde casa está muy lejos de ser un sueño o algo simple de compatibilizar con dos nenas pequeñas upa. Estar en casa, es estar con ellas, porque viven acá, porque no hay jardín, porque no hay chance de que conciban mi ausencia en plena presencia.


Trabajar en casa
Trabajar en casa


Sin embargo, aunque virtualizar la rutina laboral no fue fácil, lo hicimos (con cada uno de mis equipos, con esfuerzo, con amor, con creatividad, con resiliencia...) y lleva más tiempo que el año pasado. Todo es más lento, requiere nuevos aprendizajes tecnológicos, nuevas cadencias, nuevos silencios y muchas preguntas. Pero trabajamos. Con un poco de buena voluntad (y ganas de encontrar algo bueno entre tanta cosa no positiva), como miembro de varios equipos de trabajo, me encontré con la versatilidad de la corporalidad. Ya no había que tener presente el tiempo de traslado en ningún caso, ni la sincronicidad en la mayoría de los momentos. Entonces, ese aspecto del tiempo, empezó a rendir más.

El teletrabajo tiene sus límites, y cuando logré acomodar mi tiempo, descubrí que podía adelantar clases, compartir reuniones, acelerar mi tesis, guiar tesistas y retomar hobbies… de repente el mundo entero se volvió lienzo en blanco, porque cuando se abriera mi puerta, no íbamos a salir igual que como entramos y yo tenía todas las herramientas para empezar a garabatear quien quería ser (como siempre, igual, pero distinto).

El momento crisálida en su máximo esplendor.

Estar en casa sirve para mirarnos, para conocernos y para pensarnos. En ese pensarnos, anida un rediseñarnos. Y ese rediseño, como tarea cúspide del inmerecido proceso de cuarentena, solo puede ser el motivo de alegría, de colorear las alas de la mariposa que está por volar.

Como todas las cuarentenas, en casa también se comenzó con aprovechar el tiempo para ordenar cajones, estantes, cajas, bolsas y en ese proceso, revolotearon fantasmas de proyectos abandonados que esperaban estos movimientos para volver  a flotar en el aire.

Con nostalgia y mucho respeto, fui haciendo lugar al reclamo de los fantasmas de mis otras vidas. En algunos casos para archivarlos desde el amor, pero en otros con la duda latente de su inexplorado potencial. De esta manera, mi lista de pendientes crecía cada día y los check list se multiplicaban junto a mails y mensajitos a potenciales compañeros de ruta para cada uno.

Con más tiempo, el encierro nos fue aplacando la adrenalina a todos y muchos de esos fantasmas de proyectos aún atractivos, se fueron a dormir a nuevas cajas, prolijas carpetas, o renovados rincones a la espera de la siguiente oportunidad.

Sin embargo, como ejercicio constante, retomar hábitos creativos, volver a rutinas de redacción de proyectos, sistematizar materiales, apuntes, objetos, ideas…  sumar conocimientos, asistir a charlas y formaciones virtuales, leer artículos, libros, apuntes y narraciones de experiencias ajenas, sigue siendo maravilloso y un lindo momento puertas adentro.

Y ahí sigo… aprovechando los momentos de interiores para preparar el despliegue de mundo exterior.

No entiendo si es tan bueno como lo pinto, o si solo necesito dibujarme un éxito en medio de un año planetariamente complejo de ponderar


No entiendo - Diario de encierro #18 - ¿Para/de qué hay que cuidarse?

 

Hace unos años, una tragedia local, me permitía reflexionar acerca del Cuidado y yo escribía...

"Cuidado con las enfermedades. Cuidado con el cambio de clima. Cuidado con los insectos. Cuidado con tránsito. Cuidado con los accidentes. Cuidado con la inseguridad. Cuidado con los extraños. Cuidado con los barrios peligrosos. Cuidado con las actividades riesgosas. Cuidado con la gente mala. Cuidado con el stress. Cuidado con la inflación. Cuidado con la mentira. Cuidado con el miedo.
Y una mañana como cualquier otra, el techo de tu casa, el lugar donde estabas seguro, se te cae encima.
Cuidado con no vivir cada día como si fuera el último.
Cuidado con creer que el futuro depende de nosotros.
Cuidado con pensar que podemos ser felices recién mañana". (Yo, 2013)

Hoy la palabra "cuidado" sobrevuela cada conversación, ensombrece los vínculos, contamina los mimos. Hoy hay que cuidarse de las escuelas, de los clubes, de las fiestas. Un enemiguito invisible nos acecha en los rincones más inverosímiles y el peligro son las plazas, los afectos, los abrazos.



Entonces nos empezamos a cuidar de la soledad, y reinventamos los festejos, nos empezamos a cuidar del aburrimiento y reinventamos las casas, nos empezamos a cuidar de la monotonía y reinventamos la rutina.

Todo con cuidado, todo por cuidado.

Y mi costadito museológico saca del archivo el viejo conflicto acerca de la conservación del patrimonio. ¿Para qué cuidamos un cuadro, un objeto? ¿Cuál es el sentido de cuidar al extremo eso que consideramos valioso al punto de vaciarlo de función social? ¿Para quién lo cuidamos? Aquella empolvada discusión sobre conservar edificios, obras de arte, bibliotecas y hasta especies en extinción, cuestiona el límite de conservarlo lejos de todo y de todos. ¿A quien le sirve? ¿Para qué un cuadro en un depósito oscuro? ¿Para qué un edificio inaccesible en constante riesgo de derrumbe? ¿Para qué libros preservados que no se pueden tocar/leer? ¿Para qué animales enjaulados cuya especie no reúne las condiciones para sobrevivir?
El gran problema de los interrogantes abiertos es que siguen ahí y vuelven a aparecer con nuevos colores, nuevas jugarretas éticas, nuevas opiniones a favor y en contra.

2020 ¿Para que cuidamos el cuerpo?
Naturalmente no podemos desconocer que a todo esto le sigue un nuevo debate a propiciar, que nos invita a reflexionar si creemos que la salud es el cuerpo, si creemos que no hay relación entre las emociones y las enfermedades, si todavía pensamos que los parques, los teatros y los encuentros no son salud.

No entiendo la cinta de "peligro" que recorre los juegos de todas las plazas... desde hace siete meses.



No entiendo - Diario de encierro #17 - Esmeralda es una geoda

 


En la alegoría de la caverna de Platon había un grupo de personas confinados a una cueva mirando sombras proyectadas en el muro interior, pero desconociendo la existencia de algo allá afuera. Esas personas tenían la cueva como única realidad y algunos indicios del exterior, a los que consideraban la totalidad del mundo, la única vida vivible.



Supongo que así se siente Esmeralda, con casi la mitad de su vida metida en la cuarentena y muy poca información  de las experiencias que la vida de/en esta familia le pueden ofrecer. Ella habita su casa desde hace cinco meses, de sus trece. Entre estas paredes sus primeros pasos, sus primeras palabras, su primer cumpleaños. muchas experiencias postergadas muchas de las que su hermana a esta edad ya había vivido; cine, teatro, recitales, avión, biodiversidad, socialización, jardín, paseos, momentos, juegos... todo aplazado hasta nuevo aviso, todo por hacerse, todo por descubrir. y no lo sabe. 



Me consuela que no lo extrañe, me desespera que no lo conozca, me sonríe y me olvido, la miro dormir y lo pienso.


Y como ella millones de bebes, y como ella montones de infancias iniciando en una realidad irreal, en un cautiverio complejo, en un mundo encerrado  con amenazas de muerte sobrevolando cada abrazo. 

En cada rincón del planeta, muchas Esmeraldas empiezan su vida con privaciones experienciales, con familias sumergidas en monitores, conviviendo con la versión  híbrida de una mamá atrapada entre presencias y ausencias; porque trabajar desde casa habilita cercanía física, pero en simultaneo se puede sentir ignorada, porque si estoy en casa y no estoy compartiendo tiempo de calidad, hay una ausencia elegida que no le puedo explicar y todo se le debe hacer muy confuso.


Mi preciosa Esmeralda, oculta en la cueva, espera que abran la geoda para que el sol refleje su brillo y pueda ser quien vino al mundo a ser. No entiendo hasta cuando,


No entiendo – Diario de encierro #16




De las muchas cosas que hay para hacer dentro de este encierro que no elegimos, jugar es una de las que más me gusta. Y mientras disfrutaba compartir tiempo de calidad con mis peques, empecé a escuchar muy sorprendida que no todas las familias rebalsaban de felicidad con esta misión. No en todas las casas florecían las ideas y propuestas para conservar el entusiasmo del juego de interiores durante lo que durara este confinamiento.


Esto no podía menos que ser grave, porque al no tener fecha cierta de finalización, no se ve la luz al final del túnel (de los que estaban en un túnel, yo andaba en la mismísima gloria). Y las consecuencias eran terribles. Adultos queriendo trabajar, chicos que no encontraban que hacer, pantallas quemando retinas de todos, y juguetes que parecían ser inútiles, porque cuando estamos negados, no hay caso.


Entonces, un día, armamos una cajita con juegos simples, de los que hacemos en casa, para darle una sorpresa a un amiguito de Magui que vive cerca…. Ella pintó la caja, le pusimos algunos regalitos que había en casa, algunas actividades de las que más nos gustan, y papá se la llevó a su casa de camino al supermercado. Para nosotras, fue un juego la preparación, pensamos los objetos, armamos la presentación y montamos la caja con la ilusión de llegar a la casa del amigo de la única forma en que es posible una visita en estos tiempos.


Nos sorprendió un montón la resonancia… porque más allá de los videos con agradecimiento del peque, que para toda nuestra familia fue una gran alegría, la gratitud y avidez de más de esos padres, fue inesperada (recordemos que lo que la caja contenía es lo que en muchas casas puede ser considerado basura sin mediar alternativa)


Entonces, medio en chiste, medio en serio, nos alentaron a mandar otra la siguiente semana, y como lo que nos nutre son los desafíos, nació una serie de cajas que sin repetir propuestas llegaban cada finde a aportar juegos e ideas para que esa familia se entretenga con recursos que no tenían en mente.


Comentando esto con otras personas, fueron naciendo interesados en recibir otras cajas, incluso, tras escuchar el relato, hubo quienes preguntaron por el costo de las cajas y se ofrecieron a pagar lo que sea para tener nuevas claves de entretenimiento. Nunca había sido la idea, ni tampoco me parecía necesario mostrar a las familias el universo de posibilidades que una casa tiene para ofrecer a un chico, pero había entre mis amigos, muchos interesados que por cuestiones de tiempo y distancia, no nos era posible abarcar. Esto generó los tips diarios por whatsapp para otros amigos. Se trataba de alguna foto y breve consigna de alguna actividad que se pueda hacer con lo que hay en casa.

De repente, recibir fotos y videos se volvió otra forma de jugar y nos encontramos saliendo de casa en forma de caja y a partir de eso, jugando con más amigos y desafiándonos a crear nuevas formas de estar juntos.
Y todavía andamos explorando esos caminos... porque seguimos en casa, y seguimos jugando.



No entiendo – Diario de encierro #15 - Zoomples



Pasan los meses y las cositas que parecían simpáticas dejaron de tener tanta onda. Con el paso del tiempo, pasan cosas a las que no podemos acercarnos, y así como el trabajo, la escuela y algunas actividades recreativas se fueron volviendo bidimensionales para no desaparecer, los ritos sociales se esfuerzan por hacer lo propio.


Entre el alivio y la angustia, los velatorios no pueden llevarse a la practica, acompañar a los enfermos tampoco es lo mas usual, las celebraciones religiosas están entre virtualizadas y suspendidas y muchos estudiantes van al living y cuando vuelven a la cocina ya son profesionales (con tirada de harina y huevos en el balcón).

Los cumpleaños empezaron siendo un problema ¿Cómo agasajar a alguien sin un abrazo, sin una fiesta, sin la tradicional juntada en torno a la torta?... por suerte, el ser humano tiene la adaptabilidad entre sus talentos para la supervivencia, esto se resolvió  con las pantallas. 
Entonces, algunos fueron celebrando con rostros queridos desde un monitor. Hubo quien se alegró de no pagar el catering para la familia, hubo quien se relajó del rol de anfitrión que ya no fue necesario, hubo regalos con deliverys, cotillón y decoración en algunas casas de agasajados e invitados  y canto polifónico sincrónico. Foto grupal en los cuadraditos de la pantalla y algunas conversaciones que evocaban la mesa tradicional (condimentada con desperfectos técnicos y esas cositas).


Esta etapa vino acompañada de los trabajadores versátiles que ofrecieron comida, regalos, decoración y hasta animación para los eventos en aislamiento. Va para todos ellos una felicitación por la rapidez y el empuje de cada uno de estos gestos (sobrevivir es cuestión de creatividad, y la tuvieron).


Sin embargo, superando la mitad de mayo, cuando la falta de reuniones lleva más de dos meses y siendo por esto ya un sexto del año, estamos en condiciones de afirmar que más del 15% de la población ya festejó su cumpleaños con este formato, o el que supo inventar… y nos está dejando de caer gracioso. Ver soplar la vela de una torta sin conocer su sabor es una experiencia un poco trunca.



Que la vida y todas sus aristas pasen por la misma silla para cada uno de nosotros, tuvo su momento de novedad, originalidad y hasta diversión…. Pero estamos un poquito urgidos de abrazos, contacto, sensorialidad… y si ya la humanidad venia borrando algunos matices de la experiencia por el exceso tecnológico elegido, la obligatoriedad hace que los que no veníamos siendo tan fans de la vida mediada, confirmemos que seguimos eligiendo el olor del humo de la bengala después de los aplausos alegóricos.


No entiendo – Diario de encierro #14



Si hay algo de bueno en estar tanto tiempo en casa, es que se multiplica la actividad creativa, y las razones para escribir, llegan de muchos lugares. Entre catarsis y escrituraterapia, algún ratito de editar escritos más viejos, alguna propuesta de escritura colectiva y muchas cosas que necesitan salir de la cabeza, aunque sea en formato tinta o aporreando el teclado....
Una amiga me esgrimió la consigna "El mundo se queda sin cigarrillos", y aquí, el resultado del ejercicio.


El mundo se queda sin cigarrillos.

Sucedió de manera inesperada, y quizás por eso no pudo hacerse a la idea, o tomar recaudos. Había iniciado el vicio sin proponérselo, paulatinamente, casi como una imposición de su entorno, casi desconociendo su daño… pero actualmente, estaba tan sumido en su humo que sintió que era la única forma de vivir, el único pesado modo de respirar, la única enferma manera de existir.

De tantos años en la adicción de encender fuego, nunca imaginó la posibilidad de dejar de hacerlo, incluso entre las veces que había escuchado que era posible, siempre le sonó disparatado y hasta utópico. Lo escuchó de boca de los mayores líderes mundiales, y aun así, parecía algo que nadie tenía ganas de iniciar, por lo tanto, él no veía motivo para dejar de fumar.

Cuando aquella mañana de marzo despertó, en medio de la soledad aullaba esa ausencia, el aire estaba cambiado, la vida reflejaba otros colores… la desesperación hizo cuerpo en sus pensamientos y desorientado buscó una explicación. Rebotó errante por el firmamento como una bolita de pinball necesitando entender. Miró el sol, que solía alterar sus ciclos durante la órbita, revisó los calendarios, acusó a las constelaciones más traviesas, desconfió de los asteroides revoltosos, pero ninguna respuesta.


Finalmente, ElMundo, descubrió que el confinamiento obligatorio y el cese de la voraz actividad productiva lo habían dejado desprovisto de chimeneas activas. Y por un tiempo, nuestro planeta, dejó de fumar.


No entiendo – Diario de encierro #13



Cuando todo esto pase

De tantos que esperan que todo esto termine, yo creo que no quiero.
Ya se dijo mucho que nada va a ser igual y casi como en el mito de la caverna de Platon, no se si estoy lista para salir. Mucho menos para sacar a mis chicas. 
Y lo que menos me importa es el temido virus. Desde que entre a casa aquella última noche en la que usé calzado, me ocupé de no salir más. Fede trabaja fuera de casa y se convirtió en nuestro nexo con el mundo, desde las compras hasta sacar la basura, yo no salí más. 
El viernes llevó a Meri al pediatra, relata que no fue fácil. Pensar en que  a tus nueve meses, tu papá con barbijo te lleve a un sanatorio para que otro ser enmascarado te examine no debe ser fácil. 


Magui juega a ser mamá “Soy mamá y me voy a trabajar” me dice mientras se cuelga un maletín lleno de papeles, “me voy a trabajar y me pongo una mascara para salir” me aclara a cara descubierta, porque una cosa es enunciarlo y otra, hacerlo. Charlamos mucho la importancia de la mascara de papá (que se la pone en la vereda, pero se guarda en casa), con extrañeza accede a mirarlo con el cubreboca puesto, escasos segundo jugó a ponerse algo similar.


Vimos fotos de los abuelos con los rostros cubiertos, hablamos de las cosas que ni los mas grandes entendemos. Estamos tratando de habitar un mundo repleto de enemigos invisibles superpoderosos que cuanto mas nos juntamos, mas nos lastiman. Estamos contradiciendo a la unión que hace la fuerza, al menos en términos de abrazos.
No estoy lista para salir a una vereda de seres sin rostro que temen al contacto físico. No puedo esterilizar mi vida para limpiar los asesinos imaginarios que se me peguen en la calle. Me asusta pensar en la mirada atemorizada de quienes me vean olvidarme los nuevos estándares de convivencia urbana y todo esto mientras esculpo la psiquis de dos nenas afectuosas, apapachadoras y que hace mas de un mes solo abrazan a papa y mama.
Como les pido que no le den un beso a sus abuelos? Como les digo que se hablen de lejos con los amigos? Que circulen sin tocar nada? Como formateo todo lo que ya saben para incluir miedos que no termino de sentir? Como las dejo salir a una ciudad enmascarada a descubrir ojitos sin dueño?


Cuando todo esto pase, no habrá pasado nado. Cuando abramos la puerta, se van a meter los fantasmas. Los miedos y las dudas, los ojitos desorientados y habrá que alumbrar desde el lenguaje el nuevo mundo que nos toque habitar.



No entiendo – Diario de encierro #12



Lo extraño de extrañar

Quizás me encuentre ocupando el grotesco rol de optimista a ultranza, pero en mi nube de evasiones, hasta osé evadir que estaba terriblemente lejos de mi abuela que vive a dos cuadras y me sorprendí completamente cerca de mi amiga colombiana que se empoderaba  en su rol de enfermera. O veía a la misma distancia un grupo de música porteño, un titiritero santafesino y una reunión de cátedra, el recorrido y lugar de encuentro, era el mismo.

Fiesta de disfraces on line

No lo quise ver, pero al río Paraná, y el mar Mediterráneo los tenia igual de lejos, y tenía las mismas ganas de subirme al primer avión que autoricen en Ezeiza que a un colectivo de línea. La misma nostalgia de recorrer boulevard Oroño un domingo y de hacer dedo en Indonesia después del desayuno. Pasé a extrañar los paseos con Magui de tanto verlos relatados con añoranza en sus ojos con rayitas, y los extraño más cuando su lista de deseos incluye invitar a los abuelos por videollamada a una fiesta con luces y música en su habitación (explota de felicidad cuando hace planes de esos)

De fiesta con sus dos pares de abuelos

Por estos días charlo más con amigos de otras ciudades, porque los tengo tan cerca como a los que solía ver todos los días, y elegí ver más próximos los unos y no más remotos los otros, porque la unidad de distancia es la misma. Todos estamos a una pantalla.
Todos aprendimos a usar muchas formas de reunión virtual, aprendimos de todo lo que nuestro teléfono era capaz y entendimos capacidades propias que no nos habría interesado desarrollar (y tengo todas las ganas de olvidármelo)

Algunos aprendieron a extrañar los abrazos, otros ya sabíamos que eran muy necesarios y solo nos adaptamos a esperarlos un poco más. Es extraño no extrañar la rutina, porque es nueva, pero la de siempre y nunca se va, es muy astuta y sabe filtrarse por las hendijas de cada intento por eliminarla. Y lo más extraño es saber que algún día a esto tan extraño lo vamos a extrañar.

No entiendo por qué... pero sí.


No entiendo – Diario de encierro #11



Te invito a tu casa...

No te podes perder este lugar, tiene un montón de cosas que te encantan. En la planta alta hay un espacio verde artificial que puede ser un set de rodaje de mil películas nacidas del juego libre, un fueguito de tela para leer otra vez esos mismos cuentos y muebles verdes que se vuelven escenarios en momentos de descontrol. Muy cada tanto se encienden las luces de colores y es ahí donde suceden las mejores fiestas.



Abajo, junto a la pared violeta se cocinan platos típicos como el arroz, los fideos y las milanesitas congeladas, pero también se pueden probar recetas de dudosa procedencia, calentar arena o derretir jabón… todo en el mismo lugar. En esa mesa, los rompecabezas están más cómodos, las chocolatadas son las más rocas, y si miras hacia abajo, te podes hamacar.



El living tiene muchos reglamentos; en la escalera no se juega, en el sillón no se salta y si pasas la rayita del suelo, está el peligroso territorio del gato… pero también es el lugar de jugar con los chiches con rueditas, está el teatro de títeres y muy cerquita la pared de las fotos especiales. Es el sector donde duermen los amigos nuevos… donde esperamos que vuelvan. Es donde nacen nuestras historias queridas.

El patio es el permitido de todas las cosas que ensucian, de la música fuerte, de usar todo el cuerpo, nos gusta tocar las plantas, mirar los bichos, dibujar el suelo, comer con la luna, bailar con la lluvia, mirar el cielo.

El baño es chico, pero en la ducha hay muchos mundos, aprender el uso del sanitario todavía nos entretiene, y lavarse las manos es el hit de estos tiempos de pandemia.

Cuando recuperemos los parques, cuando reaparezca el río, cuando podamos visitar a los abuelos, no nos tenemos que olvidar que este lugar, siempre se adapta para hacernos felices… y que entre todos le ponemos mayúscula a la palabra hogar.


No entiendo – Diario de encierro #10



Pequeños actos de resistencia

No es de ahora, es de siempre, desde hace años estoy a favor del mínimo consumo, amante de reutilizar hasta las últimas consecuencias, militante de no gastar en cosas que al planeta le cuesta generar, de no beneficiar a quienes abusan de las efemérides, de no entrar en obligaciones de compra impuestas por factores varios.


En este contexto vino Pascua y armamos muchas actividades con cosas que había en casa. Desde juegos y rompecabezas con cartón y bolsas de regalo reutilizado, hasta intentos de huevos con restos de la alacena. Así nació  una inolvidable Pascua puertas adentro, con el infaltable olor a chocolate, pero con el protagonismo de los juegos.


Mucho después de planificarlo, supe que los comerciantes estaban alcanzando precios intergalácticos para sus productos obligados y todas las familias sucumbieron ante la posibilidad de no privar a sus chicos de un gustito en el encierro.


Acá jugamos con le tangram huevo, abrimos conejitos de papel barrilete rellenos de pasas (apto bebé, para que Meri juegue y coma), buscamos un tesoro por toda la casa siguiendo pistas con imágenes de muebles y electrodomésticos que nos llevaron a una caja (reutilizada) con huevos 2D hechos con sachet de chocolate cobertura y toppings, hicimos huevos de jabón para cuando veamos a los amigos, jugamos un memo de huevos, nos sacamos fotos “saliendo de adentro de huevos” 


y el juego que más gustó (obviamente) fue el más barato (y eso que los ya nombrados fueron casi gratis): 


jugamos a romper cascaras de huevo con su martillo de madera, y después las tiró al suelo y las pisamos y jugamos a barrerlas y terminamos haciendo lluvia  de cascara de huevo molida y si, no parábamos de reír a los gritos.


De repente música y festejamos cantando que "todos los días del mundo existe una forma de resucitar", si... de Tan Biónica :) 


Sin dudas, nuestro festejo de Pascua nos hizo sentir que los pequeños actos de resistencia nos llenan el corazón de las formas más puras.  


Una jornada inmensamente feliz.


No entiendo – Diario de encierro #9



Sabores de entrecasa

Si hay alguien absolutamernte desconcertado en esta casa, es el horno. Esa enigmática puertita bajo la superficie de hornallas a la que solo abríamos para guardar elementos de baja rotación, ha sido un gran pasatiempo para Magui y papá. Entre milanesas y galletitas, papas, batatas o bizcochuelos, en estos días nos tentamos con jugar a cocinar. Es que por todas partes lo promocionan. 


Las redes sociales se llenaron de recetas simples hechas con ingredientes que hay en casa (las podrían haber revelado antes, no era necesario esperar  a este prologo de apocalipsis) y si vas a ver las publicaciones de la verdulería, de la juguetería o de un personaje público de cualquier género (actor, cantante, bailarín …) te encontras un tutorial. No faltan las que comparten amistades, y hasta la web del jardín nos quiere ver en la cocina. Entonces, allá vamos. 


Romper huevos, rallar limones, una alquimia poco usual en esta casa, que por nueva es efectiva y nos entretiene para jugar un buen rato (muchos pasos, manipulación de objetos, texturas, aromas...) y mimar el paladar (con diversos resultados, pero con el acento en lo lúdico)
Así me descubro tomando notas, guardando recursos para los momentos indicados y haciendo previsoras listas  para las ansiadas compras del super.


También incursionamos en las compras por paquete variado de verdulería y eso nos aporta vegetales que espontáneamente no solemos elegir y nos enfrentamos al desafío de incorporarlos a alguna preparación.
Las ganas de reforzar la vitamina C nos encuentran tomando soda con limón, exprimidos de naranja y preparaciones que contengan un poquito de cítrico, que nos gusta, pero generalmente nos olvidamos y no solemos preparar.

Claramente, estar en casa nos acerca a lo casero y será esa una pizca de lo que tenemos para aprender de este momento que nos toca pasar.
No entiendo nada, pero juego un rato en la cocina (suelo ser la que propone y saca fotos)


No entiendo – Diario de encierro #8



Autorretrato…. Lo que peor me sale

Nunca me supe mirar y es otra de la muchas cosas que no voy a empezar a hacer por estar encerrada.
Que veo si me miro… veo miedo a mirar mal. En un momento en que todos están  en desconcierto, yo estoy más ordenada que nunca (y me obligan a sentir culpa por eso). Mientras nadie sabe qué hacer con su tiempo, me encontré con mi tesis creciendo sana y fuerte, mis trabajos virtualizándose y hasta mis pasatiempos (como esta escritura) encuentran su ritmo y lugar.
Mientras los padres ya no saben qué hacer con sus hijos, solo florezco de propuestas, me sobran materiales e ideas, hasta me animé a contagiar por redes sociales y hasta di una conferencia on line.

Mientras pago una limpieza de casa que no obtengo, entendí la mismísima coreografía de una higiene básica y la casa se encuentra con  la dignidad suficiente para su habitabilidad, sin omitir que el resto del equipo hace mucho para que esto sea así.

Algunos pendientes hogareños llegaron a buen puerto, proyectos se amontonan por ver la luz y algunos elogios de personas insólitas hacen que esté ante la duda, pero llegando a la certeza de que algo no estoy viendo.

Me está costando mucho verle lo malo al encierro, me hice muy amiga de mi casa, voy habitándola de a sorbos, voy disfrutándola y padeciéndola, repensándola y sintiéndola.
Mi yo está en permanente mutación pero ahora en modo ascendente, en todos los roles de mi ser me siento cómoda y con las inseguridades de siempre, puedo animarme a decir que me caigo bien. Tengo ganas de hacer casi todo, tengo check list como para pasar el año en este paréntesis zamarreado, o como para salir mañana a cubrir otra enorme cantidad de asuntos.


Caprichos de cuarentena

Suelo querer cosas complicadas, suelo necesitar lo que es difícil de lograr, pero en este contexto estoy lejos de todo eso. Me encontró con ganas de aprovechar para hacer tantas cosas, que tengo una extraña sensación de que puedo con todo y no necesito nada. Como lo que hay, trabajo como puedo, juego con lo que tengo.

Pagar jardín y niñera, para hacer home office con las dos upa.... 

Veo problemas ajenos y siento que se ahogan en un vaso de agua (empatía, quien te conoce). Veo la preocupación por conseguir una librería con delivery para hacer tareas o la angustia por no poder comprar un regalo de cumpleaños y estoy profundamente convencida de poder resolver esos temas mucho más fácil y divertido con el pensamiento lateral y la creatividad, que tratando de saltar vaya del aislamiento. Hasta me entretiene un poco que los encuentros con amigos y familia sean en pantalla. Como un juego más.

Ante todo, me siento optimista, no me está faltando nada material, o al menos nada urgente, puedo esperar que el virus malvado deje de acechar en las calles. Ya estaba migrando al minimalismo de consumo, ahora me descubro cada vez más versátil al minimalismo de necesidades en el más amplio sentido. 

Yo, un ser amante del espacio público, llevo cuatro semanas sin pisar la vereda, la plaza, el museo, la biblioteca, la facultad.  Yo, un ser sociable, estoy en vínculo con pantallas sin el calor humano del espectáculo callejero, sin la complicidad del fulano, sin conversar con una vieja en la vereda, sin los abrazos (y acá no voy a cancherear, pero bué)… me faltan esas cosas y ni termino de extrañarlas.


Me falta viajar, y tampoco llega a dolerme. Siento que cada día en casa estoy más cerca del próximo avión, que nadie sabe cuándo va a ser, pero como nadie puede ir ni a la esquina, me sentiría tonta esperando viajar. Lo tengo como un anhelo en el mediano plazo, que me lleva a sonreírle a los mapas de mi casa con solo imaginarlo. Incluso, no entiendo como no tengo un próximo destino en la mira. El mundo me está preparando una sorpresa, y no me quiero adelantar.

Sigo sin saber de qué se trata (porque negación es mi lugar feliz) y también sigo sin creerle al virus su existencia, casi ni lo nombro, evadir los medios tiene sus premios.
No entiendo…. ¿Será la calma que antecede al huracán?