No entiendo – Diario de encierro #13



Cuando todo esto pase

De tantos que esperan que todo esto termine, yo creo que no quiero.
Ya se dijo mucho que nada va a ser igual y casi como en el mito de la caverna de Platon, no se si estoy lista para salir. Mucho menos para sacar a mis chicas. 
Y lo que menos me importa es el temido virus. Desde que entre a casa aquella última noche en la que usé calzado, me ocupé de no salir más. Fede trabaja fuera de casa y se convirtió en nuestro nexo con el mundo, desde las compras hasta sacar la basura, yo no salí más. 
El viernes llevó a Meri al pediatra, relata que no fue fácil. Pensar en que  a tus nueve meses, tu papá con barbijo te lleve a un sanatorio para que otro ser enmascarado te examine no debe ser fácil. 


Magui juega a ser mamá “Soy mamá y me voy a trabajar” me dice mientras se cuelga un maletín lleno de papeles, “me voy a trabajar y me pongo una mascara para salir” me aclara a cara descubierta, porque una cosa es enunciarlo y otra, hacerlo. Charlamos mucho la importancia de la mascara de papá (que se la pone en la vereda, pero se guarda en casa), con extrañeza accede a mirarlo con el cubreboca puesto, escasos segundo jugó a ponerse algo similar.


Vimos fotos de los abuelos con los rostros cubiertos, hablamos de las cosas que ni los mas grandes entendemos. Estamos tratando de habitar un mundo repleto de enemigos invisibles superpoderosos que cuanto mas nos juntamos, mas nos lastiman. Estamos contradiciendo a la unión que hace la fuerza, al menos en términos de abrazos.
No estoy lista para salir a una vereda de seres sin rostro que temen al contacto físico. No puedo esterilizar mi vida para limpiar los asesinos imaginarios que se me peguen en la calle. Me asusta pensar en la mirada atemorizada de quienes me vean olvidarme los nuevos estándares de convivencia urbana y todo esto mientras esculpo la psiquis de dos nenas afectuosas, apapachadoras y que hace mas de un mes solo abrazan a papa y mama.
Como les pido que no le den un beso a sus abuelos? Como les digo que se hablen de lejos con los amigos? Que circulen sin tocar nada? Como formateo todo lo que ya saben para incluir miedos que no termino de sentir? Como las dejo salir a una ciudad enmascarada a descubrir ojitos sin dueño?


Cuando todo esto pase, no habrá pasado nado. Cuando abramos la puerta, se van a meter los fantasmas. Los miedos y las dudas, los ojitos desorientados y habrá que alumbrar desde el lenguaje el nuevo mundo que nos toque habitar.



No entiendo – Diario de encierro #12



Lo extraño de extrañar

Quizás me encuentre ocupando el grotesco rol de optimista a ultranza, pero en mi nube de evasiones, hasta osé evadir que estaba terriblemente lejos de mi abuela que vive a dos cuadras y me sorprendí completamente cerca de mi amiga colombiana que se empoderaba  en su rol de enfermera. O veía a la misma distancia un grupo de música porteño, un titiritero santafesino y una reunión de cátedra, el recorrido y lugar de encuentro, era el mismo.

Fiesta de disfraces on line

No lo quise ver, pero al río Paraná, y el mar Mediterráneo los tenia igual de lejos, y tenía las mismas ganas de subirme al primer avión que autoricen en Ezeiza que a un colectivo de línea. La misma nostalgia de recorrer boulevard Oroño un domingo y de hacer dedo en Indonesia después del desayuno. Pasé a extrañar los paseos con Magui de tanto verlos relatados con añoranza en sus ojos con rayitas, y los extraño más cuando su lista de deseos incluye invitar a los abuelos por videollamada a una fiesta con luces y música en su habitación (explota de felicidad cuando hace planes de esos)

De fiesta con sus dos pares de abuelos

Por estos días charlo más con amigos de otras ciudades, porque los tengo tan cerca como a los que solía ver todos los días, y elegí ver más próximos los unos y no más remotos los otros, porque la unidad de distancia es la misma. Todos estamos a una pantalla.
Todos aprendimos a usar muchas formas de reunión virtual, aprendimos de todo lo que nuestro teléfono era capaz y entendimos capacidades propias que no nos habría interesado desarrollar (y tengo todas las ganas de olvidármelo)

Algunos aprendieron a extrañar los abrazos, otros ya sabíamos que eran muy necesarios y solo nos adaptamos a esperarlos un poco más. Es extraño no extrañar la rutina, porque es nueva, pero la de siempre y nunca se va, es muy astuta y sabe filtrarse por las hendijas de cada intento por eliminarla. Y lo más extraño es saber que algún día a esto tan extraño lo vamos a extrañar.

No entiendo por qué... pero sí.


No entiendo – Diario de encierro #11



Te invito a tu casa...

No te podes perder este lugar, tiene un montón de cosas que te encantan. En la planta alta hay un espacio verde artificial que puede ser un set de rodaje de mil películas nacidas del juego libre, un fueguito de tela para leer otra vez esos mismos cuentos y muebles verdes que se vuelven escenarios en momentos de descontrol. Muy cada tanto se encienden las luces de colores y es ahí donde suceden las mejores fiestas.



Abajo, junto a la pared violeta se cocinan platos típicos como el arroz, los fideos y las milanesitas congeladas, pero también se pueden probar recetas de dudosa procedencia, calentar arena o derretir jabón… todo en el mismo lugar. En esa mesa, los rompecabezas están más cómodos, las chocolatadas son las más rocas, y si miras hacia abajo, te podes hamacar.



El living tiene muchos reglamentos; en la escalera no se juega, en el sillón no se salta y si pasas la rayita del suelo, está el peligroso territorio del gato… pero también es el lugar de jugar con los chiches con rueditas, está el teatro de títeres y muy cerquita la pared de las fotos especiales. Es el sector donde duermen los amigos nuevos… donde esperamos que vuelvan. Es donde nacen nuestras historias queridas.

El patio es el permitido de todas las cosas que ensucian, de la música fuerte, de usar todo el cuerpo, nos gusta tocar las plantas, mirar los bichos, dibujar el suelo, comer con la luna, bailar con la lluvia, mirar el cielo.

El baño es chico, pero en la ducha hay muchos mundos, aprender el uso del sanitario todavía nos entretiene, y lavarse las manos es el hit de estos tiempos de pandemia.

Cuando recuperemos los parques, cuando reaparezca el río, cuando podamos visitar a los abuelos, no nos tenemos que olvidar que este lugar, siempre se adapta para hacernos felices… y que entre todos le ponemos mayúscula a la palabra hogar.


No entiendo – Diario de encierro #10



Pequeños actos de resistencia

No es de ahora, es de siempre, desde hace años estoy a favor del mínimo consumo, amante de reutilizar hasta las últimas consecuencias, militante de no gastar en cosas que al planeta le cuesta generar, de no beneficiar a quienes abusan de las efemérides, de no entrar en obligaciones de compra impuestas por factores varios.


En este contexto vino Pascua y armamos muchas actividades con cosas que había en casa. Desde juegos y rompecabezas con cartón y bolsas de regalo reutilizado, hasta intentos de huevos con restos de la alacena. Así nació  una inolvidable Pascua puertas adentro, con el infaltable olor a chocolate, pero con el protagonismo de los juegos.


Mucho después de planificarlo, supe que los comerciantes estaban alcanzando precios intergalácticos para sus productos obligados y todas las familias sucumbieron ante la posibilidad de no privar a sus chicos de un gustito en el encierro.


Acá jugamos con le tangram huevo, abrimos conejitos de papel barrilete rellenos de pasas (apto bebé, para que Meri juegue y coma), buscamos un tesoro por toda la casa siguiendo pistas con imágenes de muebles y electrodomésticos que nos llevaron a una caja (reutilizada) con huevos 2D hechos con sachet de chocolate cobertura y toppings, hicimos huevos de jabón para cuando veamos a los amigos, jugamos un memo de huevos, nos sacamos fotos “saliendo de adentro de huevos” 


y el juego que más gustó (obviamente) fue el más barato (y eso que los ya nombrados fueron casi gratis): 


jugamos a romper cascaras de huevo con su martillo de madera, y después las tiró al suelo y las pisamos y jugamos a barrerlas y terminamos haciendo lluvia  de cascara de huevo molida y si, no parábamos de reír a los gritos.


De repente música y festejamos cantando que "todos los días del mundo existe una forma de resucitar", si... de Tan Biónica :) 


Sin dudas, nuestro festejo de Pascua nos hizo sentir que los pequeños actos de resistencia nos llenan el corazón de las formas más puras.  


Una jornada inmensamente feliz.


No entiendo – Diario de encierro #9



Sabores de entrecasa

Si hay alguien absolutamernte desconcertado en esta casa, es el horno. Esa enigmática puertita bajo la superficie de hornallas a la que solo abríamos para guardar elementos de baja rotación, ha sido un gran pasatiempo para Magui y papá. Entre milanesas y galletitas, papas, batatas o bizcochuelos, en estos días nos tentamos con jugar a cocinar. Es que por todas partes lo promocionan. 


Las redes sociales se llenaron de recetas simples hechas con ingredientes que hay en casa (las podrían haber revelado antes, no era necesario esperar  a este prologo de apocalipsis) y si vas a ver las publicaciones de la verdulería, de la juguetería o de un personaje público de cualquier género (actor, cantante, bailarín …) te encontras un tutorial. No faltan las que comparten amistades, y hasta la web del jardín nos quiere ver en la cocina. Entonces, allá vamos. 


Romper huevos, rallar limones, una alquimia poco usual en esta casa, que por nueva es efectiva y nos entretiene para jugar un buen rato (muchos pasos, manipulación de objetos, texturas, aromas...) y mimar el paladar (con diversos resultados, pero con el acento en lo lúdico)
Así me descubro tomando notas, guardando recursos para los momentos indicados y haciendo previsoras listas  para las ansiadas compras del super.


También incursionamos en las compras por paquete variado de verdulería y eso nos aporta vegetales que espontáneamente no solemos elegir y nos enfrentamos al desafío de incorporarlos a alguna preparación.
Las ganas de reforzar la vitamina C nos encuentran tomando soda con limón, exprimidos de naranja y preparaciones que contengan un poquito de cítrico, que nos gusta, pero generalmente nos olvidamos y no solemos preparar.

Claramente, estar en casa nos acerca a lo casero y será esa una pizca de lo que tenemos para aprender de este momento que nos toca pasar.
No entiendo nada, pero juego un rato en la cocina (suelo ser la que propone y saca fotos)


No entiendo – Diario de encierro #8



Autorretrato…. Lo que peor me sale

Nunca me supe mirar y es otra de la muchas cosas que no voy a empezar a hacer por estar encerrada.
Que veo si me miro… veo miedo a mirar mal. En un momento en que todos están  en desconcierto, yo estoy más ordenada que nunca (y me obligan a sentir culpa por eso). Mientras nadie sabe qué hacer con su tiempo, me encontré con mi tesis creciendo sana y fuerte, mis trabajos virtualizándose y hasta mis pasatiempos (como esta escritura) encuentran su ritmo y lugar.
Mientras los padres ya no saben qué hacer con sus hijos, solo florezco de propuestas, me sobran materiales e ideas, hasta me animé a contagiar por redes sociales y hasta di una conferencia on line.

Mientras pago una limpieza de casa que no obtengo, entendí la mismísima coreografía de una higiene básica y la casa se encuentra con  la dignidad suficiente para su habitabilidad, sin omitir que el resto del equipo hace mucho para que esto sea así.

Algunos pendientes hogareños llegaron a buen puerto, proyectos se amontonan por ver la luz y algunos elogios de personas insólitas hacen que esté ante la duda, pero llegando a la certeza de que algo no estoy viendo.

Me está costando mucho verle lo malo al encierro, me hice muy amiga de mi casa, voy habitándola de a sorbos, voy disfrutándola y padeciéndola, repensándola y sintiéndola.
Mi yo está en permanente mutación pero ahora en modo ascendente, en todos los roles de mi ser me siento cómoda y con las inseguridades de siempre, puedo animarme a decir que me caigo bien. Tengo ganas de hacer casi todo, tengo check list como para pasar el año en este paréntesis zamarreado, o como para salir mañana a cubrir otra enorme cantidad de asuntos.


Caprichos de cuarentena

Suelo querer cosas complicadas, suelo necesitar lo que es difícil de lograr, pero en este contexto estoy lejos de todo eso. Me encontró con ganas de aprovechar para hacer tantas cosas, que tengo una extraña sensación de que puedo con todo y no necesito nada. Como lo que hay, trabajo como puedo, juego con lo que tengo.

Pagar jardín y niñera, para hacer home office con las dos upa.... 

Veo problemas ajenos y siento que se ahogan en un vaso de agua (empatía, quien te conoce). Veo la preocupación por conseguir una librería con delivery para hacer tareas o la angustia por no poder comprar un regalo de cumpleaños y estoy profundamente convencida de poder resolver esos temas mucho más fácil y divertido con el pensamiento lateral y la creatividad, que tratando de saltar vaya del aislamiento. Hasta me entretiene un poco que los encuentros con amigos y familia sean en pantalla. Como un juego más.

Ante todo, me siento optimista, no me está faltando nada material, o al menos nada urgente, puedo esperar que el virus malvado deje de acechar en las calles. Ya estaba migrando al minimalismo de consumo, ahora me descubro cada vez más versátil al minimalismo de necesidades en el más amplio sentido. 

Yo, un ser amante del espacio público, llevo cuatro semanas sin pisar la vereda, la plaza, el museo, la biblioteca, la facultad.  Yo, un ser sociable, estoy en vínculo con pantallas sin el calor humano del espectáculo callejero, sin la complicidad del fulano, sin conversar con una vieja en la vereda, sin los abrazos (y acá no voy a cancherear, pero bué)… me faltan esas cosas y ni termino de extrañarlas.


Me falta viajar, y tampoco llega a dolerme. Siento que cada día en casa estoy más cerca del próximo avión, que nadie sabe cuándo va a ser, pero como nadie puede ir ni a la esquina, me sentiría tonta esperando viajar. Lo tengo como un anhelo en el mediano plazo, que me lleva a sonreírle a los mapas de mi casa con solo imaginarlo. Incluso, no entiendo como no tengo un próximo destino en la mira. El mundo me está preparando una sorpresa, y no me quiero adelantar.

Sigo sin saber de qué se trata (porque negación es mi lugar feliz) y también sigo sin creerle al virus su existencia, casi ni lo nombro, evadir los medios tiene sus premios.
No entiendo…. ¿Será la calma que antecede al huracán?


No entiendo – Diario de encierro #7 Gratitud



Profesar gratitud

Muchas veces lo leí, lo escuche y hasta creo que lo dije. Es importante no estar parado en la carencia. Suelo recomendar ver la otra parte de la ausencia, pero no estoy segura  de haberlo escrito y no sé si lo voy a hacer con la fuerza que lo siento.
Hace tres semanas que no salgo y de alguna manera siento que podría pasar la vida así, es cierto que me falta el contacto 3D con los afectos, me faltan los paseos y extraño lo público, pero en los diez años que llevo viviendo en esta  casa, con mucho esfuerzo y siempre sintiendo que no estaba lista, le pusimos  mucha impronta personal y alguito de funcionalidad que hacen que hoy podamos habitarla cómodos.
Se me ocurren muchas cosas que cambiar, mejorar, agregar, pero plantada en la consigna; agradezco.

Agradezco ese patio chiquito, incompleto y feucho, el lugar de la casa al que todavía no le invitamos los merecidos albañiles y se ocupó de darnos el oxígeno necesario y el desmadre controlado, en el jugamos con tizas, con agua, con hielo, con arena y hojas, sacamos los rodados, armamos carpa y casita y alguna comidita.


Agradezco la cocina, que nos abrazó mucho, se volvió eje de reuniones, ritual gastronómico, desafío para probar cosas nuevas, oficina por poco tiempo, taller de arte largamente, momentos de juego, de baile y mucha exploración, tiene el mayor de horas de habitabilidad.

Agradezco el living, que tiene puntos en contra, el mal hábito del gato y la pésima elección de luminarias, pero el sillón nos congrega, ahí viven los títeres, los arrastres, la cocinita y algunos juegos que no solemos trasladar, en ese sillón alojamos 116 amigos nuevos y aunque nos da nostalgia rara verlo vacío, le tenemos estima de  saber que es nuestro  portal a la erosión de diferencias y la apertura de nuestra casa al mundo. Siempre somos felices cerca de ese sillón.

Agradezco mi pequeña-pequeña oficina, el lugar que podría ser el menos amigable, uno que siempre soñé, pero no termino de adecuar a mis necesidades. Ese armario donde se guardan mis proyectos y en estos días es el lugar donde estudio, trabajo, pero también donde me encuentro conmigo. Desde ahí es donde me voy, aunque estoy. Viajo a reuniones para las que me olvido que sigo en casa y me sumerjo en mi proyecto académico que por momentos me sostiene y por otros me tensiona. Ese rincón (literal) es parte de mi definición de este periodo especial del planeta.

Agradezco el baño, si. Me tomo unos renglones para agradecer al baño, porque Magui ya no usa pañal y lo está explorando todo el tiempo y porque Meri usa pañales ecológicos que vamos acopiando ahí. Porque en todos lados nos piden reforzar la higiene para evitar el contagio y porque una ducha es todo lo que hace falta para sanar cualquier rutina. Tener un baño con lo básico en marcha siempre es algo que agradecer.


Agradezco al dormitorio de las chicas, ese es un mundito aparte, tiene toda la magia que nos hace falta para jugar; desde la ventana con sol y enredadera, hasta el fueguito para leer cuentos en  la alfombra de pastito, las luces de colores con las que hacemos fiestas, la barra donde Meri  está empezando a caminar y las sillas bajitas con las que entrena para trepar, la puertita de ratón con la que inventamos historias, la biblioteca que fue la re protagonista de nuestros días, la mesa de dibujar, la cama de charlitas abrazadas antes de dormir y todos los chiches que nos llevan por las ocurrencias que compartimos desde la improvisación, es un lugar en permanente mutación y es una alegría poder contar con ese refugio para crecer en la fantasía.

Por ultimo agradezco a mi cuarto, el punto final, el lugar del caos, a donde llegar sin fuerzas y exigir que las fuerzas vengan, donde apilar pendientes y dejarlos cerca, por si los puedo avanzar desde la cama, la ropa que no sabe de qué clima sentirse, el calzado que lleva tres semanas sin ejercer, las bolsas con materiales para preparar sorpresas, los cuadernos con todo lo que siento necesidad de escribir, el guarda almohadas repleto de cosas incatalogables, las sillas que ya ni se ven y el placard luciendo papelitos que reordeno, tacho y tiro de cuando en vez.

Eso es mi casa, y si todo eso le agradezco al contenedor, mares de tinta no alcanzan para el contenido; desde Fede con su pasión para hacer cosas por la casa y su mágica gestión gastronómica, hasta KiaOra, el antigato con todo lo que se puede cuestionar y valorar de él, pasando por mis nenas que son las reinas del distanciamiento social y hacen disfrutable cada segundo de este forzado convivir en familia.

Como no estar agradecida al buen clima hogareño en el que me toca estar en casa, justo en un momento que desde acá tengo tanto por hacer, justo cuando ellas, él y yo podemos disfrutarnos y sentir que cada día esta donde tiene que estar.
Agradecer salud de los que viven acá y de los que entran por la ventana de teléfono y computadora a hacer que estemos juntos sin cruzar la puerta.
Agradecer que le encontramos la vuelta y la estamos llevando muy bien, que no nos cuesta convivir, funcionar en equipo, dividir roles, relevarnos en las tareas. Agradecer que mi abuela aprendió a contestar  videollamadas, que mis papas se entienden entre ellos, que mis hermanos están a gusto en sus casas, que mi trabajo se pudo adaptar y no tuvo que detenerse, agradecer que no hace nada de frío ni insoportable calor, agradecer que las autoridades lo están haciendo bastante bien.

Agradecer por todo y por todos. Gracias a mi… que me sé adaptar bastante.


No entiendo – Diario de encierro #6



Postal sonora

Vivimos en casa interna, pleno centro, pero poco ruido. Por momentos los fines de semana suenan pájaros. Por estos días, de la nada de siempre, se escucha aún menos. Rara vez la voz de un vecino. Poca atención le presté a las palomas. En las madrugadas (que las habito todas) se oye el camión del basurero. Ni una bisagra, ningún portazo, ningún grito. Pocas veces música ajena. Esporádicamente José (el perro de al lado). No hay bebés que lloren, gente que discuta fuerte. O al menos, no me entero. Solemos estar muy pendientes de nuestros propios juegos.

Hay días que a determinada hora se propone cantar una canción, o agitar una cacerola, las efemérides, las novedades, todo quiere buscar lugar en la agenda del aislamiento, sobran campañas con horario para aplausos, ruidos y silencios, por los políticos, los femicidios, los soldados de Malvinas, los chicos que están en sus casas…. Y van surgiendo formas todo el tiempo… pero la hora de los doctores es una cita obligada

A las 21hs cada día el sonido es el mismo. Aplausos, silbidos, gritos, algunas palabras que no llego a comprender. Todos los días a las nueve de la noche y por unos cinco minutos en todas partes se aplaude a los médicos que están poniendo el cuerpo en los lugares de donde nos pidieron que nosotros lo saquemos. Este ruido tiene un alto acatamiento por esta zona silenciosa de la ciudad.

Se siente esa mezcla de orgullo por los conciudadanos y angustia terrible por saber como lo están viviendo. Es de esos aplausos que te aprietan la garganta, porque parece que hay que llorar aunque el resto del tiempo nos olvidemos las razones que nos tienen en casa. La hora del aplauso a los médicos es casi sagrada, no hay que mirar el reloj para sentirlo. Es como un despertador que te sacude a la razón de todo esto. 
Irrumpe la cena y pone sobre la mesa el tema de conversación que no se puede/debe soslayar. 

Cenando hasta que suenan los médicos
Una comunidad aislada se junta en el viento en un cuestionable y cuestionado gesto de gratitud o una desesperada forma de querer ser parte de algo. Salir de casa por la ventana en forma de aplauso para encontrarse en el mismo viento con los vecinos. Y ser algo más que un conjunto de soledades, y ser más que individuos, más que individualidades.


No entiendo – Diario de encierro #5 - Un día, Magui se mudó al futuro



Ya hace más de un  mes que estamos en casa.

Esmeralda, antes de salir de la panza, pasó dos meses (de los nueve) viajando. 
Desde que salió, pasó un mes (de sus nueve) jugando en casa.



No nos falta nada. No nos podemos quejar. Creemos estar haciendo todo bien para que las chicas aprovechen el mucho tiempo en familia y podamos compartir las actividades que hacen a la rutina y sumar experiencias nuevas que se nos van ocurriendo... para condimentar.



Sin embargo, en los últimos días nos dimos cuenta que algo había cambiado, los relatos de Magui fueron mostrando un cambio tan sutil y contundente como ella.
Hace poquito, Magui se mudó al futuro... no sabemos si fue planificado o si accidentalmente sucedió, tampoco sabemos si ir a buscarla o dejarla ahí, no sabemos si ella sabe que está allá, ni podemos ver la fecha de ese futuro. Si sabemos los lugares donde transcurre geográficamente y con quienes está ahí.



Magui, queres que llamemos a los abuelos?
Si, un día, cuando se pase lo de los mocos, quiero ir a su casa

Magui, te acordas de ese museo?
Un día, cuando no estén más los mocos, quiero ir a este museo otra vez

Magui, te mandó un video Miranda
Un día, cuando se pueda salir, quiero que vayamos con Miranda al parque

Magui, te leo ese cuento?
Un día, hoy no podemos, pero cuando se pueda salir, quiero ir a un lugar y elegir otro cuento

Magui, que estas mirando en ese mapa?
Otro día, cuando se pasen los mocos, quiero viajar otra vez en un avión mucho tiempo

Magui, queres escuchar música?
Un día, quiero ir otra vez a donde estaban los que cantan "Te cuento del camino lo que vi" y "Firmamento"

Magui que hace ahí ese cuaderno?
Lo dejo acá para cuando lo lleve a María Auxiliadora, ahora no, porque está cerrado, pero cuando se pueda.



Sobran los ejemplos de todo lo que pasa en su rincón del futuro, cada tanto traza un puente y viene, cada otro tanto, sube al puente y se va...

Y así... desde hace unos días, no está ni triste, ni preocupada, no deja de hacer ni disfrutar lo de siempre, pero para cada hito del presente, tiene un evento en el futuro. Y si, le gusta lo que hace, y le gusta hacerlo con nosotros, pero la familia, los amigos y los paseos, son nuestro ritual cotidiano. Ella se adapta, su paciencia es infinita, pero su corazón necesita salir.



Entonces salimos... y desde el relato, las fotos y los cuentos, nos vamos a los lugares que nos gustan, con la gente que nos quiere...

... y nos vamos a la casita del mar con nuestros recuerdos, a la Biblioteca Argentina rastreando sus cuentos, a los museos de Rosario paseando entre sus folletos, volvemos a las calesitas y nos tiramos del tobogán con los amigos que tanto queremos, viajamos un ratito al pasado, para pasar fugazmente por el presente y seguir viviendo en ese futuro, que no sabemos donde queda, pero nos abraza fuerte.


No entiendo – Diario de encierro #4



Receta para ser feliz

En medio de la gente, sobreinformada sintiendo miedo, otros más fríos que especulaban con sacar partido de la situación, los desafortunados de siempre habitando los bordes de la media y los afortunados a quienes el arresto domiciliario les  da igual que una vacación… en medio de todo, ni mejor, ni pero que nadie, en casa tenemos la receta para ser feliz.



El ingrediente principal son dos niñas, lo que sigue es un montón de ganas de jugar, un poquito de creatividad, algunos recursitos y sobre el final de la tarde unas cuotas de paciencia.
Si el foco está puesto en ellas, sus juegos, risas y ocurrencias hacen imposible que exista algo más importante.
Aunque el fin del mundo les quiera robar el protagonismo.

De rutinas y adaptaciones

No podemos negar que somos animales de costumbres y para estar repletos del entusiasmo que nos caracteriza, necesitamos cierto orden. No fue muy planificado, pero aun en el cautiverio que hace a todos los días iguales, nos emergió esta rutina.

  • Cerca de las nueve de la mañana, las niñas no quieren dormir más
  • Jugamos un poco en la cama, en el dormitorio y desayunamos sin prisa
  • Charlamos las actividades posibles, desarrollamos un juego nuevo
  • Preparamos el almuerzo y terminamos con postrecito
  • Música y cuentos para hacer el noni cortito (Magui… Meri es anárquica)
  • Mamá estudia durante la siesta, si puede, si no… cuando esté papá
  • Segundo round, juegos más activos, re versionamos los más elegidos
  • Merienda y más juegos. Tiempo de juego libre
  • Preparación del ritual de la cena. 
  • Videollamada con seres queridos
  • Ducha opcional, no hay mucha exigencia
  • Dormitorio con juegos calmos, maratón de cuentos, música de noni
  • Tipo tres de la mañana, mamá despierta recibe la visita de Magui que se queda en la cama, donde los cinco (gato incluido) descansamos

Dentro de esta rutina las adaptaciones se asocian a lo laboral, una reunión on line o un horario de videoconferencia hacen que mama y papa tengan que coordinar tiempos 
La otra novedad son las compras, el supermercado es todo un evento y las cosas se hacen con lo que hay. No existe posibilidad de pensar en ir a la librería, a buscar un algodón de azúcar o un regalo de cumpleaños... todo lo suplimos ocn imaginación y ejercitamos gozosos el pensamiento lateral (pensar sorpresas para cumples pasó a ser un juego en sí mismo)


Y por último, algo que no hacemos mucho, pero puede pasar, es sumarnos a actividades en vivo, gente querida, o gente a la que seguimos en actividades y pautas de encuentro, o te invita a mandar cierto tipo de fotos, o elegimos mandar algo para sentirnos conectados, además de las muchas videollamadas en familia, por momentos nos subimos al tren de algún entusiasta, como parte de nuestras nuevas prácticas y los pocos minutos de pantalla permitidos (siempre desde el producir y nunca desde la pasividad anestésica).

No entiendo la receta, pero nos sale muy rica



No entiendo – Diario de encierro #3



Aquella semana se detuvo el ritmo escolar, mamá pasaba a estar en casa más tiempo. Para la segunda semana el aislamiento obligatorio alcanzaba a toda la población y dejaba salir a los imprescindibles, como papa que trabaja en salud. 

Con el correr de los días se reforzó la idea que no eran vacaciones y por las malas nos empezamos a hacer amigos de la virtualidad. Trabajar desde casa, reuniones planificaciones, adecuaciones de lo de siempre pero en 2D, de pronto en todas partes se volvió inevitable aprender a hacer cosas y en pocos días todos los niveles de educación comenzaron a circular en las plataformas on line y hasta la seño del jardín nos proponía cosas para hacer en casa, igual que yo tenía que hacer videos, audios y  colgar links para los universitarios de tres carreras.



Los teléfonos ardían de mensajes. Chistes, información, actividades sugeridas, gente sola buscando compañía y gente con mucho tiempo que no estaba acostumbrada a tenerlo. Algunos se mostraron a gusto, cocinando platos elaborados o mirando películas postergadas, otras se sentían encerradas, muchos se quejaban de la soledad, más se quejaban de las compañías.

Al mismo ritmo que el trabajo, se virtualizó la vida social, todos los tutoriales del mundo y todo el mundo estrenando talento para hacer tutoriales; deportes, cocina, música, arte, para todos los gustos, un montón de gente dispuesta a entretener y un montón de gente necesitando ser entretenida hicieron que se tejan redes de lectura de cuentos, de plegado de grullas, de recomendadores de películas, de datos de rubros a domicilio…

La consigna de no salir de casa nos convertía a todos en héroes en pantuflas para salvar la humanidad, mientras, por las agobiantes redes sociales circulaban hipótesis sobre el virus, el aislamiento, el ecosistema y el deber ser. Todos tenían más tiempo para decirte que hacer, todo estaba al alcance, aunque no pudiéramos tocar nada. 

Todos estábamos más conectados que nunca, con todos.
No entiendo como todos creímos estar más conectados que nunca.


No entiendo – Diario de encierro #2



Somos una familia inquieta, nos gusta pasear, recorrer, visitar, estar presentes en el espacio público y muy cerca de mucha gente. Cuando el jardín cerró sus puertas no pareció terrible, cuando la biblioteca canceló la sala de lectura nos preocupó un poco más. Cuando nos alejaron hasta la posibilidad de ir a la plaza, la entendimos como una oportunidad de explorar nuevos juegos

Hay en una página de mi agenda un listado de juegos para hacer en casa que suele funcionar como reservorio de datos ocurrentes que me llena de expectativa explorar. Con la constatación del aislamiento obligatorio, comenzamos a repasar los favoritos y ensayar los que no habíamos podido estrenar. La casa se convirtió en nuestro universo y cuando el 20 de marzo no pudimos ya contar con ayuda para la limpieza, el desafío aumento su dificultad. Como se hablaba de muchos días, no quisimos pecar de atolondrados y fuimos combinando juego libre con actividades muy pautadas.



Así, una mañana armamos la ronda para leer cuentos a modo de fogón de campamento, otro día filmamos un instructivo de porteo ergonómico para juguetes, un poco de títeres, bastante de música, tiempo para jugar con masa, hacer collares, cocinar, teatro de sombras, juegos de mesa, cartitas, acuarelas, juegos con hojas de otoño, disfraces, rompecabezas, plasticolas, experimentos, coreografías, montamos una ciudad y habitamos la casita, apilamos bloques de madera, encastramos bloques de plástico, leímos montañas de cuentos, los narramos, los grabamos, los representamos y los compartimos, escuchamos audiolibros en voces de amigos, llenamos de circuitos de tiza el suelo del patio, ensayamos letras, descongelamos hielos con chiches atrapados, practicamos peinados nuevos, nos sacamos muchísimas fotos divertidas, pintamos con los dedos, con las manos y con los pies, usamos nuestros medios de transporte en casa; el avión, el tren, el camión de bomberos, el monopatín y estamos empezando con la bici, también exploramos el pelapapas y la regla.

Hicimos varias tortas, muchas gelatinas, algunas galletitas, y todas las cenas, jugamos con agua en el patio y jugamos en toda la casa con los chiches, con el cuerpo y con la imaginación, y entre todo ese juego inventamos imágenes y videos para que la gente que nos extraña sepa que estamos bien, que estamos a pura risa (y se rían con nosotros desde su casa). 

No sabemos si es exagerado, no sabemos qué está pasando afuera, no sabemos que tendríamos que estar haciendo, pero elegimos jugar.
No entiendo una forma distinta de pasar este tiempo. Juguemos.


No entiendo – Diario de encierro #1



Acostumbrada a los diarios de viaje, zambullida en mi rutina autoimpuesta, casi no me entero de un fenómeno sobre el que todos escriben. Siempre alerta a la reflexión sobre novedades o cositas cotidianas, me parece que nunca supe que estaba inmersa en algo escribible.

Y es solo así que lo estoy viviendo. Sumergida en mis pendientes, me olvide de fijarme que las cosas estaban raras, simplemente no lo vi. Porque no lo quise ver, no lo pude sentir. Hoy hace exactamente dos semanas que no salgo a la calle, que no me asomo al pasillo, que no toco dinero ni llaves, que no me pongo perfume ni calzado. Hace dos semanas que estoy en casa. Yo y gran parte del planeta. Y es que pensarlo así suena raro, pero es ruidosamente cierto. Creo que como no me sale verlo, no se me hace tan grave como parece que es.

Llevo un par de años escapando a las noticias y toda una vida fugada del pánico general. Cuando hace más de un mes se hablaba de una enfermedad nueva no me importo para nada. Tardé en conocer su nombre, creo que ignoro sus síntomas. No me gusta el pánico que a muchos les conviene generar.
Me rodeo de comunicadores, a muchos les sonaba tan repetido como a mí; gripe porcina, gripe aviar, hasta évola… todas pestes dispuestas a acabar con la humanidad que habían terminado por desvanecerse de los medios antes de llegar a impactar en el mundo real más que como paranoias pasajeras (menospreciando el asunto…. Desde la más trivial negación)

La última semana de “normalidad” no estuve ni cerca de esperar que las autoridades nacionales se lo tomen tan a pecho, la gente ama exagerar y hasta me sonó a vagancia la primera vez que escuche a alguien insinuar una cuarentena.
El domingo fue un día que tendría que haberme hecho más ruido, quizás lo hizo y no quise escuchar. Pase la noche en un cumple familiar, descontracturado, divertido, intimo. Nada me pareció fuera de lugar, pero había que ser muy necia para no verlo. Lo fui. Cinco de los invitados (a una fiesta de veinte personas) no se habían hecho presentes por prevención a potenciales contagios y la gran ausente con aviso que iba a ser mi hermana, estaba ahí presente, tras postergar su mudanza a otro continente prevista para un par de horas más tarde del evento.

Un instituto espectral

Bailamos, comimos y reímos, como siempre, o más que nunca. Volvimos a casa tarde, con el escepticismo de siempre. La mañana siguiente se inició con muchos correos electrónicos comentando adecuaciones a protocolos sanitarios, se empezó a modificar el calendario académico y circulaban rumores de disturbios, desabastecimiento y saqueos. Rarísimo, mucho. Esa noche fui a tomar examen  a un instituto vacío que desde el día siguiente ya no iba a abrir sus puertas. Ya no había escuelas, se empezaron a reducir los horarios de atención, todas mis actividades programadas se cancelaban aceleradamente. En casa, mucho no se notó. Volví a mi casa por última vez cerca de las nueve de la noche del lunes 16 de marzo.

El 20 de marzo la cuarentena se volvió obligatoria y yo todavía no entiendo nada.