No entiendo - Diario de encierro #21

 


Y en medio del miedo, aparecen los malos conocidos.

Desde siempre la medicina y sobre todo la prevención, se han ejercido de la mano perversa del miedo. La estrategia para que te cuides, parece que es asustarte. Como las fabulas infames con las que sometían a las infancias a la siesta, como el inmundo fantasma del "lo hago por tu bien". Las peores atrocidades se cometen en nombre del amor. Porque no dudo de las ganas de hacer las cosas bien. Reniego de los métodos.


Entonces me pasó. Me dolía la garganta, y después de dar vueltas evitándolo, terminé consultando en la guardia de un sanatorio. Lo cuento, porque este es mi diario de encierro desde hace meses, pero también lo cuento, porque en retrospectiva, me enoja y escribir me alivia... fue así;

Puerta del sanatorio. Guardia de seguridad. Pregunta los síntomas. Alcohol en las manos. Me da un barbijo y me pide que reemplace el mío. Me indica un camino, un mostrador, un segundo momento para repetir que me duele la garganta. Es un recepcionista que no quiere ver mi credencial de obra social, que no me da su birome para que firme la consulta. Que me evita. Que me manda a un pasillo a esperar que me llamen. En simultáneo, sale una señora acompañada de una médica revestida en material descartable "Hacele el alta, se queda internada", la señora está asustada. Llego al pasillo y los carteles son muchos: "Área Covid". Empiezo a confirmar que no me están entendiendo la sintomatología.


La puerta se abre, alguien me nombra, le cuento lo mismo; Dolor de garganta. 

-Vamos a tener que hisopar - se anticipa. 

- Me pasa todos los años - le cuento. 

Me mira la garganta, no encuentra nada, refuerza su diagnóstico, se aleja a una computadora, me pide algunos datos, me hace otras preguntas.

- ¿Algún otro síntoma? - me recita todos los síntomas que ya conozco y no tengo

- Nada

- ¿Dolor de cabeza?

-Bueno, trabajo muchas horas en la computadora, siempre me duele la cabeza

-Si son dos síntomas, hay que hisopar, ¿a que te dedicas?

- Trabajo desde casa, no salgo para nada

- ¿Tu pareja?

- El sale a trabajar

- Los asintomáticos también contagian, igual hay transmisión comunitaria, no tenes placas, es viral, y si es un virus, es covid, te hago la fichita, decime el nombre de todos los que viven con vos. La gente del laboratorio te va a explicar. Hay dos formas, público o privado. Privado son 48hs, público, no sabemos. Elegí vos. Salí al pasillo, te llaman por apellido. ¿Todo bien?

- Y... no, todo mal. No esperaba esto.

Me mira sorprendida, le parece un error mío no haber ido sabiendo este final. No me dice nada. Salgo. Sale. Se pierde en una de las muchas puertas.



En el pasillo todo es silencio.
La señora de la internación está sentada, sigue pareciéndome asustada. Habla por teléfono; "ni vengas, no te van a dejar pasar", le dice a alguien resignada.
La espera se me hace larga. Comienzo a intercambiar mensajes, consulto si público o privado. Desde casa me dicen que paguemos para reducir la incertidumbre. Llamaditos a la gente cercana para pedirles que se aíslen hasta tener el resultado.
Mientras espero, todos los síntomas que no tenia comienzan a manifestarse. Todos los recaudos que tomé comienzan a sonar obsoletos. El pasillo mudo y blanco se siente escalofriante. Espero. Mucho. Suspiro.



Llega la persona del laboratorio, creo que es una persona, solo veo cosas descartables que amenazan la continuidad de la vida humana en el planeta. Pienso en la cantidad de basura que se genera. Pienso que alguien lucra con eso. Pienso que no piensan a largo plazo. Se me hace un nudo en la garganta, me vuelvo a acordar que estoy ahí por dolor de garganta y que no tengo ningún remedio recetado para revertirlo.
Otra vez recito mi cuadro, se me acerca con dos varillas largas y me pide llevar hacia atrás mi cabeza para explorarme. "Tengo que meter uno de estos en cada narina, si te quedas quieta es un ratito, si te moves, lo tengo que repetir". Entre anticipo y amenaza, todo mi cuerpo se tensa.
Me disculpo por posibles movimientos involuntarios y por daños que estoy segura de causarle, le aviso que soy impresionable, le pido perdón, le pido paciencia, le pido tiempo. Igual sucede. Con un palo saliendo de mi nariz, arrugo la cara y mientras siento que eso gira en mi interior le digo "Esto es horrible". Y lo vuelve a repetir del otro lado. "Pensé que me ibas a hacer renegar más", me confiesa. Me cuenta algunas anécdotas de su tarea cotidiana. Le pregunto estadísticas. Dos de cada veinte son positivos. Me sorprendí. Hoy me parece obvio.
Demoro en levantarme de la silla, me duele toda la cara, la sensación es espantosa, la contención es inexistente, la mezcla de emociones se agolpa en los brazos (no sé porqué), los siento pesados. Igual, junto mis fuerzas pocas (de humanidad no tenida en cuenta) y me voy.
Me molestan los diagnósticos invasivos. Me molesta que me rompan para ver si hace falta armarme. 
El virus se contagia por hablar, por reír, por cantar. Vive en los metales, en la ropa, en la piel, pero para ver si está en el cuerpo analizado, te cruzan las vías respiratorias hasta donde llega el bastoncito recto en una maniobra solo equiparable a la tortura. No tiene sentido. Ni eso, ni nada.
Espero 48hs, con mil fantasmas, con mensajes de aliento, con estadísticas, ejemplos, algunas búsquedas de más información y algunas necesidades de evadirme del tema. Mando un mensaje al número telefónico que me pidió el pago. Repito mi correo electrónico y entonces, entra el resultado. Dudo. Tiemblo. Abro.
Es negativo.
Era evidente.



En el fondo, mi diagnóstico lo hizo el guardia de seguridad, lo confirmó el administrativo, lo autorizó la médica y lo ejecutó la bioquímica. Solo lo refutó la evidencia empírica.
Igual me duele la cara.
Nada hicieron por mi dolor de garganta. Entonces lo asocio a otro de los titulares de los medios de (des)información; arden las islas y lo sigo respirando. Me duele el humedal.
Es todo y nada. Es distinto y es lo mismo.
Es el virus y todo tiene que ver con eso. Es el ecocidio y nadie quiere hablar de eso.
Es el lucro en ambos casos y hace falta revisar patrones humanos con demasiado arraigo, y nadie lo va a hacer. Es revisar las prácticas de salud y discutir con sus ideas cristalizadas. Es pensar donde ponemos el foco, que es lo importante. Hacia donde va la vida. Para que la vida. Para quien la vida.

No entiendo hasta cuando... 


No entiendo - Diario de encierro #20



Quizás nadie se dio cuenta del poder de una letra. Prefiero creer eso. Quienes trabajamos con el lenguaje sabemos que al decir, creamos el mundo que habitamos... es muy largo de explicar, pero créanme que es cierto, y hay mucha gente que después de estudiar muuuuucho, respalda esto que digo.

El punto es ese,  si digo que alguien es población DE riesgo, lo pongo en un cuadro peligroso. Se trata de alguien riesgoso, de temer. Hablar de población EN riesgo es muy otra cosa. Es gente que corre peligro, que necesita ayuda, es de proteger.

Desde hace más de siete meses los adultos mayores fueron sumidos en la categoría DE riesgo, cuando no lo son. Son personas EN riesgo, cuyas defensas no les serian suficientes para protegerlos del virus que nos mantiene encerrados. Son personas grandes, personas con mucha vida vivida, en su mayoría sin un trabajo que virtualizar, porque alcanzaron su merecida jubilación. Son personas que han sido atemorizadas por los medios de (des)información, que han sido corridas de sus rutinas, que han sido aisladas de sus afectos, que han sido encerradas en soledad. 


El cumple de la abuela


Quedarse en aislamiento para muchos adultos mayores, es estar sin ayuda para las tareas domesticas, es tener poco coraje para consultar un médico a domicilio, es el miedo a ir a una guardia ante cualquier malestar, es no molestar a los hijos con "cositas tontas" y tratar de resolver cosas que ya no les resultan simples (como cortarse las uñas de los pies, o limpiar el piso), es no querer interrumpir y esperar que suene el teléfono, largas horas, eternos días o infinitos meses. 

En muchos casos la soledad se combate con pantallas (como las que ahora juntan tus ojos y mis letras), estas pantallas representan para la población EN riesgo un gran desafío, y en muchos casos deviene en frustración, y termina en una baja de la autoestima. Entonces el combo es trágico... es una mezcla perversa de soledad, aburrimiento, sentirse en peligro de muerte y sentirse un inútil con un aparato que no le hace de ventana para ver a sus seres queridos del único modo recomendable.

¿No será mucho?

Dice la murga; "Si he de morir, que me muera de tanto vivir" (Agarrate Catalina 2008)

Entonces la gente se va enfermando, no los mal llamados DE riesgo, o si; esos y los otros... y las listas de gente se hacen más largas, y los nombres conocidos empiezan a multiplicarse, y el riesgo se hace mas palpable, quizás lo sentiste cerca, quizás te pasó, quizás perdiste a alguien querido, quizás te está pasando, con mucho síntoma, con poquito, asintomático, porque el bicho tiene toda la versatilidad de hacer lo que se le ocurre en cada cuerpo.

Y sucede lo esperable... los médicos de algún apunte tomado más cerca del pasillo que dentro del aula, o con algún recurso más de la experiencia que de la bibliografía, deslizan con timidez o quizás con fe, que lo importante es que el paciente no se desanime. Comienza a resonar la importancia de la fortaleza anímica. El humor, el optimismo, las ganas de estar bien. Eso, sin una red, sin un abrazo, sin un beso pegoteado de chupetín, es mucho más difícil. Eso, después de siete meses de arresto domiciliario, es muy duro.


El barbijo casi como gorrito de fiesta


Sin embargo, y sin ponerse colorados, lanzan el remedio que conocemos, y con muchos recaudos, y con bastante miedo, nos animamos a ir a mirar a los ojos a los que están en riesgo, y nos arriesgamos a hacerlos reír, y compartir una charla en torno a una mesa, nos aventuramos a hacer que la vida no se les vaya tratando de estirarla. Porque lo cualitativo tiene más profundidad que lo cuantitativo, porque vemos que nos necesitan en tres dimensiones y porque hay razones del corazón que la razón no entiende.



No entiendo - Diario de encierro #19 - Momento crisálida



Qué hacer cuando mucho no se puede hacer…. (hoy, una mirada optimista!)

Trabajar desde casa está muy lejos de ser un sueño o algo simple de compatibilizar con dos nenas pequeñas upa. Estar en casa, es estar con ellas, porque viven acá, porque no hay jardín, porque no hay chance de que conciban mi ausencia en plena presencia.


Trabajar en casa
Trabajar en casa


Sin embargo, aunque virtualizar la rutina laboral no fue fácil, lo hicimos (con cada uno de mis equipos, con esfuerzo, con amor, con creatividad, con resiliencia...) y lleva más tiempo que el año pasado. Todo es más lento, requiere nuevos aprendizajes tecnológicos, nuevas cadencias, nuevos silencios y muchas preguntas. Pero trabajamos. Con un poco de buena voluntad (y ganas de encontrar algo bueno entre tanta cosa no positiva), como miembro de varios equipos de trabajo, me encontré con la versatilidad de la corporalidad. Ya no había que tener presente el tiempo de traslado en ningún caso, ni la sincronicidad en la mayoría de los momentos. Entonces, ese aspecto del tiempo, empezó a rendir más.

El teletrabajo tiene sus límites, y cuando logré acomodar mi tiempo, descubrí que podía adelantar clases, compartir reuniones, acelerar mi tesis, guiar tesistas y retomar hobbies… de repente el mundo entero se volvió lienzo en blanco, porque cuando se abriera mi puerta, no íbamos a salir igual que como entramos y yo tenía todas las herramientas para empezar a garabatear quien quería ser (como siempre, igual, pero distinto).

El momento crisálida en su máximo esplendor.

Estar en casa sirve para mirarnos, para conocernos y para pensarnos. En ese pensarnos, anida un rediseñarnos. Y ese rediseño, como tarea cúspide del inmerecido proceso de cuarentena, solo puede ser el motivo de alegría, de colorear las alas de la mariposa que está por volar.

Como todas las cuarentenas, en casa también se comenzó con aprovechar el tiempo para ordenar cajones, estantes, cajas, bolsas y en ese proceso, revolotearon fantasmas de proyectos abandonados que esperaban estos movimientos para volver  a flotar en el aire.

Con nostalgia y mucho respeto, fui haciendo lugar al reclamo de los fantasmas de mis otras vidas. En algunos casos para archivarlos desde el amor, pero en otros con la duda latente de su inexplorado potencial. De esta manera, mi lista de pendientes crecía cada día y los check list se multiplicaban junto a mails y mensajitos a potenciales compañeros de ruta para cada uno.

Con más tiempo, el encierro nos fue aplacando la adrenalina a todos y muchos de esos fantasmas de proyectos aún atractivos, se fueron a dormir a nuevas cajas, prolijas carpetas, o renovados rincones a la espera de la siguiente oportunidad.

Sin embargo, como ejercicio constante, retomar hábitos creativos, volver a rutinas de redacción de proyectos, sistematizar materiales, apuntes, objetos, ideas…  sumar conocimientos, asistir a charlas y formaciones virtuales, leer artículos, libros, apuntes y narraciones de experiencias ajenas, sigue siendo maravilloso y un lindo momento puertas adentro.

Y ahí sigo… aprovechando los momentos de interiores para preparar el despliegue de mundo exterior.

No entiendo si es tan bueno como lo pinto, o si solo necesito dibujarme un éxito en medio de un año planetariamente complejo de ponderar


No entiendo - Diario de encierro #18 - ¿Para/de qué hay que cuidarse?

 

Hace unos años, una tragedia local, me permitía reflexionar acerca del Cuidado y yo escribía...

"Cuidado con las enfermedades. Cuidado con el cambio de clima. Cuidado con los insectos. Cuidado con tránsito. Cuidado con los accidentes. Cuidado con la inseguridad. Cuidado con los extraños. Cuidado con los barrios peligrosos. Cuidado con las actividades riesgosas. Cuidado con la gente mala. Cuidado con el stress. Cuidado con la inflación. Cuidado con la mentira. Cuidado con el miedo.
Y una mañana como cualquier otra, el techo de tu casa, el lugar donde estabas seguro, se te cae encima.
Cuidado con no vivir cada día como si fuera el último.
Cuidado con creer que el futuro depende de nosotros.
Cuidado con pensar que podemos ser felices recién mañana". (Yo, 2013)

Hoy la palabra "cuidado" sobrevuela cada conversación, ensombrece los vínculos, contamina los mimos. Hoy hay que cuidarse de las escuelas, de los clubes, de las fiestas. Un enemiguito invisible nos acecha en los rincones más inverosímiles y el peligro son las plazas, los afectos, los abrazos.



Entonces nos empezamos a cuidar de la soledad, y reinventamos los festejos, nos empezamos a cuidar del aburrimiento y reinventamos las casas, nos empezamos a cuidar de la monotonía y reinventamos la rutina.

Todo con cuidado, todo por cuidado.

Y mi costadito museológico saca del archivo el viejo conflicto acerca de la conservación del patrimonio. ¿Para qué cuidamos un cuadro, un objeto? ¿Cuál es el sentido de cuidar al extremo eso que consideramos valioso al punto de vaciarlo de función social? ¿Para quién lo cuidamos? Aquella empolvada discusión sobre conservar edificios, obras de arte, bibliotecas y hasta especies en extinción, cuestiona el límite de conservarlo lejos de todo y de todos. ¿A quien le sirve? ¿Para qué un cuadro en un depósito oscuro? ¿Para qué un edificio inaccesible en constante riesgo de derrumbe? ¿Para qué libros preservados que no se pueden tocar/leer? ¿Para qué animales enjaulados cuya especie no reúne las condiciones para sobrevivir?
El gran problema de los interrogantes abiertos es que siguen ahí y vuelven a aparecer con nuevos colores, nuevas jugarretas éticas, nuevas opiniones a favor y en contra.

2020 ¿Para que cuidamos el cuerpo?
Naturalmente no podemos desconocer que a todo esto le sigue un nuevo debate a propiciar, que nos invita a reflexionar si creemos que la salud es el cuerpo, si creemos que no hay relación entre las emociones y las enfermedades, si todavía pensamos que los parques, los teatros y los encuentros no son salud.

No entiendo la cinta de "peligro" que recorre los juegos de todas las plazas... desde hace siete meses.