Mi universo de pseudo hippie-hiper ecologista que no sabe andar en bicicleta, podría haberse resumido atornillando a la parte de atrás de mi cadera el simpático cartelito de “un auto menos” y eso me hubiera hecho feliz. Soy consciente y ferviente defensora de que no hace falta que haya un auto por habitante, no creo que eso resuelva en las grandes ciudades los problemas de desplazamiento. Organicé casi toda mi vida en distancias abarcables a pie, y para cuando los trechos se alargan, me autoproclamo abanderada del transporte público. Disfruto del paisaje humano al interior del colectivo y de los incomparables tres privilegios de encarar un taxi; 1) tener chofer diligente e incondicional. 2) no perder tiempo en buscar lugar para estacionar. 3) bajarme justo en la puerta de donde quiero ir. Todo eso es mi mundo de traslados, el auto particular renuncia a estos tres privilegios y suma el trayecto desde y hasta la cochera, el tiempo de espera para cargar nafta y la responsabilidad del mantenimiento y aseo del vehículo.
No, no es más cómodo.
Sin embargo, hay un día en la vida de una esposa, en que sucede la epifanía y una descubre una verdad que siempre estuvo ahí: ciertamente el auto está en indivisible e irrefutable relación con la virilidad (inviten a Freud o a McLuhan a esta charla y me darán la razón)
Pasando el celestial momento de la tan cuantiosa revelación, la esposa entra en uso de sus facultades de habilitación del consenso y decide cometer un acto de amor, en detrimento del hippismo (que si se escribe con una sola "p" es casi su antitesis) que puede ser entendido por muchos como una derrota, pero es una renuncia; Ok, querido, compralo.
Toda esta dulcificación de la escena no estaría completa sin citar las clausulas del convenio marital (siempre presentes al final de las decisiones en que alguien tiene que ceder)
La primer máxima que regirá la presencia del miembro motorizado de la familia (¡ay!) es: él estará a nuestro servicio y no al revés. Parece una verdad a voces, pero hace falta aclarar esto, mientras que yo jamás voy a renunciar a nada por lavarlo, ni para protegerlo, él aceptará (me preocupa estar confiriéndole el poder de tomar decisiones, pero creo que es obvio que me refiero a su promotor) ir a lugares en los que corra riesgo de ensuciarse o resignar parte de su seguridad. En pocas palabras, cuando hagamos trabajos sociales no vamos a evaluar que el bichito pueda pasarla mal, es su trabajo estar a nuestro servicio.
Otra clausula inviolable es; cualquier tipo de material se carga en el auto (está para eso). Viene ligada a la anterior. Si nos va a prestar servicio, trasladará lo que haga falta, desde metales y maderas, hasta cargamentos de donaciones y mascotas, sin importar lo peludas o malolientes que sean (aplica para personas).
La tercera regla que debe respetar es no ser un auto menos, pero ayudar a quienes si sostienen la consigna, y en esto quiero ser muy clara; apoyo más la postura de ellos que la mía. Todo aquel que necesite ser trasladado, lo será. Esta regla, además de una justificación ideológica está emparentada con la gratitud que de manera muy indirecta manifestamos a todo aquel que en nuestra etapa peatonal de la vida nos ofreció traslado, por todas las veces que distintas personas se solidarizaron con nuestros desplazamientos en días de lluvia, o de frio, de difícil transporte público o de largas distancias, ¡gracias a ellos! (en formato replicar su gesto). Es por esto que jamás abandonaremos un sitio sin preguntar si alguien necesita ser trasladado y jamás nos negaremos a desviar o retrasar nuestro camino por llevar a alguien. Es nuestro deber.
Dicho lo que antecede (y atravesando la intención de comprar un usado para terminar extrañamente dando a luz un cero), se le dio la bienvenida al cuadrúpedo rodado, esperando que haya entendido que si no iba a ser un auto menos, tenía que compensarlo con una función social, y creo que lo entendió porque antes de cumplir una semana, ya tenía las ruedas en el barro para hacer servicio a la comunidad, aprendió a apilar mas pasajeros de los que entran en sus proporciones y a asilar objetos insólitos.
Todavía no entiendo a la gente que tiene un auto, pero pongo mis razones al servicio de la sustentabilidad mientras en casa hay uno… es como todas las herramientas, no son esencialmente malas, solo son mal utilizadas, igual no entiendo… y no rendir el carnet de conducir es el último bastión de mi resistencia… próximo a caer.
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