Hay algunas cosas que la vida moderna no me va a poder sacar. Algunas comodidades que no me serian cómodas y algunas actividades retro que me hacen muy feliz.
Cuando yo era chica, no tuve grandes hazañas con la heladera familiar de mi casa. Poco es lo que recuerdo de la heladera de mi abuela; solo que era petisa y estaba siempre excesivamente llena, tanto que mirar a su interior equivalía a no ver nada… barroca por dentro, pero súper minimalista por fuera, con muy poquitos imanes que había elegido ella, siempre en el mismo orden que hasta hoy (en una heladera más grande y moderna) conservan, nunca accede a agregar ninguno más. Menos recuerdos tengo de la heladera de mi bisabuela; enorme, aparatosa y pesada, con una manija muy dura y agarrada como “refuerzo” con una cámara de bicicleta (quizás por temor a que se le escape la manteca ¿?), cuando me pedía que le alcance algo, nunca la podía abrir.
No, las heladeras de la familia no han sido pieza clave en mi vida. No soy una apasionada de la cocina y las mujeres de mi árbol genealógico tampoco. Cuando me casé, mis suegros nos ofrecieron una heladera; habían cerrado una sucursal comercial y tenían en algún deposito una heladera sencilla, de supervivencia, casi sin uso. Sin freezer, sin mucho espacio, sin el estante de vidrio de abajo y la mejor parte; sin costo. Por supuesto, como toda parejita que se casa joven y sin muchas pretensiones, aceptamos felices y la adoptamos.
Después pasaron los años, crecimos, nuestros empleos mejoraron, nuestros ingresos también (bah… ponele), fuimos mejorando la casa, cambiando algunos muebles, agregando otros, y la heladera sigue ahí. Empecé el relato explicando que no guardo gran nostalgia por electrodomésticos de esta línea, y no fue un legado con una fuerte carga emotiva, nada de eso. Tampoco me conmueve demasiado el título de “mi primera heladera”, el amor que le tengo no viene por ahí; sencillamente la amo porque me invita a jugar.
Esta heladera, a diferencia de las que seguramente ustedes tienen en casa, no está ni cerca de ser no frost, casi diríamos que es recontra frost (porque los años la pusieron ñañosa y hace más escarcha que ninguna) y gracias a eso, me veo en la obligación de jugar con estalactitas y estalagmitas en la comodidad de mi hogar de vez en cuando.
Descongelar la heladera (algo completamente pasado de moda) es para mí un juego fabuloso, en invierno o en verano, con lluvia o con sol, de día o de noche, en el stress y en el relax, me encanta!!!
Desenchufarla, y empieza el juego. Dejarla bien abierta y bastante vacía. Trapos, toallas y repasadores en todos lados para cuando comience a gotear. Llenarla de baldes y tarritos para cuando gotee más fuerte.
Ahora; música! Plik, plak, plik, plak. Gotas sobre plástico y gotas sobre metal, varía el ritmo según el clima y va aumentando la frecuencia a medida que el proceso avanza.
Peeeeeeero, no solo es música, también recreamos la vista. Muñecas, muñequitos, objetos muchos, luz, cámara, acción! Book de fotos en la escarcha! Miles de personajes aparecen en escena; princesas de hielo, monstruos de las nieves y seres varios posan para mi cámara y los flashes rebotan en el brillo de las chorreaduras de mi vieja heladera re-frost
Y como si todo esto fuera poco, más adelante, aparecen los derrumbes. Los pedazones de hielo de techo y paredes del congelador comienzan a ceder y se pueden liberar trozos grandes que amo reventar contra el piso del patio y verlos estallar en montones de astillitas brillantes, como vidrios que no cortan y que en pocos minutos serán agua corriendo en dirección a la rejilla, o evaporándose si el sol quema las lajas.
Verdaderamente, no entiendo a la gente que me insiste para que cambie mi heladera.
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