Desde hace algunos años (ya bastantes) las parejas de contrayentes han dejado de fijar su lista de bodas (posibles regalos que pretendan de sus invitados) en bazares y han pasado a sugerir que se les colabore en los gastos del viaje de Luna de Miel.
Los motivos son muchos; en algunos casos llevan años conviviendo y no necesitan que 200 personas les hagan llegar regalos para la casa, en otros casos se mudan a departamentos pequeños que no tienen lugar para tantos elementos u ornamentos y en la mayoría prefieren no tener vajilla de diseño y comprar sus enseres en tiendas de menos jerarquía que aquellas que suelen ser las favoritas para el armado de listas de bodas.
En todos estos casos, los novios apuestan a que la familia y los amigos se sumen para ayudarlos a pagar el viaje. Este cambio encuentra resistencia y hasta detractores por ser considerado despersonalizado y por reducir el regalo a un frío monto en efectivo. No lo entiendo.
Me alegra mucho que este cambio se haya popularizado y que cada vez sean más las parejas que nos piden a sus invitados que lejos de poner nuestras buenas intenciones hacia ellos en objetos, hagamos una inversión en que la pareja disfrute en nuestro nombre momentos.
De corazón deseamos que el matrimonio se construya sobre la base de acopiar momentos compartidos por encima de un cumulo de objetos. Celebro el corrimiento de lo material a lo simbólico y brindo por capitalizar muchos años de gratos momentos como base de todo matrimonio feliz.
No entiendo a quienes no entienden lo bello de aportar a la Luna de Miel como opción superadora de las cosas materiales tangibles.
Que sean muy felices.
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