Durante mucho tiempo hice actividades que me implicaban desplazamientos cortos, muchas cosas cerca de mi casa. Caminaba para todos esos trayectos y no me había dado cuenta, pero habré pasado dos o tres años de escasa movilidad en transportes colectivos.
Este año, cambiaron varios items de mi rutina y me reencontré con las esquinas de espera, con los amuchamientos en horas pico y la bucólica mirada a través de sus ventanillas. Estoy segura de no haberme quejado nunca de este medio de locomoción tan urbano como el pavimento mismo. Elijo este medio por sobre otros. Soy una convencida de que mi ciudad cuenta con un buen sistema de transporte público y además, descubrí lo mucho que disfruto estar atenta a las interacciones que habilita el compartir estos espacios.
Me resulta coreográfico el fluir de las personas dentro del coche, o los vaivenes de la gente que espera su llegada. Reconozco tipologias de choferes y me divierte ver como cambian sus acciones entre el centro y los barrios, eso es muy claro en un viaje largo que hago los lunes a la mañana.
No es el único lugar que se me vuelve tablero de este juego, en casi todos lados migro la atención a conversaciones ajenas, pero en el colectivo, tiene otro encanto. Un encanto que extrañé bastante y con el que me reencuentro muchos días.
Casi siempre me llama la atención algo o alguien, sin embargo, hay momentos que tienen una magia particular, que me obligan a querer compartirlos para que la gente que reniega de este medio aprenda a encontrar sus regalitos cotidianos.
Ayer fue miércoles, tomé un 153 a las dos de la tarde en pleno centro. Quedaban pocos asientos libres cuando elegí, al azar, uno individual. Me senté y abrí un libro. Entre las páginas de una historia poco atrapante pero llevadera, no advertí que quedaron tres personas de pie. En una esquina, un chico de más de veinte y menos de treinta le hace preguntas sobre el recorrido al conductor. Lo miro, pero no me resulta particularmente interesante. Se toma del asiento que ocupo y mantiene la siguiente conversación con un muchachito de veintipocos que viajaba a mi espalda.
- Que buena mochila, loco, tiene la bandera
- Si, está re buena, me la regaló un amigo que se había ido al norte, y me la dio con la bandera
- Está buenísima, con la wipala
- ¿Como se llama?
- Bueno, según los grupos se puede pronunciar wipala o wiphala
- Yo sabía que era la bandera como de los originarios, los indios
- Si, es parecida a la del LGTTB
- Ah, si.. y es un partido político, ¿no?
- No, el LGTTB es el grupo de lesbianas, gays, travestis, trans y bi
- Ah, no, esa es más lineal. Pero, yo te puedo hacer una bandera, yo me la paso todo el día con el pincel en la mano, me encanta pintar, te pinto una.
- Ah, buenísimo, pero esa tiene seis cuadraditos y no me acuerdo si es de siete, seguro en internet está el modelo
- Si, lo busco. ¿De que tamaño la queres?
- No, así está bien. ¿Por donde la paso a buscar?
- Yo vivo por acá - supongo que señaló algo por la ventana mientras nombraba una intersección de calles - ¿Tenés facebook?
- Si, tengo, pero mucho no lo uso.
- Dale, te agrego ¿Tenes wassap?
- No, wassap no tengo
- Bueno, yo ahora no tengo internet, pero te busco.
- Dale, Soy ******* Echeverria
- ¿Con H?
- No, sin.
- ¿Con V corta?
- Si. Después decime cuanto te debo.
- No, nada, te la hago de onda
- Uh, buenísimo, después te puedo mandar amigos para que les pintes, pero no de onda
- De una, me haces la onda y me dedico a esto
- Yo tengo algo de sangre india
- Re loco, yo me bajo acá, un día nos tomamos unos mates.
Estas cosas me hacen amar los viajes en colectivo. Estas cosas pasan más seguido de lo que nos imaginamos. La gente es más humana de lo que nos quieren hacer creer. Estamos vivos. Somos humanos. Seres sociales por definición. Necesitamos ser amigos. De onda.
Cuando estas películas me interrumpen la rutina y se me desborda la sonrisa del rostro, es cuando no entiendo como no amar el transporte público.
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