En uno de los
primeros apuntes de mi carrera universitaria, estaba el texto de Roberto
Fontanarrosa “La inspiración”. Estaba en la materia Redacción 1, entre las
primeras lecturas, y el trabajo que se nos pedía era trabajar con esa noción.
Desde entonces, fue más que claro que el término “inspiración” no tendría
cabida en el hacer profesional que se proponía para nosotros.
Desde entonces,
me quedó grabado y no por eso dejo de esperar que de algún universo paralelo,
envuelta en trapos y luces, llegue una musa con aquella frase que estoy
necesitando para terminar un texto, una planificación, una propuesta.
Y es que
desde pequeños la magia nos da ese lugar cómodo en el que esperar que las cosas
sucedan. Entonces, esperar, y en algún momento, llega el vencimiento del plazo, entonces, empezar... que es algo se produce medio así:
Bueno, ahora,
prender la computadora porque hay mucho que escribir. Si, ahora. Bueno, pero
para poder enfocarnos en esa escritura, vamos a terminar los pequeños
pendientes que reclaman atención en las pestañas del navegador. Oh y dado el
horario, habría que hacer un par de llamados, porque se puede escribir de
madrugada, pero hablar con recepcionistas de reparticiones públicas,
definitivamente no.
Ahora sí,
empecemos, pero primero, la chocolatada y algunas galletitas, porque con la
panza vacía no se puede escribir nada con sentido. ¿Y esa notificación? Seguro
es algo importante, y quizás esté pasando algo importante en alguna de esas
redes sociales donde tengo cuenta, pero no entro seguido. No debería dejar de
fijarme, así ya me pongo de lleno con la tarea de escribir. Uy, la taza de la
chocolatada, mínimo la pondré en remojo, bueno, mejor la lavo, y ya que vine
hasta la cocina, puedo lavar le resto de las cosas que hay dando vueltas por
ahí. ¿Y si para optimizar el tiempo voy poniendo el lavarropas? Son dos
segundos, ¿claro u oscuro? ¿Habrá algo más para lavar en otra parte? Mejor lo busco.
Capaz sea mejor hacer antes la foto para ilustrar el texto, ¿o ya tengo una buena foto para eso? Me parece que si, la busco y mientras, voy escribiendo algo para perfeccionar más adelante.
No se puede escribir algo lindo en medio de este desorden, vamos a apilar papeles, pero mientras lo hago, voy redactando en mi cabeza lo que después voy a tipear.
Ahora tengo una idea, pero se parece a algo que ya escribí, o eso creo. ¿Lo tendré archivado? mejor lo busco. ¿En que carpeta?. Uy! Encontré mi tesis de licenciatura.... hace mucho que no la releo. Que nostalgia... cuantos borradores sin terminar en esta carpetita!
Uy, el plazo. Si ahora a escribir. Pero antes...
Y así sigue la charla por horas, hasta que en plena madrugada, en medio del sueño, algo te abre los ojos y en el papelito arrugado de la mesita de luz se plasman las ideas que todo el día no dejamos emerger.
No entiendo la inspiración, pero no descarto su existencia.
Esta
publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el
blog escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 22: escribí el monólogo interno
que experimentás cada vez que te sentás a escribir
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