Pasear en transporte urbano por la ciudad es algo que muchos
sienten rutinario, inexistente, incomodo, odioso y hasta me atrevería a pensar
que muchos no registran ese momento tan cotidiano de sus vidas.
Como ya escribí muchas veces, para mí el transporte público es una experiencia genial y llena de
sorpresas. Subirse al colectivo sin saber quiénes están arriba,
descubrir alguna cara conocida, escuchar una conversación ajena, espiar la
actitud de las personas y cada tanto, algún personaje, me resultan pequeños regalos esparcidos en la rutina.
En esta oportunidad les comparto estas fotitos que robe de uno
de mis compañeros de viaje.
Montones de preguntas se me ocurren para hacerme sobre él y su vida... No sé que estaba haciendo en ese trecho de mi recorrido semanal en el que nunca nos cruzamos.
Absolutamente prolijo, con su traje pintado a mano, sombrero de ala y pañuelo al cuello. Un homenaje fuera de fecha al día de la tradición, pero mutando el caballo que uno le imagina por el bus que nos contiene a todos.
No entiendo como no amar el transporte público, cuando lo
urbano y lo rural pasean en colectivo.
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