Otoño de
hojitas crocantes al transitar la vereda,
otoño de sacarse las ojotas y volver a usar medias. Otoño de volver a tener
ganas de frazadita, sillón, pantuflas y gato ronroneando. El otoño nos recuerda
las cosas que el otoño pasado nos hizo amar.
Otoñal el
momento de sentir el primer frío, el momento de ir guardando ropa que no nos va
a acompañar en la nueva temporada…. Reencontrar aquel sweater viejo y deformado
que nos abraza dentro de casa. Volver a las sopas instantáneas como snack de
tardecita. Quizás reconciliarnos con la hornalla y aventurarnos a la alquimia
de la gastronomía que el calor nos sacaba las ganas de ensayar. Para algunos
será tiempo de retomar la costura o el tejido, o algún otro hobbie manual.
Otoño de interiores y paseítos para agasajar las últimas tardes de sol.
Momentos tibios en alguna esquina del patio y un rayito cálido que entra por la
ventana y se hace querer más que las agobiantes invasiones solares que el
verano nos brindó hasta el hartazgo.
Montañas de hojarasca prolijamente armadas por los vecinos màs aplicados a la que algún niño se atreve a patear. Lluvia de hojas que nos envuelve cuando sopla el
viento y nos saca una sonrisa en plena vereda. Las hojas son la escarapela del
otoño, su emblema indiscutido, su marca característica.
Otoño, tan
ni fu ni fa que enamora. Tan dorado que encandila, tan extrañado que nos
reencuentra, pero con nosotros. Con esos nosotros que estaban adentro de casa
mientras nosotros salíamos a pasear para aprovechar el verano y disfrutar el
calorcito.
El otoño nos
amiga con los espacios cerrados y las reuniones hogareñas con amigos. El otoño
nos regala momentos más íntimos y menos masivos, y quizás alguna escapadita al
cine o al teatro.
No entiendo
el otoño, no entiendo como no hay cientos de poetas escribiéndole odas o miles
de cantantes entonando himnos en su honor, porque sin dudas el otoño es el
momento privilegiado del encuentro con uno mismo.
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