Semba-Tsuru, Mil grullas…
...es una creencia popular japonesa que asegura
que siguiendo la milenaria técnica de origami,
plegando mil veces la grulla, se logra alcanzar la larga vida y
felicidad.
Estoy en mi infancia… escuela primaria,
primeras lecturas elegidas sin que la seño o mamá nos inviten a
leer. Decisiones profundas. La tapa del libro anuncia “No somos
irrompibles”, un libro clásico de biblioteca áulica de mi
generación, leo el prólogo y es justo lo que esperaba. Entre los
cuentos, paso las hojas entusiasmada, y entonces se abre una bisagra
eterna en mi mundo: Mil grullas
Elsa Bornemann cuenta la historia de dos chicos
que juegan juntos, hasta que la guerra hace su triste paso por las
jóvenes vidas de estos enamorados. Yo atravieso renglones sumergida
en la historia real de una ciudad lejana que en 1945 vio desvanecerse
a medio millón de japoneses. Yo, en pantuflas en mi casa de Rosario,
me imagino el corazón hecho un bollito de un nene que plegó durante
toda la noche cuadraditos de papel para salvar la vida de su amiga.
Mi primer cuento sin final feliz.
Años más tarde escribo una poesía y me animo
a leerla en público en un grupo de adultos interesados en la
literatura. Soy por lejos la más joven, leo con voz temblorosa y el
aplauso me pone muy colorada
“No
era cielorraso pintado en color fuego,
No había sido inventado por un niño cuentero,
No era año nuevo, noche buena o navidad,
con fuegos artificiales de un color en especial
El cielo de Hiroshima,
cielo rojo fue ese día,
la guerra fue fatal
terminando por completo con el pueblo japonés,
pueblo que, sabes, que no volvió a ver el sol”
Nunca me olvidé de esos versos, nunca me
olvidé de las grullas.
Muchos años después, estaba por casarme y
decidí plegar mis mil grullas. Ya eran tiempos de internet y en la
búsqueda de tutoriales, apareció una acción por la paz que tenía
sede en mi ciudad. Tuve que encontrarlos, tenía que ser parte de ese
grupo.
Aprendí
los pasos. Plegué grullas, me casé, seguí
plegando. Me sumé a Mil Grullas por la Paz, la acción pública de
Rosario que cada seis de agosto expone montones de grullas
de papel a montones de kilómetros del lugar en el que nació la
leyenda.
Conocí
gente. Plegué con otros. Enseñé a plegar. Expliqué la guerra como
si tuviera explicación. Doblé papelitos junto a dedos chiquitos,
dedos arrugados, dedos largos, dedos torpes, dedos ágiles… todos
los dedos del mundo pueden construir la paz.
Cada año, las grullas me hicieron distintos
regalos. Personas, momentos, juegos, lágrimas. Cada año, en algún
lugar, alguien me preguntó la razón por la que mis manos siempre
juegan con cuadraditos de papel.
El acto de plegar una grulla es tan simple,
pero tan complejo como la mismísima sinfonía de la paz. Cada
pliegue requiere una prolijidad que lleve al equilibrio la pieza, y
cada una implica una dedicación que el conjunto no resta.
Pienso en niños plegando grullas, pienso
grupos de gente en una mesa y papeles cuadrados, pienso en patios de escuela con grullas, pienso en brazos
abrigados con camperas gordas, que pese al invierno sacan las manos
de los bolsillos para plegar. Pienso en discusiones y pliego grullas,
pienso en momentos tristes y pliego grullas, pienso en gente querida
mientras pliego grullas. Un niño desconocido en la espera de un
aeropuerto, pliego una grulla, comparto una sonrisa. La fila del
banco, un momento de espera, espero entre grullas. Una reunión de
trabajo, tensa, dinámica o aburrida, se charla distinto mientras se
pliega una grulla. Una golosina muy rica, pliego el papel. El boleto
de colectivo, el esfuerzo del trabajo cotidiano, pliego el papel. El
ticket del supermercado, el pan de cada día, pliego el papel. La nafta, un pasaje o un peaje... pliego cada viaje. Invento rituales dentro del ritual de las grullas.
Las amontono en
cajitas por toda la casa, las enhebro de a cincuenta, las entrego
cada año al viento de agosto en el que Hiroshima sobrevuela Rosario
para que no nos olvidemos que la Paz es tarea de todos.
Cada año, en Rosario, se despliega la paz, se
elevan los deseos colectivos, esos que las sociedades se olvidan de
tener, lo grupal, lo que nos une, nos convoca, a todos. ¿Quien
podría no querer la paz?
No entiendo las grullas, pero ellas me
entienden a mi.