Acostumbrada a
los diarios de viaje, zambullida en mi rutina autoimpuesta, casi no me entero
de un fenómeno sobre el que todos escriben. Siempre alerta a la reflexión sobre
novedades o cositas cotidianas, me parece que nunca supe que estaba inmersa en
algo escribible.
Y es solo así que
lo estoy viviendo. Sumergida en mis pendientes, me olvide de fijarme que las
cosas estaban raras, simplemente no lo vi. Porque no lo quise ver, no lo pude
sentir. Hoy hace exactamente dos semanas que no salgo a la calle, que no me
asomo al pasillo, que no toco dinero ni llaves, que no me pongo perfume ni
calzado. Hace dos semanas que estoy en casa. Yo y gran parte del planeta. Y es
que pensarlo así suena raro, pero es ruidosamente cierto. Creo que como no me
sale verlo, no se me hace tan grave como parece que es.
Llevo un par de
años escapando a las noticias y toda una vida fugada del pánico general. Cuando
hace más de un mes se hablaba de una enfermedad nueva no me importo para nada. Tardé en conocer su nombre, creo que ignoro sus síntomas. No me gusta el pánico que a
muchos les conviene generar.
Me rodeo de
comunicadores, a muchos les sonaba tan repetido como a mí; gripe porcina, gripe
aviar, hasta évola… todas pestes dispuestas a acabar con la humanidad que habían
terminado por desvanecerse de los medios antes de llegar a impactar en el mundo
real más que como paranoias pasajeras (menospreciando el asunto…. Desde la más
trivial negación)
La última semana
de “normalidad” no estuve ni cerca de esperar que las autoridades nacionales se
lo tomen tan a pecho, la gente ama exagerar y hasta me sonó a vagancia la
primera vez que escuche a alguien insinuar una cuarentena.
El domingo fue un
día que tendría que haberme hecho más ruido, quizás lo hizo y no quise
escuchar. Pase la noche en un cumple familiar, descontracturado, divertido,
intimo. Nada me pareció fuera de lugar, pero había que ser muy necia para no
verlo. Lo fui. Cinco de los invitados (a una fiesta de veinte personas) no se habían
hecho presentes por prevención a potenciales contagios y la gran ausente con
aviso que iba a ser mi hermana, estaba ahí presente, tras postergar su mudanza
a otro continente prevista para un par de horas más tarde del evento.
Un instituto espectral |
Bailamos, comimos
y reímos, como siempre, o más que nunca. Volvimos a casa tarde, con el
escepticismo de siempre. La mañana siguiente se inició con muchos correos electrónicos
comentando adecuaciones a protocolos sanitarios, se empezó a modificar el
calendario académico y circulaban rumores de disturbios, desabastecimiento y
saqueos. Rarísimo, mucho. Esa noche fui a tomar examen a un instituto vacío que desde el día
siguiente ya no iba a abrir sus puertas. Ya no había escuelas, se empezaron a
reducir los horarios de atención, todas mis actividades programadas se cancelaban
aceleradamente. En casa, mucho no se notó. Volví a mi casa por última vez cerca
de las nueve de la noche del lunes 16 de marzo.
El 20 de marzo la
cuarentena se volvió obligatoria y yo todavía no entiendo nada.
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