Me preocupa
la voracidad del consumo, no creo que debamos descartar con tanta liviandad.
En algún momento,
prometo explayarme sobre por qué no entiendo a los que no aplican las 3R, y en algún
momento ya hable de que no entiendo a los que no reutilizan, pero puntualmente
ahora, quiero decir que la semana pasada saqué esta foto.
Me llenó de
nostalgia verla ahí, en el piso, entre dos contenedores de basura, como si el
dueño hubiera querido abandonarla, pero que alguien la salve de su aparente
final.
Tuve que
sacar la foto para contener mis ganas de adoptarla, pensé en su trayectoria y
su actual obsolescencia, la vi como una abuelita que deja de estar saludable
para cocinar y sus conversaciones van perdiendo energía y los nietos no quieren
ir a su casa y los hijos piensan que hacer con ella. Triste.
Pensé en el
momento que la compraron, el lujo que la revistió, las funciones que cumpliría, la vi como una abuela con collares importantes, sentada muy derecha en un sillón de
estilo de un salón con techos altos y arañas de caireles, dispuesta a cuidar
nietos los fines de semana.
Mientras yo
le sacaba la foto, los autos me despeinaban a toda velocidad, la gente apuraba
el paso en la vereda de enero, tratando de llegar a algún lugar cerrado, climatizado
artificialmente, la gente... apurada por evadir la realidad.
Mientras yo
sacaba la foto, cientos de abuelos estaban tan solos como ella, y la artificialidad
seduciendo a hijos y nietos que no pueden parar para mirar y verlos, y darles ese
abrazo que la historia se merece.
No entiendo a
la sociedad de consumo, pero es muy claro como sus valores se traducen en prácticas.
Objetos y personas… descartables, por igual.
Esta
publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el
blog escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 8: buscá una foto en un cajón y escribí lo que
está pasando fuera del cuadro
(estaba de
viaje, y solo tenía a mano las fotos de mi cámara)
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