Si tuviera que escribir un libro (y es casi un hecho que algún día lo
voy a hacer), seguramente sería un libro infantil. Me parece maravilloso poder
compartir lecturas con los chicos y armar historias para que ellos las escuchen
con la concentración que sus caras expresan. Sin embargo, estoy convencida de
que los chicos tienen mucha necesidad de hablar de cosas feas, de cosas tristes
y de escucharlas para desdramatizar, o al menos para saber que existen o que no
les pasan a ellos solos. Me encanta escribir cuentos infantiles, pero cuando
los cuentos son tristes, y en muchos de ellos (no en la mayoría, pero en
muchos), la melancolía, la pena y la tragedia se cuelan profundamente, no sé si
difiere en mucho que sean para chicos o para grandes. Todos nos ponemos igual
de tristes. Seguramente si tuviera que publicar un libro, sería de cuentos, no
me veo escribiendo una novela.
También me gusta que los cuentos nos recuerden cosas importantes de la
vida que muchas veces la vorágine cotidiana nos ayuda a olvidar. Un cuento
cortito que escribí en 2002 es este:
Y siguen ahí
Voy a contarles de ellos, solo porque los vi. Voy a contar lo que
pienso, solo porque sí.
Estuvieron en el cosmos desde antes que yo naciera y jugaron a ser
grandes hasta que lo fueron. Llegaron a tener familias, los que la tuvieron, y
soñaron vivir distinto, aunque no me lo dijeron.
Supe que fantasearon con la palabra abuelo, sé que están en el mundo,
esperando el llamado al cielo. Sentí que en cada mirada había un mudo
desconsuelo y que esas curtidas manos mil alas batían vuelo, igual escuche sus
risas, aunque hubo quienes no rieron, igual comprendí su pena, aunque no me lo
dijeron.
Estaban ahí, viendo pasar la vida de otros, como si la de ellos no
pasara más, viendo pasar los sueños de otros como si no soñaran más, sin
embargo, yo sé que sí, sé que sueñan con la realización de sus anhelo, anhelos
que tienen, que yo sé que tienen, aunque no me lo dijeron.
Estaban ahí, sin hacer nada. Estaban sentados jugando a las cartas.
Estaban mirando las hojas en la vereda. Estaban esperando que la muerte
viniera. Estaban internados sin enfermedad. Estaban acompañados, llenos de
soledad. Estaban solos, siendo tantos.
Geriátrico, estaban ahí, yo sé que sí.
Y siguen ahí.
Todos sabemos que las sociedades orientales rinden culto a sus
ancestros y a sus ancianos, No entiendo cómo nos podemos olvidar de los
abuelos. No entiendo cuando un nieto deja de tener ganas de ir a visitarlo, de
pasear juntos, de compartir tiempo. No entiendo, pero seguro es una idea fuerza
que pasa por adentro de muchos de mis cuentos, porque hacer que las
generaciones florecientes se acerquen a las bibliotecas parlantes que
constituyen sus ramas más altas en el árbol genealógico, me parece una tarea
colectiva a encarar como civilización.
No entiendo como no hay más y más estrategias para recuperar ese
vínculo que los occidentales estamos descuidando con los adultos mayores, que
estuvieron ahí para nosotros, para nuestros padres y siguen ahí.
Esta publicación forma parte del
proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos
invitados a jugar!)
Día 29: escribí un párrafo de tu futuro libro
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