Al norte de Argentina y al sur de Brasil se encuentra, sobre
la frontera entre ambos e inmerso en el magnífico entorno de selva subtropical,
el parque natural Iguazú.
Este jardín binacional es un verdadero show de la
naturaleza y, según los habitantes de la zona, el espectáculo tiene por
escenario el lado argentino y como platea el lado brasilero.
Las cataratas, se originaron hace 200 mil años donde se juntan
los ríos Iguazú y Paraná, en el lugar que hoy se conoce como la Triple Frontera por
ser un punto de convergencia entre Brasil, Paraguay y Argentina, sin embargo,
actualmente se encuentran a 22 kilómetros de aquella desembocadura en la
que se formaron.
El Río Iguazú alimenta los 275 saltos de hasta 80 metros de altura por
los que fluyen un promedio de 1.500 metros cúbicos
de agua por segundo, que en temporada de
lluvias (de noviembre a marzo) ascienden a más de 12.700.
El nombre de este río
y de las cataratas (Iguazú) viene del idioma guaraní y significa “agua grande”,
de hecho, estas cataratas son las más grandes del mundo (cuatro veces más
extensas que las del Niágara, en Estados Unidos)
En Argentina, las pasarelas permiten recorrer los saltos
de agua con una gran proximidad, experimentando de cerca el ruido y la
sensación que el agua genera en el ambiente, de este lado se encuentran dos
tercios de las Cataratas del Iguazú. En Brasil, es posible obtener las mejores
fotografías, ya que la vista es más amplia y se pueden apreciar los saltos y la
caída del agua que con su fuerza, da origen a una nube de llovizna de 30 metros de altura.
Se trata de un destino dotado de una variada oferta
hotelera en ambos países, dispuesta para recibir a los miles de turistas de las
más diversas nacionalidades que lo visitan anualmente;
una de las nuevas siete maravillas del mundo que fue declarada por la UNESCO como parte del
patrimonio de la humanidad.
El salto de mayor renombre es la Garganta del Diablo, con
más de 70 metros
de altura, es uno de los favoritos de los viajantes por su impacto, ya que deja
caer cerca de tres millones de litros de agua por minuto.
La visita a este destino constituye una experiencia
altamente sensorial, ya que al recorrerlo se ponen en juego nuestros cinco
sentidos;
El gusto
encuentra en esta región una infinidad de nuevos sabores dulces y salados,
exaltados en preparaciones a base de ingredientes naturales de este ecosistema
selvático. Además de las carnes asadas, lo más típico son los pescados como el
dorado, el surubí, el pacú, el paty y el manguruyú. En horas de la tarde, no
puede faltar una ronda de mate acompañado de chipá, una tradición que une las
culturas de los tres países que allí convergen. También es posible acompañar la
merienda con mermeladas y dulces provenientes de la flora local.
El olfato se
desorienta en medio de tantos aromas ancestrales, y nos parece respirar algo
que, más allá de las pasarelas para recorrerlo, no fue intervenido por el
hombre, sencillamente huele a planeta
tierra. La humedad de la zona en contacto con la tierra colorada se mezcla con
el viento tibio que nos llena de vahos provenientes de la frondosa vegetación
reinante.
El sentido del tacto
se pone en acción al recibir la humedad que los saltos comparten con los
cuerpos de los turistas, ya que el agua está en el aire y su caricia, merece
ser celebrada (aunque se venden pilotos en las tiendas de la zona para quienes
prefieran no mojarse). Se puede también realizar un tour en bote hasta las cataratas,
donde no se podrá evitar quedar impregnado de ellas.
El oído se
encuentra estimulado por el canto de las aves de la selva y el ruidoso bramido
del agua en constante caída, que estremece con su fuerza y sonoridad. El agua
produce un choque contra las piedras que se convierte en sinfonía para el oído,
aquel estruendo que escucharon los habitantes de los pueblos originarios y que
le valió al mayor salto el nombre de “garganta del diablo” hace que perderse en
esas pasarelas se vuelva un momento místico.
A nivel de la vista
la escena es una fiesta que incluye todos los colores jugando a formar paisajes
con muchos contrastes conformados por el río Iguazú y la selva misionera,
ideales para un sinfín de fotografías que nadie quiere dejar de tomar. Los
saltos caudalosos forman nubes de espuma en la caída y el agua suspendida
origina magníficos arco íris. La fauna se hace presente en forma de monos y
coatíes que deleitan con sus travesuras.
En esta ubicación tropical de majestuosa belleza, no
podemos dejar de sentirnos protagonistas del estallido de naturaleza más
fascinante de América.
No entiendo como hay gente que viviendo tan cerca, todavía no se aventura a una experiencia sumamente completa
Este texto, hace unos años formò parte de una publicaciòn on line
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