No entiendo como no amar el transporte público (8)



Noche fría en el microcentro de la ciudad, noche helada a creer de Cecilia. El viento molestaba demasiado y la bucólica neblina completaba una imagen absolutamente desoladora. No era tarde, quizás las diez de la noche.

Cecilia salía de estudiar con la idea de caminar hasta su casa rápido y directo, tomar calles habitadas y apretar el paso para que el camino sea más llevadero. No era una gran distancia y su idea era de la de todos los días. Acomodó su bolso en el hombro, tironeo las mangas de su abrigo para cubrir sus dedos del frío y comenzó su recorrido cotidiano.

Pocos pasos había hecho cuando vio la luz, esa seductora lucecita roja aparecía entre la niebla de un día casi londinense tentándola a sucumbir ante su brillo hipnótico.
Lo primero que pensó fue NODEBO, lo primero que se le vino a la cabeza fue la importancia de ser responsable y no ceder a las tentaciones mundanas.

Minutos después y casi como automatizado, su brazo se levantaba hasta formar un ángulo recto con el resto de su cuerpo, y con un gustito amargo por haber perdido la batalla contra sí misma, Cecilia se descubrió sentada en el cálido asiento trasero del taxi al que no se pudo resistir.



Todo por esa sexi lucecita roja. 


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