No entiendo a las palomas



No entiendo a las palomas, me parecen seres especiales.

Las miro caminar con su aspecto de señor gordito paseando con las manos en la espalda, miro sus pasitos cortos y ligeros, sus caminares errantes y zigzagueantes. Me pregunto dónde van cuando no parecen ir a ningún lugar.

Palomas de Rosario

Las miro tratando de individualizarlas y me fuerzo a inventar sus conversaciones. Me entretiene compartirles galletitas en todos los países que me las encuentro; no hay itinerario de vacaciones que prescinda de su ratito para jugar con las palomas. Me maravilla la universalidad de la especie, la posibilidad de encontrarlas en casi todas las ciudades. Leí que están en todas partes, excepto la Antártida y el Ártico. Tiene que haber un motivo supra humano para que eso sea así.

Palomas de Auckland


Me atraen, me hipnotizan, me maravillan. Son bichos simples. Puedo pasar horas mirando por mi ventana como entran y salen de la enredadera y parecen desaparecer dentro de la pared. Disfruto de verlas interactuar en la plaza, jugar con los chicos, prestar oídos a los viejos y ser ignoradas por un montón de gente. Las palomas son de los pocos animales que han logrado adaptarse exitosamente al entorno urbano. Eso habla muy bien de ellas, bah, de su capacidad de resiliencia. Hay que ser muy buena onda para adecuarte a la nueva silueta de un espacio que ya era tuyo y lo invadieron entre miles para cambiarle por completo la esencia.

Palomas de Arequipa

Me preocupa saber que piensan cuando se detienen estáticas en el medio de un espacio vacío, y me intriga saber que sienten, que sueñan, que creen de nosotros.  Me gustan las palomas, aunque no entiendo su rutina ni sus miradas, ni la forma en la que trazan sus itinerarios, me gusta la forma en la que hablan de paz de los remotos tiempos de Noé y lo que representan cuando se las libera masivamente (detesto cuanto entristece verlas confinadas a una jaula). Me devuelven la sonrisa, me sacan de la rutina, me regalan el presente.

Palomas de Santiago de Chile

Me pone nostálgica pensar en que fueron uno de los primeros medios de comunicación, imagino historias de amor y destinos de guerra enroscados en sus patas, con la esperanza de quien las envía al cielo anudada en el gran sentido de la orientación que esta especie supone.


No soy estrictamente colombófila, pero no entiendo a la gente que no las quiere.


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