No entiendo el agua



Cae en forma de lluvia conformando un círculo de un diámetro aproximado de unos, quizá, sesenta centímetros. Cae sobre mí, que estoy enrollada bajo su dulce abrigo. Mi cabeza reposa sobre una esponja y cada célula de mi cuerpo comienza a perder sensibilidad para transportarse a otro mundo; a uno que queda cerca, pero aun así es otro.


La temperatura del agua contribuye a que ya no sienta que moja. Solo puedo percibir el tibio masaje de la energía hídrica sobre la piel, y ya mis oídos están completamente sumergidos en el agua. Puedo escuchar sonidos muy distintos con uno y otro. El agua protagoniza ambas sinfonías, solo puedo entregarme a la magia del momento. Mis ojos cerrados imaginan paisajes submarinos y espectáculos montados por coloridos cardúmenes danzantes.

Por momentos la realidad intenta abducirme sin el éxito esperado, se hacen presentes fragmentos del mundo al que pertenezco, pero aun así estoy convencida de ser una turista en algún universo paralelo que existe solo en mi bañadera, solo para mi, al que solo accedo yo. La temperatura del agua tiene una intensidad diferente dependiendo de la superficie de mi cuerpo con la que hace contacto. Las gotitas producidas por el rebote de las gotas sobre mí, impactan con increíble audacia transmitiendo una temperatura inferior al impacto de la gota original.

Llevo horas paseando por la nada que el agua dibuja sin pudor sobre mi vida, debería sentir culpa, si estuviera permitido en este estado, pero no es así. Sin embargo, la realidad, después de muchos intentos me roba un suspiro desganado y me invita a, muy suavemente y con total tranquilidad, abrir mis ojos. Una molesta sensación de gotitas impactando mi retina me irrita y fastidia. Busco alguna posición más cómoda. El espacio es muy reducido, no puedo estar del todo a gusto. Encuentro un punto de equilibrio. Mis ojos abiertos descubren, mirando al techo, que el espacio que me condiciona tiende a verse en constante reducción y por un momento creo sentir miedo, tal vez estoy en un error. Mi perspectiva óptica se contrae y la tranquilidad adquirida se desvanece ante la inminencia de un mundo que parece querer aplastarme y se burla de mi vulnerabilidad.

Estoy mojada. Ahora, otra vez, tomo conciencia de que lo que me toca es el agua, y por capricho de la naturaleza me siento mojada, cosa que hasta recién no percibía. Es agua.

Lentamente trato de volver al mundo del que soy habitante, participante, dueña y responsable… responsable? y, si… quizá, si. Puedo sentirlo… están presentes ambos, son dos mundos, están ahí y se baten a duelo por mi alma. Ambos quieren llevarme y yo no tengo voluntad para decidir donde ir, la realidad y el agua me atraviesan en todas direcciones y mi cabeza comienza a girar. Se agolpan las ideas, se mezclan las nociones, no se que quiero. El querer y el deber. Desfilan infinidad de dicotomías por mis pensamientos, si es que puedo afirmar que pienso.

El final todos lo conocemos… desde el momento en que estas letras fueron trazadas deducimos que la realidad me cuenta entre sus filas como una obrerita mas, trabajando sin mas remedio por hacer de este mundo un lugar mejor. Era más fácil dejar que el duelo lo gane el agua, pero no hubiera sido correcto. El paseo puede volver a repetirse, pero soy ciudadana naturalizada de la realidad. Habito la realidad, trabajo por ella, y aunque me tiente el mundo de los placeres tengo una misión que descubrir y concretar.
De todos modos, detrás de la mampara tengo una puertita que me conecta a otra dimensión y cuando la vida me agobia y el mundo se me viene encima, abrir esa puerta siempre va a ser mi contacto con el mundo del agua. Ese mundo que nos recorre por dentro y por fuera, en todos los estados y temperaturas. Es el agua, es la salida, es el escape, es la clave  a la que recurrir en casos de emergencia. Solo hay que tener la convicción de saber que hay que volver.
(La yo del 26-6-2005)


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