Días de abecedario es un
juego propuesto por alguna de las personas a las que leo (sigo tratando de
recordar cual) y hace varios años trato de juntar las ganas de hacerlo. La idea
es escribir utilizando cada una de las letras del abecedario. Lo que sea, lo
que surja, lo que se pueda… según lo que esa letra nos invite. Aquí vamos
con la “X” (no entiendo porque el final del abecedario se pone tan complicado)
Nunca entendí la xenofobia,
no sé cómo nació, pero seguro nunca tuvo sentido, no debe ser que ahora se
volvió indignante. Viene causando daño desde tiempos remotísimos y en cada
contexto tomó formas diferentes, pero todas feas y absurdas.
Y es que es muy fácil mirar
al otro y no entenderlo. Sin embargo, no hace falta ni explicarlo, solo toca
entender que es otro, con su otredad a cuestas, con sus ancestros y sus
variables.
Hay momentos donde somos el otro. De hecho, siempre que nos encontramos con un "otro" estamos siendo el "otro" para él. ¿Que motivos podemos tener para conferirle odio? ¿Que motivos pueden llevarle a odiarme?
Hace algunos años elegí
vacacionar en un país en el que se notaba mucho que yo no era de aquellas
tierras, lo hago cada vez que puedo, y los resultados son diversos. En aquel
momento, sucedió que la gente me hacía sentir mucho más distinta que las otras
veces que había sido distinta en latitudes diferentes. Un taxista con ganas de
ser hospitalario resumió el pensamientos de otros muchos “Si baja el sol se
vuelve peligroso. En África a las seis de la tarde te matan”. Eso nos dijo,
mientras nos retaba por haber estado circulando en el barrio donde tomamos el
taxi sin las precauciones correspondientes (todavía no sé cuáles serían). Ciertamente
sonaba exagerado, y hasta un poquito absurdo. No nos gusta estigmatizar a la
gente, ni a los países y mucho menos (como en las palabras del taxista) a todo
un continente, no nos gustan los prejuicios a ninguna hora, aun a las seis de
la tarde.
Tomamos la anécdota como una
desbocada intención de hospitalidad de aquel taxista negro que también nos había
dicho que los barrios en los que no viven las personas blancas son muy
peligrosos (si, él, desde su boca negra, agitando sobre el volante sus manos
negras, nos hablaba del peligro que corríamos por culpa de los negros).
A las pocas horas tomamos un
bus de JoBurg a Pretoria. No habíamos tomado en cuenta el horario de arribo,
llegamos a destino casi con la noche. Abordamos un transporte público local
pidiendo a los pasajeros indicaciones y a la luz natural que se quede un ratito
más. Teníamos que encontrar la casa de una pareja que nos iba a alojar y
bajamos del vehículo con algunas pistas y pocas certezas. El atardecer se
vaticinaba en el ocaso. Con un inglés improvisado nos interpeló una señora
desde una ventana, aprovechamos su curiosidad para reforzar nuestros indicios
sobre la calle que buscábamos. La señora desapareció de la ventana y apareció
en la puerta. No conocía la calle, pero quería acompañarnos. Nos guió a la casa
de un pariente, le contó la situación y comenzamos a avanzar los cuatro. Un vecino
fue interrogado y se unió al movimiento. En una esquina, un vigilador privado
no logró responder sobre la dirección que buscábamos y fue obligado por la
señora a venir con nosotros (abandonando su lugar de trabajo) “Eres el
encargado de la seguridad, son blancos y están perdidos. Es de noche, si algo
les pasa será tu culpa” le gritó la señora para convencerlo.
Preguntando, sumando gente. Encontramos
el destino. Éramos seis cuando el encargado del edificio correcto nos abrió la
puerta. El camino amarillo llegó a su fin, el león, el espantapájaros y el hombre
de hojalata volvieron a sus hogares satisfechos.
Después de las seis de la
tarde, en África te matan, o te pasan cosas como esta, que aparecen africanos
absolutamente decididos a ayudarte sin que lo pidas.
Y es que tiene un montón de sentido que el otro, el extranjero, el desconocido, no necesite matarte, o lastimarte, o hacerte sentir poco querido. No hubo un sólo momento de ese u otros viajes en que nos hayamos sentido en riesgo. Muchas veces quisieron convencernos (en destino y fuertemente antes de viajar) de los peligros que implica ser el diferente en cualquier parte.
No entiendo la xenofobia, no entiendo hasta cuando vamos a vivir con el fantasma del odio y sus muchas formas, con los miedos de lo desconocido tratando de sacarle la magia a la sorpresa de la diversidad y la riqueza que nos aporta.
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