No entiendo cuándo empieza el año



Nunca me gustó enero.... es un mes en el que no pasa nada.... No le tengo gran cariño.... es un mes de retorcida inactividad.


Febrero tiene potencial, pero no lo dejan.... hay gente con ganas de arrancar el año, y la vida comienza a calentar motores, pero tampoco pasa nada.
En marzo el ciclo lectivo empieza a marcar el pulso de la ciudad y mientras las familias se acomodan a los nuevos horarios, se va consolidando la bienaventurada rutina.


 Entre una cosa y la otra me pone de muy mal humor que hasta abril el mundo esté en piloto automático mientras la gente se sigue sacando vitel toné y garrapiñadas de entre los dientes.
Mayo y junio son meses bien plantados, pujantes, prometedores, hasta que julio le pone freno por un ratito y la gente cae en la cuenta de que medio año ya desapareció, entonces llegan agosto, septiembre y octubre, el trío de la superproducción, donde todo está por hacerse y el levantamiento de la temperatura se suma a esto para que sean meses intensos y geniales, llenos de todo. En el trabajo, en el estudio, en la familia, en los compromisos sociales, en las programaciones culturales y en las reuniones de amigos, en esos meses, todo tiene lugar y nos vamos cansando para empezar a pedir que se termine el año.


 Entonces llega noviembre con su cara de “paciencia que ya estamos” y llena de navidad las vidrieras con una increíble capacidad de hacer que estemos convencidos de que es la recta final, pero todavía quedan dos meses, que es ni más ni menos que un sexto del año!


Todos nos preocupamos mucho por saber cómo cerrar las puertas que fuimos abriendo y corremos desorientados a lo largo y a lo ancho del calendario hasta que diciembre nos recibe con su voz cansada para contarnos que ya es demasiado tarde para un montón de cosas. Los feriados se acomodan en este mes para confirmar que el que no se escondió, se embromó… todo lo que haya que hacer, tendrá que esperar, en todos lados la gente estará pensando en sus vacaciones, en bajar la persiana, en dar el portazo y toooooodo lo que no haya sucedido, problema del año que viene (que empezará otra vez… más o menos, cuando lo dejemos empezar.)



No entiendo cuándo empieza el año, pero estoy segura de que no lo dejamos emerger con facilidad.


No entiendo a los bichos bolita



Oniscídeos, chanchitos de la humedad, bicho píldora, bicho munición, cochinillas de humedad, chanchitos de tierra, marranitos, bicho de humedad, armadillidiidae, bicho bola o bicho bolita… En verdad, no entiendo como no sabemos mucho más sobre ellos.


Como medio de defensa frente a depredadores, los bichos bolita pueden producir un líquido maloliente para alejar a los enemigos, pero su sistema de defensa más característico y que les da su nombre es la llamada conglobación; enrollarse formando una bolita casi perfecta y lisa gracias al ajuste de las piezas del exoesqueleto rígido, segmentado y calcáreo.

Todos, de chiquitos (y aun ya crecidos), hemos jugado con ellos, fascinados por su capacidad de cerrarse ante nuestro contacto, hemos disfrutado ver la maravillosa composición de su cuerpo y la velocidad de su cambio fisonómico, todos jugamos con ellos, y por eso me parece difícil de comprender que los docentes no hayan retomado nuestro interés para enseñarnos cosas fascinantes…


¿Sabían que no es un insecto? ¿Sabían que el bicho bolita es el único crustáceo terrestre que existe? ¿No es casi una estafa haber pasado tantos años de genuino interés por una especie y que nos hayan privado de semejante dato?

Pero claro, ese no es el único secreto que estos chiquitines nos tenían oculto, otra cosa fascinante es que son un poco parientes lejanos de los canguros… ¡posta! Comparten la característica de poseer un marsupio, que es la bolsa donde las crías se terminan de formar. En el caso de los canguros y el resto de los marsupiales, el pequeño a medio formar repta hasta la bolsa a culminar su gestación. En el caso de los bichos bolita, son los huevos (entre siete y doscientos) los que se incuban  dentro de las hembras de la especie, para estar protegidos de las inclemencias del clima. Cuando las crías están formadas, salen de la madre, casi como si se tratara de un parto, pese a ser ovíparos.


Pertenecen al grupo de crustáceos isópodos y vivir en el ambiente terrestre es todo un desafío para un crustáceo. Descendientes  de  ancestros acuáticos, respiran a través de unos “pulmones” que se encuentran en la base de sus catorce patas. Como todo crustáceo, tiene una respiración branquial, por lo tanto necesita vivir en ambientes húmedos y oscuros; se esconde durante el día debajo de troncos de árboles, piedras y lugares que conservan humedad, tienden a amontonarse unos sobre otros, porque así pueden reducir la evaporación de agua y evitar la desecación y durante la noche sale a alimentarse.


Tienen un ciclo máximo de vida de 41 meses, se alimentan de materia vegetal y restos animales, sus piezas bucales están adaptadas para masticar comida sólida, como hojas e insectos muertos. Y un último datito… mudan su exoesqueleto en dos secciones, primero la mitad posterior y luego de dos o tres días la mitad anterior, Los isópodos inmaduros mudan cuatro o cinco veces y los maduros cada dos meses.


Hay mucho más para conocer de estos amiguitos que tantas horas nos han dejado compartir y jugar con ellos.

No entiendo como no los conocemos mejor.





No entiendo el mito de la estabilidad



Que no nos roben la utopía.
Crecemos escuchando sobre las prioridades de los seres humanos en términos de estabilidad. 



Crecemos o lo que es peor; la gente considera que hemos crecido, cuando nos ponemos serios, abandonamos lo que nos hace bien y nos disponemos a hacer lo que todos hacen.

Un hito en la vida de un joven es lograr las ocho horas de oficina, en ese momento, se lo considera un afortunado. Si proviene de una familia en la que hay pocos oficinistas, se lo llamara privilegiado y si proviene de una familia con muchos oficinistas se lo llamara exitoso. Pensaremos que está en la buena senda y brindaremos felices por su estabilidad. Probablemente, de pequeño ha querido ser payaso, quizás artesano o incluso actor. En el total de los casos, de pequeño fue soñador. Pero ahora creció, y trabaja en una oficina para orgullo de todos, incluso, quizás, de sí mismo. Si está contento con sus ocho horas diarias y quince días de vacaciones al año, el joven pasará automáticamente a convertirse en uno del montón. Otro puntito en una estadística gris que señala que es parte de un algo más grande en lo que felizmente se pudo insertar.

Lo mismo sucede con cualquier otro trabajo de los que “hay que tener”; sueldo en blanco, quince gloriosos días de vacaciones, ocho horas de labor cuidadas por algún sindicato, la cosa es llegar puntual, hacer la tareita más o menos bien y aguantar a que llegue el franco para pasarla bien. No durante, siempre después.


Pero hay otros. Hay otros jóvenes (¡y no tanto!) llamados inmaduros, vagos, atorrantes, delirantes y quizás también fracasados; esos son los que nunca aspiraron al placebo de la estabilidad (o si, pero ya no). Son los que no se consideran lo suficientemente grises como para dejar de soñar, son los que no se conforman con quince días al año para la felicidad.
Y quizás desde la misma oficina, o desde donde les toca estar, esos otros están buscando la forma de seguir su sueño o de ir soñándolo en el camino. Y cuando la gente los mira raro, se preocupan un poquito hasta que se dan cuenta de que cada vez hay más personas tan raras como ellos, que deciden caminar por el costadito de esa cosa grande en la que habría que insertarse, y con la creatividad como principal recurso, se envalentonan a ser lo que de chiquitos quisieron, o lo que de más grandes eligieron. 

Generalmente, lo que buscan, es definido como felicidad (que comparte muchas letras con estabilidad, pero no se le parece en casi nada). 

Para todos ellos, el viaje se comparte. Viaje empírico o metafórico. Viaje tan largo o corto como sea necesario. Viaje como medio o como fin en sí mismo.
Los que entendemos el viaje (en el sentido enorme de la palabra) como algo mucho más profundo que un paréntesis de quince días, nos mantenemos en la senda de no dejar que nos roben la utopía.
(Porque; la utopía sirve para caminar)



No entiendo el mito de la estabilidad, pero tiene muchos feligreses.


No entiendo como todavía nadie inventó la música vegana



Y me parece que en cualquier momento a alguien se le va a ocurrir.

El veganismo consiste en el respeto a los animales, evitar su sufrimiento y su muerte. Los veganos no consumen ningún producto de origen animal, ni justifican la compra, venta, privación de libertad, o inseminación artificial de ninguna especie. La razón es ética y sostiene el rechazo de la condición de mercancía de los animales no humanos en tanto seres sensibles o sintientes.
El término «vegan» fue acuñado en el idioma inglés en 1944 por Donald Watson cuando quiso indicar en un inicio el concepto de «vegetariano no consumidor de productos lácteos» y más tarde para referirse a «la doctrina en la que el ser humano debe vivir sin explotar a los demás animales».

Dicho lo anterior, me remito a los instrumentos musicales, muchos de los cuales no cumplen con esta premisa y queda excluidos de las máximas del veganismo.
Todos los que hayamos cantado un carnavalito, podemos entender de que hablo; erke, charango y bombo, carnavalito….  


El erke, está formado por tramos largos de caña unidos formando un solo tubo y exteriormente forrado con tripa o lana. En el extremo superior posee un pabellón de cuerno vacuno.
El charango, tradicionalmente estaba hecho con el caparazón de un armadillo, y tradicionalmente las cuerdas del charango eran de tripa.
El bombo es un instrumento membranófono, o sea, genera sonido al poner en vibración una o dos membranas tensas hechas en la mayoría de los casos de piel.
Los tres instrumentos referidos en la letra de la canción poseen materiales como el cuerno, el armadillo y el cuero que los vuelven inadmisibles a la mirada vegana. Lo mismo ocurre con el resto de los instrumentos de cuerda, todos los de membrana y que decir de las Pezuñas, uno de los instrumentos más horrorosos que he visto.


Sin embargo, a pesar de las evidencias que aquí se expresan, aún no he escuchado ningún movimiento en favor de la música vegana.


No entiendo… ya debe estar por surgir.



No entiendo la apología del aislamiento



Y nótese que no estoy poniendo en tela de juicio la existencia de esta conducta. No entiendo los cuantiosos esfuerzos que hace la gente por no estar con otra gente.
Desde que las mamás nos enseñaron a no hablar con extraños hasta la proliferación de barrios privados, todo eso me parece medio terrible.
Los seres humanos somos gregarios por naturaleza y aprendemos en medio de las experiencias que ligamos  a la grupalidad… sin embargo, el Otro en nuestras sociedades capitalistas, molesta.

Hay una sobrevaloración del espacio privado y un desprestigio inmerecido al desconocido, al vecino, al que no sé cómo se llama, ni quien es, pero debe ser malo, y por las dudas voy a mantener la distancia y quedarme a salvo de sus casi seguras malas intenciones para conmigo.



De esa manera, es mejor tener una casa con pileta de lona que caer a un club y tener que compartir las instalaciones con cientos de fulanos y sus respectivas pestes y riesgos; la mía es más chica, pero es exclusiva, mía, no la comparto. Entonces comenzamos a blindarnos. A tener a escala todo lo que hay en una ciudad, pero para el circulito con el que decido relacionarme.

Y así como las ciudades tienen policía, yo tengo vigilador en mi edificio. Las ciudades tienen clubes, yo tengo club house en mi barrio privado. Las ciudades tienen Concejo Deliberante, yo armo una reunión de consorcio. Las ciudades tienen escuelas, yo pago maestros particulares. Las ciudades tienen comercios, yo compro desde casa por internet. Las ciudades tienen iglesias, yo prendo velitas a los santos de casa. Las ciudades tienen plazas, yo compro hamacas y toboganes para que mis hijos jueguen en mi patio. Y así…. todo lo que el espacio público tenga para compartir, yo lo quiero para mí. El aro de básquet del club está alto… el de casa es más bajito, pero es mio, y no espero turno y no tengo horario. Es de plástico y se cae, pero no lo usa nadie más que yo. Lo increíblemente social del pool, o del metegol, ahora está en casa… y de que sirve trabar el arco para que no se vaya la pelotita, si ahora puedo jugar el tiempo que yo quiera. Hay algo de la mística que se perdió. O la mismísima mística, se privatizó.

De esto se trata la apología del aislamiento. El cine tiene una pantalla enorme y un sonido increíble, pero el cine en casa me evita estar con otros durante la película, por eso, el mercado me prepara un gran precio para que yo decida hacer la mía, lejos de los que me molestan, me preocupan o me hacen compañía.


Así, crecen nuestros chicos, así, sin abrir la puerta para ir a jugar. Así crecemos nosotros, haciendo de lo público el lugar del que hay que huir. Así nos aterra cruzarnos con otros seres, nos cuesta vincularnos en la diversidad y nos paraliza el riesgo de caminar entre dos puntos de nuestra sacrosantarutina. Entonces nos emburbujamos en autos que nos llevan de un lugar al otro, haciendo que en el medio, entre el garaje de casa y el garaje de la casa de un amigo, no corramos riesgos innecesarios (¡un asco estar con Otros arriba de un colectivo!). Porque en la calle, nunca se sabe, ¿viste?, está jodida la mano, ya no es como era antes.

No entiendo, no creo que sepan lo mucho que se están perdiendo en esa soledad.


No entiendo los prejuicios



Y al afirmarlo, me siento una hipócrita.


Seguramente yo estoy llena de prejuicios que todavía no sé que tengo, eso es casi una obviedad. Tuve muchos que pude desarmar, y trato de rastrear los que aún no salieron a la luz. Sin embargo no entiendo los prejuicios, o sea, los juicios previos, que son un acto de sentencia anterior al crimen o algo así.
Un prejuicio es una opinión estandarizada y generalizante de cosas o gente a los que se encasilla desde la ignorancia y el desconocimiento.

Visto así, creo que nadie puede entender los prejuicios, pero si hay algo más incomprensible que esta injusticia contra las cosas o gente indefensa y sentenciada, es el individuo que se enorgullece, justifica y proclama sus prejuicios con el pecho henchido de orgullo, ese sí que es un papa frita importante.
Ese abre el discurso  legitimando los motivos de su juicio y ensalzando lo bueno de saber que es ley general que se aplica a todos los que enmarca en ese rotulo.


¡Que actitud flojita! Y cuanto nos perdemos por actuar así
En fin…. No los entiendo, y espero poder descubrir y combatir los prejuicios que me habiten.




No entiendo a los que no viajan



…y no lo digo desde la concepción burguesa del viaje como turismo para los sectores felices.

Lo digo entendiendo al viaje como algo que se construye de una manera única. No tiene que ver con kilómetros ni con itinerarios, es un desplazamiento ligado a lo emocional y siempre relacionado al aprendizaje. Implica una predisposición interna a absorber lo que el viaje nos depara.
El viaje nos transforma porque le damos permiso para que nos modifique. En nada influye el destino, la magia está en el camino. Es por eso que no importa si al viajar cruzamos océanos o viajamos hasta la verdulería. Podemos hacer un gran viaje con la ayuda de un avión, o con solo tomar un taxi.
Siempre y cuando abramos la puerta al aprendizaje para la transformación, estaremos viajando en el camino correcto.


«No se hace un viaje; el viaje nos hace y nos deshace, nos inventa» dice David Le Breton y en esta frase resume la potencia del viaje como mecanismo interior. “El viajar es un placer que nos suele suceder” dice pipo pescador, mientras nos recuerda que tampoco importa hacerlo en un auto feo, porque la experiencia pasa por otro lado. “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos.” Dice Marcel Proust y en eso vemos que el trayecto diario puede ser re-mirado para descubrir y descubrirnos.


En ese momento en el que el mundo nos da batalla, elegimos buscar una tregua que nos aparte de la rutina y elegimos conocer. Conocer un lago remoto o conocer la colonia de hormigas que cruza la plaza de la otra cuadra.
La mirada configura el objeto observado, y es precisamente eso lo que ponemos en acto al momento de emprender un viaje, le damos a la mirada el poder de embellecer los sitios que vamos descubriendo y nos permitimos detenernos en cosas a las que atribuimos potencialidades mágicas.
Cuando viajamos nos damos la posibilidad de contemplar, y eso es lo más relajante y novedoso que tiene el viaje, y a la vez es la clave que tenemos que incorporar para la felicidad cotidiana. En el momento en que nos damos la posibilidad de sorprendernos estamos haciendo una actividad que nos vincula a la idea misma de viaje.
Cuando vamos a la playa y nos tomamos el tiempo de mirar el mar para descubrirnos pequeños, o en la montaña analizamos la forma en la que corre el viento y nos sentimos más vivos, incluso en las ciudades, cuando reflexionamos sobre la forma de vida de otras personas y nos juzgamos por vivir de la forma en que lo hacemos. Así es que opera sobre nosotros el efecto “viaje”.

Sin embargo, no se trata de una acción que esté relacionada con el espacio y la lejanía, sino que es una forma de posicionarnos frente a lo que nos rodea de modo que nos encontremos predispuestos al disfrute de las cosas simples (o quizá tremendamente complejas).
Podemos hacer de esta, una actitud cotidiana, podemos sentirnos a gusto en nuestra propia tierra si cultivamos el espíritu flâneur, de vagar por las calles sin rumbo, abierto a las vicisitudes y las impresiones que nos salgan al paso.
De esta forma podemos ser turistas incluso dentro de nuestro propio dormitorio.

No entiendo como no disfrutamos de la vida con un Buen Viaje!








No entiendo como no amar el transporte público (4)



Aceptar  un reemplazo docente en un barrio alejado siempre representa un desafío, no por el barrio, ni mucho menos por la gente, sino por mi facilidad para perderme combinada con mi dificultad para pedir ayuda.
Así fue como encaré la ida preguntando al colectivero por la intersección que necesitaba y cuando (después de muchos minutos sin ver calles conocidas) tomó una de las dos calles que venía repitiendo en mi cabeza para recordar bajar del bus,  tuve ansiedad por adivinar cuál sería la transversal que estaba buscando y pánico por pasarme algunas cuadras.  Cuando mi corazón (¿?) lo creyó pertinente, toque el timbre decidida y me bajé.


Pocos segundos bastaron para que descubra mi error y rápidamente pregunté a un hombre, que me dijo que estaba lejos de mi destino y me indicó “ese colectivo te lleva, decile al chofer que te avise” y señaló el coche del que yo acababa de bajar y al que me volví a subir mirando al conductor con sonrisa de “si, ya sé que soy muy boba”.
Entonces llegué a una esquina en la que señor que manejaba me dijo muy amablemente  y recordando la pregunta que le formulé al subir (la primera vez) cual era mi parada; “esta si es”.

Empecé a caminar hasta lugares que parecían escuelas, con tanta cara de perdida que un señor de barrio se ofreció a acompañarme. Visitamos tres escuelas hasta encontrar la que yo buscaba. Charlamos, me contó del barrio y nos despedimos.
Llegué.
El reemplazo terminó y nuevamente estaba en la calle,
Las explicaciones de la directora sobre donde tomar el colectivo habían sido muy claras (con el detalle de que ninguna de las calles que nombró estaban en mi inventario de lugares conocidos).

Agudicé mis sentidos (ponele) y encontré una parada y un bus de línea conocida llegando hacia mi ¡estoy de suerte!, pensé… y me subí. El conductor me abrió la puerta y también abrió una enorme sonrisa mientras decía “Flaquita! Como andas?” justo  la vez que yo le preguntaba si iba para el centro. Le respondí con otra sonrisa y unas cuantas palabras, pero no reformulé la pregunta. Me senté y cuadras más tarde y ante la cantidad de nombres de calles desconocidas, ya di por hecho que estaba en la línea correcta, pero en sentido equivocado.
- NO estamos yendo para el centro, ¿no?
Tuvimos una charla divertida, y en una parada iluminada, el chofer me indicó que líneas tenía que esperar. Y allí estaba, más lejos y más perdida que cuando empecé a querer volver a casa, pero sabiendo que mi staff de colectiveros buena onda, siempre me rescatan de mi misma… y el paseo por el barrio con el vecino buena onda oficiando de guardaespaldas y guía, estuvo genial.

Como no amar el transporte público… si todo esto no me hubiera pasado yendo a dar clases en auto particular.

Soy mis historias, y no entiendo como no amar el transporte público.




No entiendo como confunden arte con marketing



¿Cuál es la diferencia entre “renacimiento” e “involución”? Seguramente habrá tesis enteras acerca de alguna brecha, sin embargo, desde el desconocimiento, afirmo que la diferencia es de cohorte valorativo. Supongo que ensalzar algo como renacentista implica  un dialogismo con los grandes del pasado, mientras la involución se emparenta con una lógica lineal compuesta de instancias superadoras encadenadas que han sido interpretadas por quien toma elementos de eslabones vetustos.

Básicamente, me da igual. Quiero divagar sobre una práctica que podría encasillar en una u otra categoría, pero elijo hablar de reinvención (y allí voy a dejar contenidos los términos en litigio)
Me llama la atención hace unos años (y no es la primera vez que escribo sobre el tema) una práctica artística en la que las organizaciones encargan a los artistas plasmar su esencia dentro de márgenes muy acotados, algo así como una producción seriada, en la que la serie amalgama el soporte, un soporte provisto por los convocantes y dotado de alguna significación icónica, sobre el que los artistas hacen ni más ni menos que lo que pueden. 

Un ejemplo de estas intervenciones a pedido

Esta práctica llegó a remitirme a los tiempos del mecenazgo, de la pintura por encargo y de la relación artista-cliente que condicionaba el producto dejando a la expresión  reducida a información (una serie de datos que deberían ser comprensibles para ciertos actores consumidores)

Así pues, cuando el rey elegía un pintor, lo hacía con la confianza de creer que sería quien logre la mejor reproducción de la imagen de sus hijos, de esta forma se relegaba el arte a la función mimética de inseparable relación con la realidad de la cual se despojaría con la controversial aparición en el siglo XIX de la fotografía.
Aunque fuera más allá de lo mimético, el arte no perdía la carga clientelar, en la decoración se ponían en juego criterios pedagógicos (un mensaje para el pueblo o la feligresía) y estéticos (moral, canon perfecto, proposición). O sea que, aunque lo expresado no fuera copiado de la realidad, tendría que reflejar fielmente una historia, una deidad,  un concepto, esa realidad irreal que les tocaba realizar (¿?)
La fotografía tomó como propia la tarea de capturar la realidad, llevando para su cancha varios artistas del campo de la plástica y los que se quedaron sintieron esa liberación que permitió el surgimiento de las vanguardias estéticas, con lo cual los ismos pudieron mostrar con el arte mucho más que retratos y alegorías y aparece el artista como parte nodal de las obras, aparece (con Velázquez y después) en la obra.

Ir al Pompidou y ver la obra de Duchamp es ir a verlo a él (cuantos saben el nombre de su obra?). Encontrarnos con él, es ver en esa obra mucho más que estética plástica, virtuosismo artístico, estamos viendo un momento, una coyuntura, un conflicto, un show de quiebres y cortes que el artista nos cuenta sin que nadie se lo pida. En otros momentos y lugares,  vamos viendo surgir nombres que por medio de su arte plasman radiográficamente la coyuntura, y también aparecen movimientos de l`art pour l`art, todo esto en una danza feliz y denunciante de sujetos con función política a la vez que poética (hibridando títulos de Aristóteles), así vemos el arte contemporáneo y una paleta multiforme de personajes y obras de las que gozamos entendiéndolas o dejándonos mover por su impacto visual.


En esta cronología que no es más que un grosero y violento resumen de la historia del arte, quiero anclar mi pesar por las propuestas a las que aludí renglones atrás.
Al parecer hemos vuelto a pedirle al artista que se exprese según consignas (lo cual no se extinguió nunca, pero se había corrido del centro de la escena). Entonces el artista (puro fluir y libre expresión) se encuentra sentado frente a una vaca, un ladrillo, un balero con la consigna de intervenirlo. 
Si bien por lo general la cuestión tiene por fin una cosita entre benéfica y snob (culminando en una subasta cruza de"exclusiva"con"under"),no deja de ser a todas luces la fetichización de su esencia mística en pos de la estandarización (pues más allá de las improntas de quienes hacen arte sobre ellas, no dejan de ser todas vacas, ladrillos, baleros). El artista suele tomar este pedido como posibilidad de exposición pública (omitamos decir marketing, porque suena choto), y ahí se pone a darle vueltas al soporte imaginando como hacer algo lo suficientemente personal como para plasmar su esencia y lo suficientemente radical para que su obra se despegue del conjunto y no pase desapercibido para el público (acaso cliente).

Con estos dos puntos en claro, la emoción en la que nuestro obrerito cultural encara la tarea puede ser; 
  • desafío “a ver, como hago algo bueno con esta consigna”, 
  • adaptación “es un trabajo como cualquier otro, no siempre se puede hacer lo que se quiere”, 
  • o bien, desmotivación “hasta cuando voy a tener que hacer estas cosas por prensa”. 

Volviendo al principio, quizás es una cruza entre la vuelta al trabajo a pedido y la necesidad de visibilizar y comercializar lo que logra este tipo de despliegues en los que la libertad irreverente del artista contemporáneo sucumbe ante la lógica de la sociedad de consumo y un nuevo modo de estandarización de la producción. Lo cierto es que no hay forma de que me guste (más allá de la ocasión de foto chistosa) ninguna de esas piezas y en parte lo atribuyo a que veo opresión del autor en las materializaciones repetitivas de elementos intervenidos al solo efecto de su venta (por mas altruista que sea el cometido aducido). He dicho (en verdad, esto lo he dicho el 24.04.2013).

No entiendo como se puede borrar la necesaria línea entre el arte y el marketing... pero es tendencia.

(Agradecimiento a Fede.... que casualmente estaba en todas las fotos que ilustran las ideas de esta exposición)




No entiendo las tristezas tontas



Y no hablo de las grandes angustias que nos ofrece la vida (esas las entiendo, las respeto y las transito), sino de esos momentos amargos causados por cosas que no valen la pena, pero nos apenan.


Son tristezas incomodas, e incluso nos da culpa contarlas. Nacen chiquitas, pero se ponen gordas, te embargan desde el pecho y te aprietan la garganta desde adentro. Son esas a las que no queremos dar lugar, pero se empeñan en invadirlo todo.

Esas que no te dejan pensar, que no te dejan seguir, pero tampoco te dejan llorar y se quedan en los lagrimales sin poder mover nada. Te dejan trabado en una situación tensa que puede salir para cualquier lado. Te amontonan el alma hasta hacerla un bollito y no hay forma de tironear los músculos de la boca para convertirlos en sonrisa (aunque busquemos argumentos)

Son tristezas agudas que no te dejan ni estar triste, solo te congelan. Son causadas por los pequeños infiernitos cotidianos que racionalmente sabemos que no valen la pena, pero emocionalmente nos destruyen un ratito.

Son tristezas que no elegimos y batallamos por minimizar y más se quedan, y las queremos correr, pero ahí se quedan y las queremos superar pero no se puede.

Son tristezas egocéntricas que no se corren del primer plano, aunque no les dé el talle, que no se mueven del lugar que nadie les dio y ahí se plantan… quizás solo para demostrarnos con una risa socarrona nuestra insoslayable humanidad.


No entiendo las tristezas tontas, solo espero a que se vayan.



No entiendo a los mosquitos



Vuelve el calor y vuelven los mosquitos. Pero…. ¿de dónde vuelven? ¿Dónde estaban? ¿Dónde se esconden? ¿A dónde se mudan durante el invierno los mosquitos? ¡No lo entiendo!

 Científicamente se llaman culícidos, pero por esta zona les decimos simplemente mosquitos, aunque en muy poco se parece a las mosquitas, que es el diminutivo casi nada extendido de las moscas, que ni pican ni son tan delgadas, pero parece que para nombrarlos, no nos resultaron trascendentes estas diferencias.


Si nos resulta trascendente la diferencia entre el macho y la hembra; Los machos, se alimentan de néctar, savia y frutas, que son ricos en azúcares. El mosquito hembra necesita de la sangre de los vertebrados para poner huevos y producir más mosquitos. Por eso, las picaduras de los mosquitos las realizan únicamente las hembras, que toman de nuestra sangre las proteínas necesarias para que sus huevos resulten fértiles. 


Se encuentran en todas partes del mundo y existen miles de clases de diferentes tamaños y colores. Pero no termino de entenderlos.

No entiendo que hacen esos pequeños vampiritos estivales durante el inviernoNo entiendo porque esos vulnerables bichitos parecen disfrutar el perfume de los espirales que enciendo para invitarlos a retirarse de mi proximidad.No entiendo porque en el silencio de la noche, esos voladores insectitos, necesitan hacer un sonido intracerebral al volar.

Son bichitos cuyo rol en el ecosistema es tan dudoso, que no los entiendo.



No entiendo a noviembre (2)



Hace unos días, escribí sobre noviembre, y no escribí nada de sus muchas lluvias, esas lluvias terribles en las que el cielo se cae y la ciudad se estremece. Las lluvias de noviembre son perfectas. Les saqué montañas de fotos, las miré de atrás de montones de ventanas, las habité en infinidad de situaciones y cuando escribí sobre noviembre, no las nombré.


Después encontré un papelito de hace un par de años en el que ya había escrito algo sobre noviembre... bastante parecido al que escribí hace algunas semanas… tampoco hablaba de la lluvia, pero si de sus flores lila, y esas si que son bien noviembre.

Para no ser ingrata con mi pluma del pasado (del año pasado o de hace algunos más…. no sé... no tenía fecha), a continuación otra mini oda a un mes clave, que parece que ya me había hecho pensar en otro momento.

Es noviembre. Se nota.
Se nota en las caras de preocupación de la gente que camina en la vereda. Es noviembre en el peinado revuelto de los estudiantes que palpitan sus exámenes. Es noviembre para las viudas que empiezan a pensar que otra vez llegan las fiestas y no está el amor de sus vidas para brindar.
Llega noviembre y la gente está muy preocupada por preocuparse, por entristecerse, por pasarla mal.
Es noviembre y todos están apurados, todos tienen cosas que cerrar, que entregar, que ordenar, porque ya casi se termina el año y parece que el que viene tiene mucho para dar, o por lo menos eso le van a exigir.
En noviembre todos corren y como es noviembre nadie los ve, sin embargo, ahí están, en su mejor momento y haciendo un show que parece que nadie quiere ver, están los jacarandás completamente en flor.
Muchos de ellos pasaron el invierno escondidos, plantaditos en parques y veredas, camuflados con otros árboles, con sus troncos gastados y retorcidos y pocas hojas.
Pero llegó noviembre y ahí están; violeteando la ciudad y regalando flores al viento que las menea y las acomoda formando alfombritas color lavanda.
Están hermosas, pero con la humildad de los grandes, sin ningún tipo de soberbia, enfloraditos como si nada. Pero es noviembre y difícilmente alguien les dé una palabra de gratitud, porque es noviembre y la gente está muy ocupada y preocupada como para mirar flores y ver cómo cambia la ciudad por unos días. En noviembre, cuando el jacarandá hace su show, los espectadores están muy apurados y no se pueden parar a mirar,  y ahí están, más lindos que nunca, tan nobles como siempre.



No entiendo a noviembre, y parece que hace rato me invita a pensar.





No entiendo a María Elena Walsh



Me encanta escuchar sus canciones, leer sus cuentos, repasar su maravillosa obra. María Elena es uno de los iconos de mi vida (aunque casi escribo “de mi infancia”, no sería justo… trasciende ese pedacito y la abarca toda).

Cuentos como “La Plapla", o “Morrongato del zapato”, canciones como “El twist de Mono Liso” o “La reina Batata”, “La canción de tomar el té” o “Don Enrique del Meñique”, me llevaron de la mano en mis primeros años, pero ya más grandecita, “Un elefante ocupa mucho espacio”, como cuento y “La cigarra” o “El país de NoMeAcuerdo” como canciones me hicieron pensarla desde otra mirada, más centrada en la historia nacional, en las desgracias de mi tierra y las prohibiciones de sus obras en los años oscuros de mi Argentina.

Sin embargo, aunque tuve tortugas toda mi vida y la canción de “Manuelita” me llegara entrañablemente, una canción que me acompañaba mucho era la “Canción del Jacarandá”…


Este árbol significa mucho para mi… es uno de los primeros a los que le aprendí el nombre y en mi imaginario actual, me remite a la puerta de la casa de mi abuela Isabel, a juntar florcitas del suelo mientras mis papás se despedían de ella y mis tíos. 
Durante años, el único jacarandá que podía identificar era el de la puerta de la casa de mi abuela. Y durante muchos años, ver esas florcitas aparecer en noviembre evocó su recuerdo nítido y cotidiano, tan simple como aquellas flores que nadie esquivaba pisar.



De todas formas, no comparto la mirada de mi autora querida… no termino de entender si lo suyo fue exceso de patriotismo, pero no puedo ver como ella que este árbol proporcione 
“…una flor y otra flor celeste…” 
No puedo evitar ver las flores de un incuestionable color lila! 

No entiendo porque María Elena ve posible hacer escarapelas con las flores del Jacarandá.






No entiendo como no disfrutar la lluvia





La magia empieza en un momento simple.

Tímidas se aventuran las primeras gotas. Las aves buscan refugio, las señoras protegen sus peinados, los hombres apuran el paso, las calles comienzan a vaciarse de gente. Ya alguien se preguntó ¿A dónde va la gente cuando llueve?

Rápido las gotas aplastadas contra el suelo se multiplican y sus siluetas se amalgaman, comienzan a superponerse y al cabo de un rato ya son charquitos que algún niño buscará pisar, esquivando la mirada tensa de su preocupada madre que vaticina antibióticos en lugar de unirse a la propuesta y chapotear. Chapotear es un precioso verbo. Hay que usarlo más, tiene una sonoridad poderosa.


La luz corta al medio el cielo y el ruido a lo lejos suena como un mármol quebrándose en la distancia irrumpiendo en el silencio. La sinfonía alterna golpeteos de gotas gordas, rítmicas, contra el suelo y desafinados acordes bochincheros a cargo del viento.

Estando en casa, invita a la relajación….
En la oficina, fomenta la concentración….
En la vía pública, propone diversión…

Es una obligación buscar alguna ventana y suspirar. Es una obligación lograr el silencio para que la lluvia haga eco en el aire. Incluso ver el gesto romántico del gato junto a la ventana es otra obligación.
Un libro, un pensamiento, un momento de redacción, todo eso es maravilloso con la compañía de la lluvia.

Todo es mejor cuando la lluvia se hace presente. En el día con los brillos del sol, en la noche con el enigma visual de potenciar el resto de los sentidos y el volumen de la rutina reducido al servicio de la melodía emergente. En todo momento con las mutaciones cromáticas del cielo; el espectáculo se torna irrenunciable.

Las energías se equilibran, la vida pasa en cámara lenta. Las personas, los paraguas, las siluetas en las ventanas y la voz de Cortázar narrando “El aplastamiento de las gotas”. El agua es bella, es mágica, es maravillosa. 
El agua es vida.


No entiendo como no disfrutar la lluvia. 




No entiendo el efecto hipnótico del fuego


Pero lo disfruto, lo celebro y me dejo llevar.

¿Buscan formas en las llamas? Es una actividad verdaderamente fabulosa.
Formas en las llamas, formas en el humo, formas en los leños mutando al calor.
El asado del domingo, la fogata del campamento, el hogar en invierno, e incluso las velas de una noche de apagón son invitaciones a jugar con las formas efímeras imposibles de retener.

Un hueco en el leño, formas de humo que lo atraviesan y muchas posibles interpretaciones 
Dibujitos en movimiento, figuritas bailarinas, siluetas y reflejos termoformados en el aire para quien tenga ganas de descifrarlos y dejarse llevar. Hubo quienes los interpretaron, habrá quienes busquen capturarlos en fotos, pero lo mejor es mirar como nacen y se retuercen, como van y vienen con el viento y sin él.

¿Un mate? ¿Una guitarra? ¿Un caldero?
Desde tiempos ancestrales el fuego ha sido parte constitutiva de la vida del ser humano, marcó un antes y un después, su descubrimiento constituye el momento bisagra de la humanidad, y hoy a tantos años de aquel hecho, sigue siendo totalmente fascinante convivir un ratito con él, con su  abrazo, con su luz, con su polisemia y sus nostalgias. 
El fuego, en cualquier tamaño, versión o formato, hipnotiza.

Mirar sin ver… mirar a través, mirar solo, mirar de a dos, mirar en grupo de amigos, mirar en familia. El fuego resignifica momentos y nos hace cercanos. Todos tenemos el recuerdo de algún momento con fuego.


No entiendo como dejar de mirar los dibujitos que se hacen en y con el fuego.