Otro enero en el que hace calor. Si, en enero en el
hemisferio sur, hace calor. Desde siempre… las conversaciones, las noticias de
los medios, los problemas, los humores…. Todo lo que pasa, pasa por culpa o a
pesar del calor. La gente tienen el chip instalado… en tiempos de calor… hay
que hablar del calor. Hacerlo protagonista de todos nuestros encuentros y
dejarlo en el medio de la escena, no sea cosa que nos olvidemos de que está
presente.
Para eso, la siempre predispuesta industria del consumo ha
generado innumerables elementos para hacer frente a las
inclemencias de la naturaleza, y el calor, no podía escapar a la producción de
objetos. El abanico, el ventilador, la piscina y hasta las vacaciones… inventos
modernos para combatir el aumento de la temperatura. Sin embargo, ninguno más
perverso y adictivo que el aire acondicionado.
Esos dichosos aparatitos que en su momento solicitaban la
semi destrucción de una pared del domicilio para acomodar sus enormes estructuras
y hoy se conforman con pedir instalaciones de mangueritas, para sus nuevas
versiones de dos partes.
El aire acondicionado se destaca por crear una atmosfera de
profunda irrealidad. A diferencia de los inventos anti calor antes mencionados,
que se limitaban a refrescarnos, o mover el aire existente, el ya encumbrado
gladiador de las temperaturas, acondiciona el aire, le dice a nuestro
combustible vital (¡el aire!) como ser. Nos eleva a la artificialidad más
irreal y nos condena a que salir de esa atmósfera mentirosa sea aún más duro
que antes de entrar en ella. Y creo que eso es lo que no entiendo y hasta me
enoja.
Soy una persona viviendo en un clima cálido, donde hace
fuertes calores y no tengo aire acondicionado. No tengo. No soy indigente, elijo no tenerlo. Me rehúso a acceder a la generación
de climas falsos que mientras inventan un bienestar contribuyen con el calentamiento
climático global que potencia en el corto plazo las temperaturas de las que nos
quejaremos y para las que la industria volverá a traernos soluciones que hagan
mayores daños al planeta.
En enero tengo calor, porque hace calor. Tomo agua, me
apantallo, tengo ventilador, me mojo un poco, como fresco y paso el verano.
Vida normal, con las rutinas de siempre (a excepción de la disminución en la
cantidad de amigos que me visitan… y prefieren encuentros en casas con “aire”)
Si tuviera que diseñar el clima del mundo, o de algún mundo… posiblemente
no se trataría de un entorno en el que impere el calor. Creo que preferiría oscilar
entre la primavera y el otoño. Agregaría muchos días de lluvia, de lluvia de la
buena, esa que deja charcos gordos y chapoteables, pero con poco viento, como
para que se pueda pasear bajo una constante cortina de agua previsible y vertical. Podría hacer un poco de frío, sin nieve, sin bajar de los 0º, pero un
poco de frío, como para dormir con muchas frazadas y caminar con guantes gorditos.
Con sol tímido, que haga falta descubrirlo detrás de las nubes, que proyecte
poca sombra, pero que rebote contra el río.
Que increíble sensación es estar vivo. Sentirse vivo. Entrar
en contacto con un sentir y un fluir. Enredarse en el devenir. Ser piel.
Sentirse cubierto de piel y dejar escuchar a la piel. El frío, el calor, las
texturas y hasta el dolor son la vida a través de la piel. Dejarse tocar por la
vida. Ser un cuerpo. No me parece mal tener sensaciones tan reales como
incomodas.
No entiendo la dependencia al aire acondicionado.
Esta publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”,
propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 16: describí el clima de tu mundo imaginario
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