Hace poco un hombre me agradeció por correrlo del prejuicio
de que todas las mujeres aman ir de compras. A mí no me gusta. Pero más que el sustantivo compras, , lo
que me pone de malhumor es la exaltación del consumo en sí. El sustantivo hecho
verbo, ir de compras, y para que ese verbo se desarrolle, aquí lo hemos vuelto sustantivo de nuevo, porque en Argentina llamamos shopping ("compras", en ingles) al edificio donde se pueden hacer compras (en otros países se conocen como centro comercial, tienda departamental, o mall), unificando el lugar y la acción.
En todo el mundo ya existen lugares pensados para hacer compras. técnicamente eso no es nuevo, porque los mercados existen desde el Mercado Trajano del Siglo II, la diferencia que la posmodernidad le adosa es el eje de la actividad; al mercado se va a buscar algo que necesito, al shopping se va a ver que se puede necesitar. No es el producto la motivación, es la acción de comprar.
El mundo hecho necesidad; debés comprar porque querés
comprar y tenés que querer todo lo que está a la venta, porque es un fin en sí
mismo, y no ya un medio para un fin. Es una actividad recreativa, divertida,
las compras, como objeto en sí mismo son lo que te hace bien, no el producto, la actividad de mirar la vidriera, entrar elegir y pagar, eso es lo satisfactorio (¿?)
Pisar un shopping es algo que no me gusta hacer.
Entrar por la puerta y sentir que el clima difiere en mucho
del que hay en el mundo exterior, saber que alguna mentecita calculó el volumen
del sonido y el tipo de música que van a estimular mi consumo, ver los carteles
y leer las frases con las que convocan las marcas a definir estilos de vida,
como si de un objeto dependiera, ver las miradas de los vendedores y sentir el
peso con el que cuentan los minutos para dejar el puesto que cubren. Hace tanto que no voy a uno de esos lugares,
que me cuesta evocar figuras concretas, pero recuerdo algunas ideas generales
que fundamentan mi desagrado;
En los shoppings hay gente que hace grandes sacrificios por
pagar cosas que no necesita o marcas que le darán el status que pretende (me
hace perder la fe en la humanidad).
En los shoppings siempre hay niños llorando y padres remolcándolos,
porque si el padre quiere una máquina que haga café como el del bar es una
necesidad, pero si el niño quiere un helado es un capricho.
En los shoppings siempre hay familias con sonrisas de
estereotipo de publicidad de producto ontológico, ancianas con miradas de
estereotipo de publicidad de AFJP (se acuerdan?) chicas rubias con tonada de
estereotipo de publicidad de universidad privada y guardias mirando
acusatoriamente a los chicos con cara de estereotipo peligroso.
En los shoppings siempre hay tachos de basura repletos de
cosas que se producen para los shoppings, cuya vida útil no logró traspasar las
puertas del establecimiento, y a todo el mundo le parece normal. Comprarusartirarcomprarmás.
En los shoppings hay vidrieras que imitan la vida y vidas
que imitan las vidrieras, todos exhibidos para ser consumidos con la misma fragilidad y frialdad que el vidrio
implica.
En los shoppings hace frío en verano y hace calor en
invierno, hay irrealidad, hay comida de plástico, chicos queriendo juguetes de plástico
y chicas con mucha cirugía plástica, pero no hay plasticidad, todos siguen
reglas rígidas que te hacen sentir en lo correcto y salirse de esas marcas es
impensable y está mal, y te deja afuera de eso a lo que hay que entrar.
Y yo no
quiero entrar… quiero estar muy afuera.
Estar en esos lugares te hace sentir que te despersonalizas,
te sentís un cliente, nunca una persona, un cliente quisquilloso que mira con
superioridad a un empleado sonriente a la fuerza junto al que vanaglorian (cliente y empleado) un producto de calidad cuestionable pero incuestionada. ¿Se
entiende? Lo único que están convencidos ambos que vale la pena, es el objeto
que los enfrenta, objeto ropa, objeto comida, objeto entretenimiento, ofrecido por una empresa que exalta tus sentidos para que no sientas fuera de los márgenes trazados.
Pisar un shopping es algo que no me gusta hacer.
Esta
publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el
blog escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 17: escribí acerca de
algo que no te gusta hacer
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