Hoy llueve. Es febrero, hace calor, toda la
tarde el sol del domingo sofocó la ciudad. Se vaciaron los parques, se
malhumoraron las señoras, transpiraron los señores y hubo dolores de cabeza,
bajones de presión e hinchazón de pies, como mínimo. Hizo calor, pero calor del
bueno, de ese que no te deja caminar rápido, por más apurado que estés. De ese
que no te deja llevar a cabo una conversación sin que haya que estar
mencionando el calor. De ese que no te deja saludar con un beso sin disculparte
por estar patinoso. Hizo calor.
De repente, en mitad de la tarde, cayeron las primeras
gotas, tímidas y bienvenidas, no llegaban a mojar el suelo. El suelo estaba
caliente, caliente de verdad, caliente en serio. Por suerte siguió más agua y
con el agua, el olor a lluvia. Lo primero que escuché al respecto, fue a un
amigo decir “¡Que petricor!” y traducirlo orgulloso como “Olor a tierra mojada”. Es
curioso, no tenemos muchas palabras para hablar de olores, y las pocas que
tenemos, no las conocemos o simplemente no las usamos.
Desde hace
mucho me preocupan los olores. Pase un tiempo dedicada a una mini investigación que fue
mi ponencia en un congreso, en ella me pregunto entre otras cosas por el
léxico aromático empobrecido de nuestra lengua. A continuación... un resumen.
“Siento, luego existo” dice David Le Bretón (2007) parafraseando a
Descartes (1637), para hablar de la importancia de los cinco sentidos en la
configuración de la identidad del ser humano, vinculado a todo cuanto percibe.
Antes del pensamiento están las sensaciones, el sentir. No sabemos
nombrar al nacer las sensaciones que nuestro cuerpo ya experimenta aún antes de
salir al mundo. Los sentidos se desarrollan y se afinan con el tiempo, pero son
cualidades innatas que nos ayudan a conectarnos con el mundo, aún prescindiendo
de la educación que como sociedad elegimos transmitir a las nuevas
generaciones. Es mas humano, entonces, el sentir que el pensar, y sin embargo,
la cultura en la que nacemos se toma el trabajo de hacer un cambio en este
paradigma logrando seres que racionalizan el entorno relegando los sentidos.
La condición humana es ante todo corporal, aunque como seres
sociales configuremos desde la cultura las percepciones empíricas; somos seres
encarnados y de esto parte la antropología de los sentidos como apoyo para la
idea de que las percepciones sensoriales no surgen solo de una fisiología, sino
ante todo de una orientación cultural que deja un margen a la sensibilidad
individual; de esto queremos hablar.
Dijo Le Breton: “en la jerarquía de los sentidos, el olfato no
tiene ningún peso”. Este autor, explica que en occidente el olor es mal visto y
eliminarlo es el objetivo de estas sociedades. Esta ligado en la mayoría de los
casos a displaceres y por eso, se busca neutralizar los olores y uniformarlos. Una forma simple de comprobarlo; si le pedimos a alguien que
dibuje una cara lo mas rápido que le sea posible, lo mas probable es que
obtengamos un resultado similar a este : ) , dos puntitos y un línea curva, la
representación simplificada de un rostro, evade la existencia de la nariz.
Dice Bourdieu (1996) que nominar implica hacer que algo
exista: el lenguaje tiene carácter preformativo, ya que el valor social de los
usos de la lengua surge a partir de su tendencia a organizarse como sistema de
diferencias. Estos sistemas, reproducen el orden simbólico de aquello
socialmente establecido, a saber, el sistema de diferencias sociales. Con el
aroma pasa exactamente igual.
Cuando configuramos la experiencia, lo hacemos con auxilio del
lenguaje. Sin embargo, en la generación de términos para nombrar las cosas que
configuramos, para darle identidad, y entidad a los olores, es muy escueta. No
hemos generado palabras que sean propias al orden de asuntos que hacen al
olfato y sus derivados.
Hablamos de que poner en palabras un olor es pedir léxico prestado
a otros sentidos (dulce: gusto, suave: tacto, floral: vista, estridente: oído).
Cuando queremos describir un aroma nos encontramos con que el rechazo por este
proceso físico es tal, que no tenemos vocabulario para hacerlo. Necesitamos
tomar términos de otros sentidos o usar comparaciones con olores o experiencias
compartidas. Esto, hace que nos sea imposible relatar una descripción acertada
de un aroma.
Una de las slides del pps del Congreso en el que expuse este delirio |
Dijo Italo Calvino; “Olvidado el alfabeto del
olfato que elaboraba otros tantos vocablos de un léxico precioso, los perfumes
permanecerán sin palabra, inarticulados, ilegibles.”
Acaso sabemos siquiera ¿Que nos movilizan? Cuando Rousseau (1979)
llama a la olfacción el sentido de la imaginación, esta hablando de esto. “Cada
sociedad dibuja una organización sensorial que le es propia” (Le Breton 2007) . El mundo está hecho con
la tela de nuestros sentidos, pero se entrega a través de los significados que
las percepciones modulan.
Hoy llueve y todo en la ciudad huele a petricor, muy poca gente lo
nombra así, muy poca gente quiere llenarse de él. Muy poca gente presta
atención al olfato, a los aromas, a los olores. Pero hoy llueve y eso se
respira hondo.
Esta
publicación forma parte del proyecto “30 días
deescribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 27: salí a dar una vuelta por el barrio y hacé un mapa
de sonidos y olores
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