Una vez escuche a una arqueóloga hablar sobre la extinción de las ballenas, elefantes, koalas y gorilas. Ella decía que estos animales son sobrevivientes de la megafauna que dejó de existir hace miles de años, estaban en el pleistoceno y desaparecieron (diez mil años antes del presente, o sea de 1950), con la última glaciación. Ya en el holoceno no había más megafauna.
El punto de vista me pareció interesantísimo; desde esa mirada era fácil pensar que lejos de tener que defenderlos y cuidarlos, lo que había que hacer era entender que sobrevivieron muchísimos miles de años más de los que le correspondía a su especie. Es como un mensaje de dejar partir a alguien que esta desubicado, o pasado de moda para este momento del mundo.
Las cosas en el mundo, en todos los órdenes de la vida tienen fecha de caducidad, los seres vivos, las eras geológicas, los procesos revolucionarios e incluso las profesiones.
Esto último es divertido descubrirlo en los actos escolares, cuando los chicos de la era de internet interpretan (rozando la ciencia ficción) a personajes como el vendedor de velas, la mazamorrera, el aguatero y arengan a las masas con sus memorizados pregones desconociendo casi en su totalidad las palabras que repiten. La época colonial, es para ellos inasible.
Algunos padres recordaran con nostalgia la figura del lechero, o del vendedor de enciclopedias que junto a otros tantos, forma parte de una transición del vendedor ambulante al vendedor domiciliario.
Ahora resulta que el mercado laboral postmoderno ha vaciado las casas y es muy difícil concretar una venta puerta a puerta, casi está extinta la figura del ama de casa (que tal vez dentro de unos años forme parte de las representaciones escolares) y esto genera nuevos movimientos en ámbitos como la venta domiciliaria que ha encontrado su nicho en el e-commerce y otros kiosquitos de internet que la cultura delivery ha sabido alimentar.
Sin embargo, como todo proceso, de extinción, siempre queda un agonizante sobreviviente. Entre los vendedores estamos en condiciones de considerar que el sodero es esa ballena en peligro de extinción, desubicado exponente de algo que debió haber dejado de existir, pero prevalece y conserva sus fieles defensores.
Después de todo... no hay tantas diferencias entre un elefante y un sifón.