No entiendo como no amar el transporte público (8)



Noche fría en el microcentro de la ciudad, noche helada a creer de Cecilia. El viento molestaba demasiado y la bucólica neblina completaba una imagen absolutamente desoladora. No era tarde, quizás las diez de la noche.

Cecilia salía de estudiar con la idea de caminar hasta su casa rápido y directo, tomar calles habitadas y apretar el paso para que el camino sea más llevadero. No era una gran distancia y su idea era de la de todos los días. Acomodó su bolso en el hombro, tironeo las mangas de su abrigo para cubrir sus dedos del frío y comenzó su recorrido cotidiano.

Pocos pasos había hecho cuando vio la luz, esa seductora lucecita roja aparecía entre la niebla de un día casi londinense tentándola a sucumbir ante su brillo hipnótico.
Lo primero que pensó fue NODEBO, lo primero que se le vino a la cabeza fue la importancia de ser responsable y no ceder a las tentaciones mundanas.

Minutos después y casi como automatizado, su brazo se levantaba hasta formar un ángulo recto con el resto de su cuerpo, y con un gustito amargo por haber perdido la batalla contra sí misma, Cecilia se descubrió sentada en el cálido asiento trasero del taxi al que no se pudo resistir.



Todo por esa sexi lucecita roja. 


No entiendo de qué color son las burbujas



¿Como saber que hay una realidad exterior a nuestras percepciones? ¿Como pensar un mundo  preexistente a nuestra experiencia de él? ¿Como entender los matices que la subjetividad le imprime a todo?


Asumir la imposibilidad de objetividad es desafiar toda intensión de certeza, es animarnos a habitar la incertidumbre y coexistir desde ahí.


¿De qué color es una burbuja?
Todo depende de cómo refleje y refracte la luz


Así nuestro mundo iridiscente. El ángulo de observación es el que crea los colores de la vida. Inquietos arcoíris bailando para pintar confusión y que la producción de sentido sea tan múltiple como los perceptores que la interpelan


Iridiscente cosmos de dimensiones múltiples. Curiosos indicios, piezas raras para crear. Divertido eclipse de verdades que nos atraviesan y nos enojan mientras nos invitan a jugar.
Mundo iridiscente, burbuja mística inevitable que nos hace creer que nos rodea, cuando claramente nos habita. Mundo de apariencia externa que solo aparece desde nuestro interior.


Iridiscencias policromáticas en la polisemia de nuestra cotidianidad. Lo dado y lo construido, enigmas de la eternidad.
Cada vez es más fácil entender el silencio de la caída de una rama de árbol en el bosque en soledad.

No entiendo de que color son las burbujas... capaz que del color de la realidad.


No entiendo a octubre



No entender a octubre es algo que puede empezar desde su etimología…. Porque parece que se puede cambiar el calendario entero, pero no se pueden modificar los nombres de los meses.


Octubre se llama octubre, porque su nombre provienen del latín  “ocho meses”, aunque ahora sea el mes diez, las paradojas de la vida, lo corrieron del ser el octavo mes del calendario romano a ser el décimo del calendario gregoriano; el otro calendario empezaba en marzo, o sea…. donde ahora anda empezando fácticamente... digamos que octubre nos recuerda con su nombre que le metimos dos meses mentirosos a nuestros cortos años. ¿O no? (ver al respecto)

Octubre tiene el dolor de 1492, y nos trae el recuerdo de todos los charcos de sangre que puede hacer el ser humano a cambio de cosas a las que les atribuye un valor absolutamente simbólico, mientras el real valor de una vida, poco le importa a muchísimas generaciones de hombres sedientos de poder, prestigio, reconocimiento, sed de "vayaunoasaberqué", cosas que les resultan aun hoy interesantes y seguimos padeciendo en este recorrido que transitamos como especie en  auto exterminio a altísimos costos. 

Eso nos dice octubre y para reconciliarse con nosotros (en términos de humanidad), un  24 de octubre de 1945, nace la Organización de las Naciones Unidas. O sea… una buena idea que no fue, un proyecto de paz mundial, de trabajo en equipo que ya sabemos que no es tal.

Así está octubre, tratando de dar explicaciones que no le corresponden. Es el décimo mes del año, y no tiene por qué dar explicaciones de nada, la culpa es tuya, que no encontrar tu lugar en el itinerario que cíclicamente vuelve a empezar y te va a volver a pasar. De hecho, sus 31 días lo hacen parecer eterno, pero mide lo que tiene que medir, mide lo mismo que enero, y nadie se lo reprocha al primogénito del año.

Rarísimo clima trae octubre, con sus lluvias y sus soles, su inestable forma de hacernos improvisar. Octubre hace lo que quiere, y nosotros, lo que podemos. Octubre de post-its en las paredes, imanes en la heladera y listitas en todos los bolsillos. Es octubre cada vez que pasamos las hojitas de la agenda para constatar que todavía falta mucho, pero ya vamos yendo a la librería a comprar la del año siguiente con la ilusión de que lo acercamos un poquito más. Octubre es ese ratito del año donde uno descubre que ya faltan las fuerzas, y sabemos que estamos en el segundo semestre, que ya se termina, pero igual falta un montón!

No entiendo a octubre que se llena de lapachos y los primeros jacarandás pero nos deja a todos con ganas de salir a la vereda, de perdonar al frío y encarar la intemperie. Confiados en las promesas de la primavera, decididos a romper el letargo, es octubre de no entender si hay que esperar navidad o cerrar proyectos mientras enlistamos los nuevos. Octubre que no entiendo más nada, que la rutina ya aburre y la reestructuración se hace esperar. Octubre de más de lo mismo, pero distinto, como si fuera culpa de octubre que tomemos malas decisiones. 

No entiendo a octubre, como si fuera culpa del calendario que no sepamos vivir bien cada día.


No entiendo a las palomas



No entiendo a las palomas, me parecen seres especiales.

Las miro caminar con su aspecto de señor gordito paseando con las manos en la espalda, miro sus pasitos cortos y ligeros, sus caminares errantes y zigzagueantes. Me pregunto dónde van cuando no parecen ir a ningún lugar.

Palomas de Rosario

Las miro tratando de individualizarlas y me fuerzo a inventar sus conversaciones. Me entretiene compartirles galletitas en todos los países que me las encuentro; no hay itinerario de vacaciones que prescinda de su ratito para jugar con las palomas. Me maravilla la universalidad de la especie, la posibilidad de encontrarlas en casi todas las ciudades. Leí que están en todas partes, excepto la Antártida y el Ártico. Tiene que haber un motivo supra humano para que eso sea así.

Palomas de Auckland


Me atraen, me hipnotizan, me maravillan. Son bichos simples. Puedo pasar horas mirando por mi ventana como entran y salen de la enredadera y parecen desaparecer dentro de la pared. Disfruto de verlas interactuar en la plaza, jugar con los chicos, prestar oídos a los viejos y ser ignoradas por un montón de gente. Las palomas son de los pocos animales que han logrado adaptarse exitosamente al entorno urbano. Eso habla muy bien de ellas, bah, de su capacidad de resiliencia. Hay que ser muy buena onda para adecuarte a la nueva silueta de un espacio que ya era tuyo y lo invadieron entre miles para cambiarle por completo la esencia.

Palomas de Arequipa

Me preocupa saber que piensan cuando se detienen estáticas en el medio de un espacio vacío, y me intriga saber que sienten, que sueñan, que creen de nosotros.  Me gustan las palomas, aunque no entiendo su rutina ni sus miradas, ni la forma en la que trazan sus itinerarios, me gusta la forma en la que hablan de paz de los remotos tiempos de Noé y lo que representan cuando se las libera masivamente (detesto cuanto entristece verlas confinadas a una jaula). Me devuelven la sonrisa, me sacan de la rutina, me regalan el presente.

Palomas de Santiago de Chile

Me pone nostálgica pensar en que fueron uno de los primeros medios de comunicación, imagino historias de amor y destinos de guerra enroscados en sus patas, con la esperanza de quien las envía al cielo anudada en el gran sentido de la orientación que esta especie supone.


No soy estrictamente colombófila, pero no entiendo a la gente que no las quiere.