No los llamaría pesadillas,
pero no sé qué son las pesadillas. En mi caso creo que son cosas que me pesan,
y lo que más me pesa, es sin duda la perdida de seres queridos.
Este año mi abuelo,
el año pasado mi gata. Seres fundamentales a lo largo y lo ancho de vida que
abandonaron el plano físico de la existencia y se amontonaron en otros
espacios, visitan mis sueños y me dejan una rara sensación a la mañana.
Cuando después de ser mi mejor amiga durante casi 19
años, mi gata dejo de poder caminar, la acompañamos todos en sus últimas horas,
estuvimos con ella en los últimos minutos y la enterramos en el jardín cuando dejó de respirar. Fueron muchísimas las veces que soñé que la
encontraba en el jardín, que acababa de cavar hacia arriba para desenterrarse,
que estaba confundida, sucia, pero parecía saludable. Muchas noches me levante angustiada
con la mezcla de sensaciones que la duda creada por la negación me proveía. Desde
mis nueve años, es casi toda mi vida, y ella siempre había estado ahí, dándome la increíble
sensación de que siempre estaría, y la tristeza de que ya no era así me evocaba
esa maravillosa negación en la que me suelo refugiar con más frecuencia de la
necesaria. El jardín de casa, el pozo emergente a pasitos del lugar donde la habíamos
enterrado y ella, unos cuantos años más joven, parada, con un poco de tierra, mirándome
casi sin expresión.
Este año, con mi
abuelo, también fueron algunas noches, pero solo anoté una de ellas, con palabras que
paso a trascribir.
-1 dic-
Iba en un
colectivo en una dirección, sabiendo que era la opuesta a la que quería ir, me
bajaba la esquina de Colon y Montevideo y caminaba a Ayacucho y Montevideo,
pera tomar el mismo colectivo, pero en sentido contrario.
En esa esquina
estaba el abuelo, vendiendo flores (mi abuelo no vendió flores nunca), cuando yo trataba de agarrar algunas, me decía
que no agarre esas, salía corriendo a una escalera que tenía apoyada sobre un árbol
de rosas blancas en la vereda de la escuela que está sobre Ayacucho (el árbol existe,
pero las rosas blancas no nacen de los árboles, esa imagen, me hace acordar a
los rosales de “Alicia en el País de las Maravillas”, cuando los naipes pintan
las rosas de carmín). El empezaba a arrancar ramas secas, para llegar a las
flores, que estaban más altas (y no las alcanzaba) y se lo veía cansado, enojado y un poco frustrado y me hablaba de un
viaje a Madrid con “la vieja” y a Francia... y me seguía hablando desde la
escalera, junto al árbol de rosas blancas.
Me desperté y me
costó un montón recordar que él ya no estaba haciendo uso de su cuerpo. La angustia me re-habita cuando lo pongo en palabras. Busque un
papeilito entre mis hojas a reutilizar y anoté las palabras que recién transcribí.
Muchas semanas después, ordenando papeles, me volví a encontrar con ese sueño
en la mano, y cuando giré sin querer la hojita en la que lo había anotado, descubrí
que el azar (o no…), había hecho que anote el sueño en una planilla de autorización
de tomografía a su nombre, con todos sus datos (todavía me sorprende).
Dice Wikipedia que
las pesadillas son “un ensueño que puede causar una fuerte respuesta
emocional, comúnmente miedo o terror, aunque también puede provocar depresión,
ansiedad y una profunda tristeza. La pesadilla puede contener situaciones de
peligro, malestar o pánico físico o psicológico. Regularmente, las personas que
la sufren o las sufren, se despiertan en un estado de angustia y con
imposibilidad de regresar al sueño por un prolongado periodo de tiempo”, si
es así… supongo que son pesadillas, porque en ambas hay mucha tristeza y
angustia, a los dos los veo cansados y contrariados, aunque me gusta verlos… no están
bien, y cuando me levanto, me siento muy rara y muy vacía.
No entiendo los sueños, pero estos, me resultan mucho más confusos y me ahogan.
Esta publicación
forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el blog
escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 6: escribí tu pesadilla recurrente
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