Mis papas me enseñaron a no mentir, pero a la hora de
la cena o durante el almuerzo, papá nos pedía que cuando sonaba el teléfono
digamos que él no estaba. Eran momentos en los que no quería estar disponible
para quien sea que lo buscara, porque era la hora de la comida, y eso era
motivo suficiente para que en la casa en la que no se mentía, se diga que papá
no estaba.
Años más tarde papa se compró un teléfono celular, era
enorme, carísimo y súper novedoso. Muy pocos había en la ciudad cuando el de papá
llegó a casa y si había algo que teníamos en claro desde el momento inicial,
era que el número del celular de papa no había que dárselo a nadie, pero a nadie. Si lo
buscaban en casa, a lo sumo le podíamos dar el teléfono de la fábrica para que intentaran ubicarlo ahí, o quizás ofrecer un horario
tentativo en que podían encontrarlo en casa, pero el celular de papá era para emergencias, y solo
unos pocos representábamos algo importante como para usar esa información.
Un día, mi hermana y yo habíamos sacado en la mesa de un restaurante
nuestros videojuegos de mano, los teníamos pausados en el nivel en el que
habíamos quedado y cada segundo estábamos mas cerca de batir una marca, era la
tecnología del momento, y nos tenía enloquecidas. Mi hermanito aún era un bebe
y estaba sentado en una sillita alta. Nuestros videojuegos, por pedido paterno
siempre estaban en modo “mute”, a papá no le gustaba el ruido y quizás sea por
eso que aun hoy se me hace insoportable. Fueron algunos segundos de Tetris, yo
tendría once años, el enojo de papa fue breve pero entendible, en la mesa se
comparte. Volvimos a poner en pausa nuestros juegos y nos dispusimos a cenar.
Ya pasaron muchos años de aquellos fragmentos de vida, pero
dicen que la infancia es el momento de aprender lo importante, y al menos, a mí
me sigue pareciendo importante respetar esas cosas. Me molesta, y me pasa muy
seguido que estén dando prioridad a lo que pasa en la pantalla postergando al
que está presente. Y no hablo de atender llamadas urgentes (de esas que para mi
papá estaban tomadas con pinzas y contadas con los dedos de una mano)
Y no, no tengo mil años, ni soy anticuada, ni quiero que
vuelvan los teléfonos a disco, ni vivo sin electricidad. Solo
quiero que la gente que con la que hablo me mire a los ojos y no interrumpa la
charla por un ruidito o porque alguien en otro lugar quiere hablar cuando la
palabra la estoy ejerciendo yo. No quiero que estén escribiéndole a otro
mientras trato de hilar una conversación, ni quiero que lleguen a mi casa y me
pidan la clave de wi fi como si fueran a permanecer tantas horas allí.
No quiero que las charlas giren en torno a lo que pasa en la
pantalla, a un like de Facebook o una noticia de twitter, no quiero que nos
encontremos para que se entere instagram ni que los grupos de WhatsApp sean
interlocutores válidos durante el encuentro. No quiero que haya chicos buscando atención de los padres
mientras ellos están inmersos en sus dispositivos táctiles, no quiero que los
perros solo jueguen para ser filmados. No quiero que comer sea solo para compartir
la foto del menú en redes, no quiero deshumanizar los vínculos en el intento de
hipervincular.
No quiero, pero nadie me pidió mi opinión.
Mientras los padres hacen compras, los sientan, en otra dimensión |
Por un momento pensé que algo raro estaba operando en el
mundo, porque antes los papás pedían que estemos en momentos compartidos y ahora son
los padres los que evitan conectar y no los hijos. Me siento como se sentirían mis padres cada vez que tengo que pedir o resignar la atención de un amigo, porque le están escribiendo, porque le llegó una foto, porque le mandaron un chiste, que no puede esperar para ser atendido (y la persona que está presente, si puede)
Pero pensándolo con mayor
claridad, en verdad son padres los que en ese momento de mi infancia eran hijos. Y quizás no
le dieron el mismo valor que yo a esos intentos por respetar los espacios y
momentos presenciales.
No entiendo cómo se desconectan los hiperconectados. Yo
trato de estar acá. No me dejen sola.
Esta
publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el
blog escribir.me (todos invitados a jugar!)
Día 23: cómo te parecés a tu mamá
Gracias papá y mamá por enseñarme cosas importantes.
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