No entiendo a los delfines




Para entenderlos, encontré un lugar donde los explican. 


En Mozambique el océano índico es el anfitrión y dentro de este país, para visitar los delfines en su hábitat natural, es necesario alojarse en la localidad de Ponta do Ouro, una pequeña ciudad que fue declarada Área Marina Protegida por Unesco, considerado un sitio clave de biodiversidad de importancia mundial en el África oriental. Ese titulo le confiere a la ciudad la responsabilidad de preservar concienzudamente el medio natural. 

Llegar a Ponta do Ouro no es tarea sencilla. Desde Maputo (la capital de Mozambique) el primer paso es tomar un ferry a Katembe, allí se buscará un chapa (transporte local), un taxi o en el mejor de los casos algún vehículo con tracción 4×4. No hay ruta y si bien no son muchos kilómetros, sí son muchas horas. Después de andar un buen rato por carreteras de asfalto deteriorado e invadido por pozos, el camino se vuelve arena y aun seguirá faltando un buen rato de rebotar por el medio de la nada para llegar a destino. 

Una vez en la ciudad todo es arena, ni calles ni vereda: solo arena. Hasta acá no suena para nada tentador, sin embargo llegar a la playa hace que todo haya valido la pena. 


Probablemente pensar en Mozambique no sea sinónimo de playa para mucha gente, sin embargo, el paisaje que nos interpela será una verdadera sorpresa: una pequeña bahía enmarcada por montañas bajas, y coronada por una ancha playa de arenas claras con una paleta de colores de agua imposible de describir con predominancia de matices turquesa.
Esta bahía, en la que el sol nace para atardecer sobre el poblado, es el hogar de múltiples especies marinas, pero los protagonistas indiscutidos del ecoturismo son los delfines.

El tour para el encuentro con los delfines puede durar tres o cinco días; se inicia con prácticas de snorkel en la playa y una charla con videos instructivos para estar capacitados sobre la forma de acceder a una buena experiencia e interiorizarnos sobre sus hábitos y conductas para comprenderlos y lograr una armoniosa interacción con ellos.


A partir del segundo día, las jornadas comienzan a las seis de la mañana en la playa, donde entre todos empujamos el bote al agua y nos trepamos con torpeza para comenzar la navegación. Las olas son enormes y la sensación de inmensidad del océano nos atraviesa a medida que nos adentramos en él y dejamos la tierra atrás cabalgando sobre las olas.

A los pocos minutos, sucede la magia: divisamos delfines y ellos nos divisan a nosotros. Con total naturalidad, como si se tratara de perros junto a un auto, los vemos saltar y acercarse, seguir el barco y saludar con piruetas. No es fácil saber cuantos son, pero siempre son grupos. Es el momento de ponerse las patas de rana, tomar una máscara de snorkel y saltar al agua, a mar abierto. En cuestión de minutos estamos en el agua nadando con las bellas criaturas hasta que ellos consideran que ya fue suficiente socialización inter especial y se marchan, entonces volvemos al bote a compartir nuestro asombro y agudizamos la mirada buscando otro grupo para nadar un ratito más.


Todo se ejecuta con un perfecto respeto por la naturaleza y tratando de molestar lo menos posible el normal desarrollo de las especies, los paseos de nado con delfines son dirigidos por un equipo de conservacionistas apasionados que promueven un estricto código de conducta que se ha desarrollado sobre la base de consejos y directrices de los expertos marinos internacionales y locales de mamíferos, lo que resulta en un programa que permite una estrecha interacción en términos de los delfines. Y si… según dicen; donde fueres haz lo que vieres.


No entiendo a los delfines, pero compartir con ellos en la libertad de su hogar, es màgico.

Éste artículo fue publicado en http://revistaelviajero.com/ponta-do-ouro/


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