Iba caminando
por la vereda, a lo lejos, me parece reconocer a una persona. Aminoro la
velocidad, la otra persona también. Nos conocemos, nos estamos por saludar. Se detiene,
se retira los anteojos de sol, se saca los auriculares de las orejas, mueve la
cabeza intuitivamente como para adaptarse al entorno, me saluda, la saludo, sonreímos,
se coloca los anteojos de sol, vuelve a tapar sus orejas con auriculares,
regresa a su burbuja y sigue su camino.
¡La pucha!
¿Cómo se
puede ir por la vida ignorando el entorno?. Que locura. Caminar por la vereda
sin escuchar el ruido de las hojas secas cuando las pisamos, sin saber si el
viento nos quiere contar algo, sin pensar que hay aves aleteando en la ciudad,
perros ladrando, ronroneos de motores, conversaciones ajenas para escuchar un
pedacito e inventar historias.
¿Cómo andar por la vida con la necesidad de
estar en otra parte?, ¿cómo alejarse del presente o negar lo compartido?. Es bastante
triste generar una realidad propia, personal y privada, alejada de los momentos
y lugares compartidos con desconocidos, negando
toda posibilidad de dejarse sorprender por lo cotidiano, por lo que está
ahí, para que tratemos de verlo.
Cada vez son
más las personas que habitan las veredas sin habitarlas, negándoles toda
belleza, omitiendo sus delicias, esquivando sus obsequios. Cada vez son más, y
se esconden, se aíslan, se atomizan, se disfrazan, se camuflan, se pierden. Desaparecen.
Cruel metáfora de la sociedad que integramos mientras se desintegra. Las personas
que van escuchando música, sumergidos en sus teléfonos, abstraídos en sus
nebulosas se están perdiendo el mundo real que les baila alrededor y no es poca
cosa.
¿Que hubiera pasado si se miraban a los ojos? |
Desde este
humilde lugar, los invitamos a todos a salir a la calle y sentir la calle,
porque si nos perdemos el espacio público, el mundo se nos hace muy chiquito.
No entiendo
a los que se encierran en la vereda. Ojalá no fueran tantos.
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