Los inviernos sin
nieve son menos inviernosos, pero tienen algunas cositas que nos delatan que el frío está entre nosotros para adecuar algunos hábitos.
Todos estamos de
acuerdo en que el invierno se inventó para comer.
La única diferencia que
podemos tener en este tópico es lo que comemos. Algunos somos indiscutidamente chocolatosos,
otros disfrutan más las sopitas, hay abanderados de las pastas, y militantes
del café con leche, hay fans de las harinitas y adoradores de las bagnacaudas,
pero todos, en invierno... elegimos la ingesta como bandera.
El invierno también
te hace otros regalos… como las reuniones en casas, las lecturas con mantita,
las ropas gordas que te abrazan, el humito en la boca de charlar en la vereda…
El reto deliberado de las bajas temperaturas a nuestros cuerpos nos disfraza con narices
rojas, nos sorprende con la solidaridad en la distribución desinteresada de fármacos
de venta libre entre compañeros o en la trasmisión oral de remedios caseros. 7
Es cierto que en
invierno nos enfermamos un poquito más, sí, pero eso nos sirve para construir
montañas de pañuelitos descartables, plegar grullas con prospectos de pastillas y
buscar la excusa para que nos mimen un poco o mimar a los más chicos.
Los días más
cortos nos devuelven al nido con ganas de interiores y nos reencontramos con
nuestra casa para sumergirnos en almohadones, comidas, lecturas y el muy
postergado calor de hogar... las duchas calientes nos disuelven el frío de los exteriores
y nos dejan poner las pantuflas. Las mascotas están de fiesta y se acurrucan a
compartir lo blandito de la temporada, porque en invierno estamos todos
mulliditos, con ropas peluditas y colores cálidos que desafían el clima con el
poder de la sugestión.
Nadie entiende
mucho el invierno y unos cuantos lo rechazan con palabras feas, pero a mí me
enamora de las jornaditas de procrastinaciòn y los abrazos gorditos con los seres queridos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario