Y en medio del miedo, aparecen los malos conocidos.
Desde siempre la medicina y sobre todo la prevención, se han ejercido de la mano perversa del miedo. La estrategia para que te cuides, parece que es asustarte. Como las fabulas infames con las que sometían a las infancias a la siesta, como el inmundo fantasma del "lo hago por tu bien". Las peores atrocidades se cometen en nombre del amor. Porque no dudo de las ganas de hacer las cosas bien. Reniego de los métodos.
Entonces me pasó. Me dolía la garganta, y después de dar vueltas evitándolo, terminé consultando en la guardia de un sanatorio. Lo cuento, porque este es mi diario de encierro desde hace meses, pero también lo cuento, porque en retrospectiva, me enoja y escribir me alivia... fue así;
Puerta del sanatorio. Guardia de seguridad. Pregunta los síntomas. Alcohol en las manos. Me da un barbijo y me pide que reemplace el mío. Me indica un camino, un mostrador, un segundo momento para repetir que me duele la garganta. Es un recepcionista que no quiere ver mi credencial de obra social, que no me da su birome para que firme la consulta. Que me evita. Que me manda a un pasillo a esperar que me llamen. En simultáneo, sale una señora acompañada de una médica revestida en material descartable "Hacele el alta, se queda internada", la señora está asustada. Llego al pasillo y los carteles son muchos: "Área Covid". Empiezo a confirmar que no me están entendiendo la sintomatología.
La puerta se abre, alguien me nombra, le cuento lo mismo; Dolor de garganta.
-Vamos a tener que hisopar - se anticipa.
- Me pasa todos los años - le cuento.
Me mira la garganta, no encuentra nada, refuerza su diagnóstico, se aleja a una computadora, me pide algunos datos, me hace otras preguntas.
- ¿Algún otro síntoma? - me recita todos los síntomas que ya conozco y no tengo
- Nada
- ¿Dolor de cabeza?
-Bueno, trabajo muchas horas en la computadora, siempre me duele la cabeza
-Si son dos síntomas, hay que hisopar, ¿a que te dedicas?
- Trabajo desde casa, no salgo para nada
- ¿Tu pareja?
- El sale a trabajar
- Los asintomáticos también contagian, igual hay transmisión comunitaria, no tenes placas, es viral, y si es un virus, es covid, te hago la fichita, decime el nombre de todos los que viven con vos. La gente del laboratorio te va a explicar. Hay dos formas, público o privado. Privado son 48hs, público, no sabemos. Elegí vos. Salí al pasillo, te llaman por apellido. ¿Todo bien?
- Y... no, todo mal. No esperaba esto.
Me mira sorprendida, le parece un error mío no haber ido sabiendo este final. No me dice nada. Salgo. Sale. Se pierde en una de las muchas puertas.
En el pasillo todo es silencio.La señora de la internación está sentada, sigue pareciéndome asustada. Habla por teléfono; "ni vengas, no te van a dejar pasar", le dice a alguien resignada.
La espera se me hace larga. Comienzo a intercambiar mensajes, consulto si público o privado. Desde casa me dicen que paguemos para reducir la incertidumbre. Llamaditos a la gente cercana para pedirles que se aíslen hasta tener el resultado.
Mientras espero, todos los síntomas que no tenia comienzan a manifestarse. Todos los recaudos que tomé comienzan a sonar obsoletos. El pasillo mudo y blanco se siente escalofriante. Espero. Mucho. Suspiro.
Llega la persona del laboratorio, creo que es una persona, solo veo cosas descartables que amenazan la continuidad de la vida humana en el planeta. Pienso en la cantidad de basura que se genera. Pienso que alguien lucra con eso. Pienso que no piensan a largo plazo. Se me hace un nudo en la garganta, me vuelvo a acordar que estoy ahí por dolor de garganta y que no tengo ningún remedio recetado para revertirlo.
Otra vez recito mi cuadro, se me acerca con dos varillas largas y me pide llevar hacia atrás mi cabeza para explorarme. "Tengo que meter uno de estos en cada narina, si te quedas quieta es un ratito, si te moves, lo tengo que repetir". Entre anticipo y amenaza, todo mi cuerpo se tensa.
Me disculpo por posibles movimientos involuntarios y por daños que estoy segura de causarle, le aviso que soy impresionable, le pido perdón, le pido paciencia, le pido tiempo. Igual sucede. Con un palo saliendo de mi nariz, arrugo la cara y mientras siento que eso gira en mi interior le digo "Esto es horrible". Y lo vuelve a repetir del otro lado. "Pensé que me ibas a hacer renegar más", me confiesa. Me cuenta algunas anécdotas de su tarea cotidiana. Le pregunto estadísticas. Dos de cada veinte son positivos. Me sorprendí. Hoy me parece obvio.
Demoro en levantarme de la silla, me duele toda la cara, la sensación es espantosa, la contención es inexistente, la mezcla de emociones se agolpa en los brazos (no sé porqué), los siento pesados. Igual, junto mis fuerzas pocas (de humanidad no tenida en cuenta) y me voy.
Me molestan los diagnósticos invasivos. Me molesta que me rompan para ver si hace falta armarme.
El virus se contagia por hablar, por reír, por cantar. Vive en los metales, en la ropa, en la piel, pero para ver si está en el cuerpo analizado, te cruzan las vías respiratorias hasta donde llega el bastoncito recto en una maniobra solo equiparable a la tortura. No tiene sentido. Ni eso, ni nada.
Espero 48hs, con mil fantasmas, con mensajes de aliento, con estadísticas, ejemplos, algunas búsquedas de más información y algunas necesidades de evadirme del tema. Mando un mensaje al número telefónico que me pidió el pago. Repito mi correo electrónico y entonces, entra el resultado. Dudo. Tiemblo. Abro.
Es negativo.
Era evidente.
En el fondo, mi diagnóstico lo hizo el guardia de seguridad, lo confirmó el administrativo, lo autorizó la médica y lo ejecutó la bioquímica. Solo lo refutó la evidencia empírica.
Igual me duele la cara.
Nada hicieron por mi dolor de garganta. Entonces lo asocio a otro de los titulares de los medios de (des)información; arden las islas y lo sigo respirando. Me duele el humedal.
Es todo y nada. Es distinto y es lo mismo.
Es el virus y todo tiene que ver con eso. Es el ecocidio y nadie quiere hablar de eso.
Es el lucro en ambos casos y hace falta revisar patrones humanos con demasiado arraigo, y nadie lo va a hacer. Es revisar las prácticas de salud y discutir con sus ideas cristalizadas. Es pensar donde ponemos el foco, que es lo importante. Hacia donde va la vida. Para que la vida. Para quien la vida.
No entiendo hasta cuando...
Tan cierto, tan sincero, tan cotidiano. Gracias por escribir lo que muchos sentimos
ResponderEliminarGracias por leer.
EliminarLa escritura siempre nos sana.
Ya pude soltar todo eso que hice palabras y me dejó de doler.
Abrazo
Lo leí y pensé "como va a ir a una guardia por un dolor de garganta en plena pandemia" y entonces me vi sumando a este caos sin sentido, porque naturalizamos que sólo hay covid entre nosotros y nosotros no sé ni dónde estamos. Yo tampoco entiendo, pero estoy segura de que hay algunos que sí y son los que cobran.
ResponderEliminar