Aceptar un reemplazo docente en un barrio alejado siempre representa un desafío, no por el barrio, ni mucho menos por la
gente, sino por mi facilidad para perderme combinada con mi dificultad para
pedir ayuda.
Así fue como encaré la ida preguntando al colectivero por la
intersección que necesitaba y cuando (después de muchos minutos sin ver calles conocidas) tomó una de las dos calles que venía
repitiendo en mi cabeza para recordar bajar del bus, tuve ansiedad por adivinar cuál sería la
transversal que estaba buscando y pánico por pasarme algunas cuadras. Cuando mi corazón (¿?) lo creyó pertinente,
toque el timbre decidida y me bajé.
Pocos segundos bastaron para que descubra mi error y
rápidamente pregunté a un hombre, que me dijo que estaba lejos de mi destino y me indicó “ese
colectivo te lleva, decile al chofer que te avise” y señaló el coche del que yo
acababa de bajar y al que me volví a subir mirando al conductor con sonrisa de
“si, ya sé que soy muy boba”.
Entonces llegué a una esquina en la que señor que manejaba me dijo
muy amablemente y recordando la pregunta
que le formulé al subir (la primera vez) cual era mi parada; “esta si es”.
Empecé a caminar hasta lugares que parecían escuelas, con
tanta cara de perdida que un señor de barrio se ofreció a acompañarme.
Visitamos tres escuelas hasta encontrar la que yo buscaba. Charlamos, me contó
del barrio y nos despedimos.
Llegué.
El reemplazo terminó y nuevamente estaba en la calle,
Las explicaciones de la directora sobre donde tomar el
colectivo habían sido muy claras (con el detalle de que ninguna de las calles
que nombró estaban en mi inventario de lugares conocidos).
Agudicé mis sentidos (ponele) y encontré una parada y un bus de línea conocida llegando hacia mi ¡estoy de suerte!, pensé… y me subí. El conductor me abrió la
puerta y también abrió una enorme sonrisa mientras decía “Flaquita! Como
andas?” justo la vez que yo le
preguntaba si iba para el centro. Le respondí con otra sonrisa y unas cuantas
palabras, pero no reformulé la pregunta. Me senté y cuadras más tarde y ante la
cantidad de nombres de calles desconocidas, ya di por hecho que estaba en la
línea correcta, pero en sentido equivocado.
- NO
estamos yendo para el centro, ¿no?
Tuvimos una charla divertida, y en una parada iluminada, el
chofer me indicó que líneas tenía que esperar. Y allí estaba, más lejos y más
perdida que cuando empecé a querer volver a casa, pero sabiendo que mi staff de
colectiveros buena onda, siempre me rescatan de mi misma… y el paseo por el
barrio con el vecino buena onda oficiando de guardaespaldas y guía, estuvo genial.
Como no amar el transporte público… si todo esto no me
hubiera pasado yendo a dar clases en auto particular.
Soy mis historias, y no entiendo como no amar el transporte
público.
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