…y no lo digo desde la concepción burguesa del viaje como turismo para los sectores felices.
Lo digo entendiendo al viaje como algo que se construye
de una manera única. No tiene que ver con kilómetros ni con itinerarios, es un
desplazamiento ligado a lo emocional y siempre relacionado al aprendizaje.
Implica una predisposición interna a absorber lo que el viaje nos depara.
El viaje nos transforma porque le damos permiso para que nos modifique. En nada influye el destino, la magia está en el camino. Es por eso que no importa si al viajar cruzamos océanos o viajamos hasta la verdulería. Podemos hacer un gran viaje con la ayuda de un avión, o con solo tomar un taxi.
Siempre y cuando abramos la puerta al aprendizaje para la transformación, estaremos viajando en el camino correcto.
El viaje nos transforma porque le damos permiso para que nos modifique. En nada influye el destino, la magia está en el camino. Es por eso que no importa si al viajar cruzamos océanos o viajamos hasta la verdulería. Podemos hacer un gran viaje con la ayuda de un avión, o con solo tomar un taxi.
Siempre y cuando abramos la puerta al aprendizaje para la transformación, estaremos viajando en el camino correcto.
«No se hace un viaje; el viaje nos hace y nos deshace,
nos inventa» dice David Le Breton y en esta frase resume la potencia del viaje
como mecanismo interior. “El viajar es un placer que nos suele suceder”
dice pipo pescador, mientras nos recuerda que tampoco importa hacerlo en un
auto feo, porque la experiencia pasa por otro lado. “El verdadero viaje de
descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos.”
Dice Marcel Proust y en eso vemos que el trayecto diario puede ser
re-mirado para descubrir y descubrirnos.
En ese momento en el que el mundo nos da batalla, elegimos
buscar una tregua que nos aparte de la rutina y elegimos conocer. Conocer un
lago remoto o conocer la colonia de hormigas que cruza la plaza de la otra
cuadra.
La mirada configura el objeto observado, y es
precisamente eso lo que ponemos en acto al momento de emprender un viaje, le
damos a la mirada el poder de embellecer los sitios que vamos descubriendo y
nos permitimos detenernos en cosas a las que atribuimos potencialidades
mágicas.
Cuando viajamos nos damos la posibilidad de contemplar, y
eso es lo más relajante y novedoso que tiene el viaje, y a la vez es la clave
que tenemos que incorporar para la felicidad cotidiana. En el momento en que
nos damos la posibilidad de sorprendernos estamos haciendo una actividad que
nos vincula a la idea misma de viaje.
Cuando vamos a la playa y nos tomamos el tiempo de mirar
el mar para descubrirnos pequeños, o en la montaña analizamos la forma en la
que corre el viento y nos sentimos más vivos, incluso en las ciudades, cuando
reflexionamos sobre la forma de vida de otras personas y nos juzgamos por vivir
de la forma en que lo hacemos. Así es que opera sobre nosotros el efecto
“viaje”.
Sin embargo, no se trata de una acción que esté
relacionada con el espacio y la lejanía, sino que es una forma de posicionarnos
frente a lo que nos rodea de modo que nos encontremos predispuestos al disfrute
de las cosas simples (o quizá tremendamente complejas).
Podemos hacer de esta, una actitud cotidiana, podemos
sentirnos a gusto en nuestra propia tierra si cultivamos el espíritu flâneur,
de vagar por las calles sin rumbo, abierto a las vicisitudes y las impresiones
que nos salgan al paso.
De esta forma podemos ser turistas incluso dentro de
nuestro propio dormitorio.
No entiendo como no disfrutamos de la vida con un Buen Viaje!
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