Cuello crocante, tortícolis postural, contractura
intelectualoide, todo parece confirmar la llegada de noviembre.
Incluso el calor indeciso y las veredas floreadas con
estampado de jacarandá...
Los primeros dedos de los pies al aire y el retorno de
las rodillas a la vista...
Sin dudas es noviembre, lo comprueba el paso atlético de los
peatones en el centro y la excesiva contaminación sonora del tránsito.
Noviembre en el reclamo de la lista de objetivos que
vocifera carencia de logros y noviembre en la resignación de quienes cuentan
monedas con las carencias de siempre.
Noviembre en los patios de las escuelas que se ponen
melancólicas de egresos y noviembrísimos los pasillos de las universidades
que se aproximan a sus días más tensos.
Noviembre de navidad precoz en las vidrieras y gustito a
cuenta regresiva contra el paladar.
Noviembre de balances y promesas, de expectativas también.
Noviembre cuando me levanto y más noviembre a la hora de
dormir.
Pocos meses tan estridentes y petulantes como noviembre. Y sin
embargo, no puedo dejar de quererlo.
No entiendo a noviembre… pero lo saboreo intensamente
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