Analistas abstenerse, pero hoy estoy catártica y
autorreferencial, y no quiero hablar de las grandes incoherencias de la vida
cotidiana, sino de una gran coherencia interna que mi inconsciente tiene para
mí (¿Para quién más?).
Nunca pierdo nada, no soy una persona esencialmente
distraída y odio a quienes se enrolan tras el rotulo de “colgados” (odio,
posta). No soy de dejar los paraguas olvidados cuando deja de llover, no tengo
abrigos huérfanos en los percheros de mis amigos, siempre sé dónde están mis
llaves, jamás extravío biromes, guantes, lentes de sol ni nada, nada, pero
nada.
Sin embargo, y no puedo dejar de verlo sospechoso, en el
último año perdí tres teléfonos… ¿cómo lo explico? Necesito libertad, no estar
siempre a disposición y sospecho que el cosmos toma por mí las decisiones a las
que no me animo (enero 2015 me lo dejó clarísimo… pero es otro capítulo).
Extraño las épocas en que estas cabinas eran para mucho más que sacar fotos nostálgicas. |
No me gusta sonar como la insoportable optimista que están pensando que soy, pero cada vez que estos pequeños apocalipsis urbanos se suceden, algo en mi sabe que es una temporal liberación.
No entiendo por qué solo pierdo teléfonos, pero me lo
imagino y no me resisto.
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