Si hay algo de bueno en estar tanto tiempo en casa, es que se multiplica la actividad creativa, y las razones para escribir, llegan de muchos lugares. Entre catarsis y escrituraterapia, algún ratito de editar escritos más viejos, alguna propuesta de escritura colectiva y muchas cosas que necesitan salir de la cabeza, aunque sea en formato tinta o aporreando el teclado....
Una amiga me esgrimió la consigna "El mundo se queda sin cigarrillos", y aquí, el resultado del ejercicio.
El mundo se queda sin cigarrillos.
Sucedió de manera inesperada, y quizás por eso no pudo
hacerse a la idea, o tomar recaudos. Había iniciado el vicio sin proponérselo, paulatinamente,
casi como una imposición de su entorno, casi desconociendo su daño… pero actualmente,
estaba tan sumido en su humo que sintió que era la única forma de vivir, el único
pesado modo de respirar, la única enferma manera de existir.
De tantos años en la adicción de encender fuego, nunca
imaginó la posibilidad de dejar de hacerlo, incluso entre las veces que había escuchado
que era posible, siempre le sonó disparatado y hasta utópico. Lo escuchó de boca
de los mayores líderes mundiales, y aun así, parecía algo que nadie tenía ganas
de iniciar, por lo tanto, él no veía motivo para dejar de fumar.
Cuando aquella mañana de marzo despertó, en medio de la
soledad aullaba esa ausencia, el aire estaba cambiado, la vida reflejaba otros
colores… la desesperación hizo cuerpo en sus pensamientos y desorientado buscó
una explicación. Rebotó errante por el firmamento como una bolita de pinball
necesitando entender. Miró el sol, que solía alterar sus ciclos durante la
órbita, revisó los calendarios, acusó a las constelaciones más traviesas,
desconfió de los asteroides revoltosos, pero ninguna respuesta.
Finalmente, ElMundo, descubrió que el confinamiento
obligatorio y el cese de la voraz actividad productiva lo habían dejado desprovisto
de chimeneas activas. Y por un tiempo, nuestro planeta, dejó de fumar.
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