Nuestro lenguaje es dueño de una riqueza de la que hacemos caso omiso.
Usamos muy pocas de las muchísimas palabras de nuestro léxico y
desconocemos incuso el significado de otras que si usamos, pero mal.
En esta sección le regalamos cuentitos a las palabras cargadas de
sentido y nos permitimos amar lo necesarias que resultan. Quizás con un poquito
de esfuerzo podamos sacar de adentro del diccionario algunas de las muchas
combinaciones silábicas que no entiendo cómo nos olvidamos ahí.
Se levantó
sigiloso en medio de la noche y abandonó la cama que compartían tratando de no
despertarla.
Bajó las
escaleras a oscuras y con la claridad que se filtraba por la ventana escrudiñó
los lomos de sus libros hasta encontrar el diccionario.
Revisó las
primeras páginas y encontró la definición que buscaba
“luz
sonrosada que aparece en el oriente inmediatamente antes de la salida del sol”
Sonrió satisfecho
y volvió a la cama.
Horas más
tarde ambos desayunaban en la cocina. Ella hablaba sobre las cortinas para el dormitorio
o el suavizante para ropa que tenía previsto comprar. Él la miraba circular por
la cocina con la cabeza llena de ideas y los ojos rebalsados de ilusiones.
Ambos compartían
largas horas tratando de poner en palabras sus proyectos, pero había una
palabra en la que aún no habían logrado coincidir.
Ella descubrió su silencio y
le sostuvo la mirada. Él le devolvió una sonrisa tímida y movió la cabeza hacia
los lados. El silencio
se prolongó algunos segundos más, hasta que el decidió arriesgar una respuesta.
“Tengo el
nombre”, le dijo sonriendo, pero con tono serio. Ella lo miro sin muchas
expectativas. “Se llama Aurora”, dijo él. Los ojos de ella se llenaron de lágrimas
y tomando su panza de siete meses con ambas manos se acercó a su marido sin disimular
la emoción. “Es verdad”, dijo ella, “se llama Aurora”.
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