Hay algunos bichitos sobre los cuales el consenso general
resuelve hacer mala cara. Por alguna razón, los anfibios son los favoritos para
el bulling zoológico.
Yo no lo entiendo. Me resulta fascinante el aspecto irreal y
mitológico de sus pieles duras con texturas de hace miles de años.
Pienso en la magia de la metamorfosis que implica su proceso
reproductivo, imagino lo que sienten mientras sus cuerpos atraviesan las
diversas etapas de la fecundación externa para alcanzar el estado adulto.
No entiendo dónde o como nació el mal marketing de los
sapos. Los miro comer bichitos con la
velocidad invisible de sus lenguas.
Los miro saltar pesadamente y
caminar con torpeza inexplicable.
Los miro a los ojos amarillos de pupilas
verticales igualitas a las de tantos seres prehistóricos (me tomo un recreo
mental para pensar quien habrá inventado la forma de las pupilas de los
dinosaurios, si es imposible que haya restos materiales o relatos orales al
respecto).
Miro sus parpados, veo tres: el transparente, el de arriba y el de
abajo (si, los anfibios tienen esa cosa mágica de vivir en la tierra y en el
agua… y vienen perfectamente equipados para estas funciones)
No sé cómo todavía nadie los quiere, si tantos bichitos
menos estéticos han logrado una pizca de reconocimiento, no sé cómo este anuro
popular no logra llegar a los corazones. Habría que hacer una campaña para
mejorar la imagen pública de este animalito noble y discriminado que es el
sapo.
Mitos y leyendas han desprestigiado desde tiempos
inmemoriales a este ser y la falta de información ha hecho que estas criaturas
padezcan un rechazo injusto e inmerecido.
Dar a conocer las virtudes y atributos de los sapos,
contagiar afición a observar los misteriosos dibujos que tienen tatuados en la
piel y popularizar de su rol ecológico y su belleza natural, quizás sea el camino para iniciar el camino al entendimiento (?) de la belleza de los sapos.
No entiendo cómo hacer que los sapos ganen el rinconcito que
se merecen en nuestros corazones.
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