¿Cómo sabemos
que un bebé dejó de serlo? ¿Hasta cuándo un bebé es bebé? ¿Cuándo la cría de
sapiens pasa a ser un niño?
Algunas culturas
tienen rituales de pasaje, que marcan el cierre de un periodo en cada uno de
los individuos que completan el rito. Aunque todavía tampoco este claro el paso
de niño a adolescente o de adolescente a adulto (y que decir de adulto a viejo),
hoy me preocupa saber cuándo se considera que un bebé cerró esa etapa y egresó
a ser un niño.
¿Será que el
día que da su primer paso logró el
cambio de categoría? ¿Acaso cuando deja de ser lactante y se independiza definitivamente
del cuerpo de su mamá? ¿Cuándo come solo?
¿Cuándo consideramos
que ya sabe hablar? Del primer balbuceo al tratado de lingüística, ¿en qué
punto y quien decide que alguien ya sabe hablar? ¿Terminamos de aprender a hablar
en algún momento?
¿Se deja de
ser bebe cuando se abandona el uso de pañales? Esos accesorios casi universales
son el icono mismo de la bebesidad… ¿Cuándo el bebé va al baño solo, ya es un
niño?
¿Se hace
niño cuando duerme de corrido toda la noche? ¿O cuando empieza a dormir en su
camita? ¿Cuándo empieza el jardín (independientemente de su edad biológica)?
El bebé se
vuelve niño en muchos lugares cuando se establece que debe pagar entrada,
pasaje o boleto, cuando económicamente se lo ve como sujeto de disfrute de eso
que se cobra.
¿Hasta cuándo
debe una madre lavarle la ropa con jabón neutro? Si va al pediatra hasta los 18
años, y a esa edad ya es un sujeto que puede votar, en pocos años tendrá trabajo,
se irá de casa, tendrá sus hijos y dejará de ser deambulador para que nunca
hayamos sabido cuando dejó de ser bebé.
No entiendo
hasta cuando, y hay muchos grises en cada cambio de etapa…. Sera cuestión de
explicarle que siempre va a ser el bebé de mamá.
Lo muy terrible es que si entiendo su
existencia, pero no su aclaración.
Naturalmente el agua existe sin gas, ¿porque
tienen que aclarar que permanece en ese estado?
¿Se imaginan agua mineral, natural con gas? seria raro ver la efervescencia correr por la montaña.... y es por eso que cuando le agregan gas, es válida la aclaración... pero no antes.
De por sí ya es raro que nos cobren el
agua, o sea, asumamos que estamos pagando una botella y que esto es así porque
en algún momento dejo de ser obvio que negar un vaso de agua es un crimen.
Un
buen día tomar agua paso a ser posible solo si la pagamos y para eso la botella
(que en su proceso de producción contamina el agua).
Y en medio de esto, el
agua gasificada y la sutil diferencia con la soda (otro debate, otra
fantochada).
El concepto de agua de mesa habilita la
botella de vidrio en el bar (porque nadie pediría un vaso de agua corriente de
red, por más potable que sea), esto da origen a la botella de plástico en el
kiosco y la no solidaridad del vaso de agua, que nadie se atrevería a pedir (culturalmente)
O sea… la existencia del agua
embotellada marca el declive de la humanidad de la raza humana (valga la paradoja
y habilítenme la redundancia)… porque ya no podemos contar con la solidaridad del desconocido y
nada podemos esperar del otro si no hay dinero de por medio. Tocar cualquier
timbre y pedir un poco de agua una tarde de calor, no existe, autoriza a
desconfiar, a pensar en las peores intensiones del extraño personaje que intenta obtener ese
beneficio de manos de un perfecto fulano y seguro, algo malo está por pasar…
mejor no se lo doy.
Bienvenida la ordenanza del agua sin
cargo para acompañar la comida en los bares.
Bienvenidos los bebederos en vía publica
que nos homogeneizan como sociedad, donde si hay algo en lo que nos parecemos,
es en que necesitamos agua para estar vivos.
El agua es vida y dice mucho de
nosotros.
El concepto de “agua sin gas” es el
alerta que nos lleva a todo este recorrido por la historia del consumo de agua
en situaciones no domésticas. Y lo peor…
es que si…. Lo entendemos…
Ciertamente, no soy de las personas que creen que tenemos un niño interior, creo que màs bien es un niño anterior y que lo vamos re configurando a medida que jugamos a otros juegos y con otros juguetes.
Entonces me puse a tratar de recordar aquellos "no entiendo" lejanos, aquellos que en mi anterior infancia no entendía...
Fueron tres los que más rápido llegaron a listarse, y los comparto, por si alguien quiere hacer el mismo ejercicio.... aquellas cositas que nos llamaban la atención, que despertaban nuestra curiosidad y nos llevaban a pensar el mundo, cuando estábamos recién llegados a él.
No entiendo retro
(cosas que no entendía
de chiquita)
De esta época de mi vida son estas preguntas
¿Porque la gallina tiene dos patas y el
pollo cuatro? (basado en que recordaba fotos de gallinas, y no tenia dudas de que tenían dos patas, pero como en casa
éramos cuatro y todos comiamos pata, el pollo debería tener cuatro)
¿Porque Berugo Carámbula empezó el
programa antes de que lleguemos del jardín? (siempre volvíamos del jardín y lo veíamos en la tele, pero un dia que nos quedamos charlando
en la puerta con otra mamà y cuando llegamos a casa, ¡ya había empezado el programa! sin que nosotros lo estuviéramos viendo...)
¿Porque cuando me hacia la muerta en la
vereda, Dios no me llevaba al cielo? (muchas veces lo quise engañar, me acostaba en la vereda, quieta, inmóvil, y ni respiraba... el objetivo era llegar al cielo, conocerlo y decirle que en verdad, yo estaba viva, que me deje bajar, que era turista allá arriba... y no funcionó)
Estamos muy acostumbrados a asociar esta palabra con la
suciedad, con algo que se manchó. Pero lo cierto es que una mancha es una zona
de un color diferente que generalmente se distingue del resto de la superficie
sobre la que se encuentra… los leopardos tienen manchas y nadie va a tratar de
lavarlos.
A mí me gusta buscar formas en las manchas, en las que se
limpian como las de pintura, pero no solo en las manchas que manchan; me
gusta encontrar formas en las manchas limpias, en esas que son como dibujitos
del mundo, arte espontaneo en lugares donde usualmente de tanto verlas no las
vemos, en las texturas y cicatrices de las cosas.
En las imperfecciones hay
formas… ahí me gusta buscar, o más que buscar; encontrar, descubrirlas en un
descuido, casi sin saber cómo las vi… porque así empecé a jugar este juego,
viendo cosas sin esperar verlas, pero sin poder dejar de hacerlo. Ahora si hay
momentos en que las busco, pero mucho más seguido, solo las encuentro.
Por todas partes están las manchas limpias y te invitan a
jugar. Ya una vez compartí un cuadro pintado por nubes. Las nubes son las
manchas limpias más variadas y cambiantes, hay que atraparlas en una foto, porque
no permanecen y nos dicen mucho sobre nuestro estado de ánimo…. Una tarde en
Nueva Zelanda vi pasar un kiwi por el cielo.
Es un kiwi!
Las manchas limpias que forma el humo son incluso más inestables
y no es posible fotografiarlas, hay que seguir el camino inverso y buscar
formas en las fotos del humo. En las burbujas también puede haber algún
reflejito, incluso en la espuma o en el fuego podemos hacer búsquedas.
También hay manchas limpias permanentes, donde las formas
son estables y podemos verlas varias veces. Hace muchísimos años, varias
civilizaciones en diferentes épocas y locaciones jugaron a encontrar formas
entre las estrellas; las constelaciones, una vez identificadas siguen ahí par
que las reencontremos. Igual que las geoformas, que se convierten en piedras o montañas con nombres de objetos que alguien creyó reconocer en ellos.
Cuando yo era más chica encontré un árbol en la pintura
descascarada del suelo de la bañera, cada vez que entraba a bañarme lo veía,
una vez identificado, fue imposible dejar de verlo; el tronco, la copa frondosa
y hasta un nido marcado en medio del follaje. Parece mentira que el resto de mi
familia no lo vea.
En esa misma casa, desde antes que nosotros viviéramos ahí, había
un ropero enorme y muy viejo, todas las noches, desde mi cama podía ver un
lobito entre las vetas de la madera y cada vez que vuelvo a esa casa sigo explicando a los demás habitantes cómo verlo.
Otra vez, trabajando en un lugar con piso de microcemento encontré
un leoncito,
Una tarde de fiebre que pasé tirada en el sillón de mi casa encontré
que la humedad había trazado un dinosaurios en la parte inflada de la pared y la cara de un lobo (si, otra vez veo lobos) en el faltante de pintura
Mi último hallazgo fue hace poco, cuando descubrí que
mi bebe tiene un delfín en la oreja.
Todavía me falta encontrar formas en un montón de manchas
limpias como grietas del asfalto, marcas de óxido, la corteza de los árboles,
la espalda de algún gato, las vetas del mármol… el mundo está lleno de mensajitos
secretos que esperan en silencio ser descubiertos para robarnos una sonrisita cómplice,
tesoritos sencillos para disfrutar la vida cotidiana.
No entiendo como no jugamos a buscar formas en las manchas
limpias
Otoño de
hojitas crocantes al transitar la vereda,
otoño de sacarse las ojotas y volver a usar medias. Otoño de volver a tener
ganas de frazadita, sillón, pantuflas y gato ronroneando. El otoño nos recuerda
las cosas que el otoño pasado nos hizo amar.
Otoñal el
momento de sentir el primer frío, el momento de ir guardando ropa que no nos va
a acompañar en la nueva temporada…. Reencontrar aquel sweater viejo y deformado
que nos abraza dentro de casa. Volver a las sopas instantáneas como snack de
tardecita. Quizás reconciliarnos con la hornalla y aventurarnos a la alquimia
de la gastronomía que el calor nos sacaba las ganas de ensayar. Para algunos
será tiempo de retomar la costura o el tejido, o algún otro hobbie manual.
Otoño de interiores y paseítos para agasajar las últimas tardes de sol.
Momentos tibios en alguna esquina del patio y un rayito cálido que entra por la
ventana y se hace querer más que las agobiantes invasiones solares que el
verano nos brindó hasta el hartazgo.
Montañas de hojarasca prolijamente armadas por los vecinos màs aplicados a la que algún niño se atreve a patear. Lluvia de hojas que nos envuelve cuando sopla el
viento y nos saca una sonrisa en plena vereda. Las hojas son la escarapela del
otoño, su emblema indiscutido, su marca característica.
Otoño, tan
ni fu ni fa que enamora. Tan dorado que encandila, tan extrañado que nos
reencuentra, pero con nosotros. Con esos nosotros que estaban adentro de casa
mientras nosotros salíamos a pasear para aprovechar el verano y disfrutar el
calorcito.
El otoño nos
amiga con los espacios cerrados y las reuniones hogareñas con amigos. El otoño
nos regala momentos más íntimos y menos masivos, y quizás alguna escapadita al
cine o al teatro.
No entiendo
el otoño, no entiendo como no hay cientos de poetas escribiéndole odas o miles
de cantantes entonando himnos en su honor, porque sin dudas el otoño es el
momento privilegiado del encuentro con uno mismo.
No entiendo
a quien se le ocurrió que la persona que está físicamente deficiente tenga que
estar afectivamente aislada.
Se entiende que
en algún momento haya sonado lógico el aislar a la persona enferma de los males biológicos que
exceden a las salas de resguardo, también se entiende que la cantidad de tubitos y
cañitos que puede necesitar la persona que
posee debilidad en su sistema vital necesiten conectarse en un lugar
calmo, libre de riesgos. Se entiende que para el facilitar el trabajo y la circulación del personal médico que
tiene a su cargo el restablecimiento de la salud del internado, también son óptimos estos lugares.
La terapia intensiva a hace del sujeto un objeto de estudio y lo analiza fuera de contexto, lo deshumaniza y lo ubica en una cama dentro de una rutina de exámenes y tratamientos con un huequito para que los seres queridos pasen a tener contacto y un breve informe de cómo fue la evolución en las horas de aislamiento.
Estandarización de procesos, rutinización de los cuerpos, burocratización de las familias y gestión de la vida íntima.
No entiendo
que con los avances de las investigaciones no se haya operado un cambio en los
sistemas sanitarios, dado que está harto comprobado que el amor cura.
No entiendo
la privación del apretón de manos, de la
palabra al oído, del contacto amoroso con los seres que sufren por él, que
sufren a su par.
No entiendo cómo
se puede aislar a una persona que puede estar atravesando sus últimos ratitos y
no es justo ni para él, ni para sus afectos ese aislamiento.
Una hora de
visita, un ratito de contacto con un ser pasado de fármacos para que trates de
que se sienta acompañado.
La terapia intensiva me enoja. Nunca voy contenta a
esa visita, porque nadie quiere estar en esa sala de espera, aguardando el
apellido del paciente, que además es tu
pariente. No quiero que alguien regule la cantidad de mimos que se le puedan
propinar. Me enoja porque llego triste y veo a mi persona querida sola, y veo a
otros que no reciben visitas y veo angustia y veo procesos deshumanizados y
gente que cumple con su trabajo con distintos grados y niveles de vocación y
compromiso.
Me da miedo
porque veo en la sala de espera que
algunos rostros dejan de asistir, veo que después del informe se multiplican
las lágrimas de algunos grupos de afectos…
veo muchas cosas que no quiero ver… y duele un montón.
Termina el
horario de visita, hay que irse, te obligan a irte, a dejarlo ahí solo, en ese
lugar sin colores, sin nosotros, sin el cariño y sin el contacto… y te obligan
y te dicen que es por su bien y uno se permite dudar y se merece llevarse a su
ser querido al parque. La terapia intensiva tiene mucha intensidad para los que
estamos afuera, sin drogas que nos hagan perder noción de lo que estamos
atravesando (como si pasa con el que está adentro).
No entiendo
la terapia intensiva, estoy convencida de que es de otra época, y que prontito
va a cambiar sus reglas y a reconocer que los afectos sanan.
Además no se
junta con cualquiera, para producir sonido, solo acepta la E o la I.
En el idioma español, solo
funciona con dos de las cinco vocales y con la pretensión de ser ayudada por la
U... Claramente
es una letra que trabaja muy bien en equipo, pero carece de autonomía. También es
una letra preguntona, casi todas las palabras que se usan para preguntar la
necesitan.
Y así, como
no la entendía, me puse a jugar con ella… aquí van algunos resultados
(actividad válida para tardes de lluvia junto a la ventana)
La misma letra los invita a jugar este juego.. ¿Quien quiere? Quizás quieras...
La peluquera
en el parque quiebra croquetas con la raqueta chiquita y después se maquilla con
un líquido químico. En cada quincena, alquila un quincho al que va quebrantada y quejumbrosa, con su quirquincho, y allí quietamente queman la quena en una quijotesca hazaña que quienquiera puede
hacer quinientas veces.
¿Quebradizo?,
poco importa cuando la quebradora hace la quebradura así de quebrajosa que no te deja quebrantar, porque
evitar el quejido es una quijotería que
quiero querer en mi paquetería.
Los
mosquitos de la esquina hacen cosquillas e inquietaron al chiquillo quisquilloso
que quiebra galletas untando mantequilla hasta que alguno lo pique y lloriquee.
El arquitecto busca el parquímetro, quisiera que no aparquen allí, pero su hija
chiquita está inquieta y quejosamente quiere de esas croquetas
enmantequilladas.
¿Qué quiere
un esquimal en el bosque? Presenta el tiquet y se quita la tranquera, aparecen quilómetros
para esquiar, lejos de casa es su quincenal quitapesares. Pero un quebracho quemado
en medio de la esquiada le quiebra la quijada y el pequeño esquimal queda
quieto y quejilloso. En el quirófano querellante
se resuelve el quilométrico expediente de quebrantadora inquietud.
Un maniquí
vestido de etiqueta, otro pequeñín de cacique y quince de arlequín. Inquieto loquero maquillado en la pequeñez de
una quinta quimérica. Pequeña y maquillada Raquel muy quieta está cumpliendo
años; es la quintaesencia de la quimera.
Empezamos a
quemar panqueques con queso en La Quiaca. Hay un paquete de quesillo de Quito en
aquel anaquel y quilogramos de Quínoa de la Quebrada querida. En Neuquén se quejan
del quinto quiste que quiere quitar un quechua. Quedará quemada la quesería del querido quesero, un quintal de
quinielas quintuplica el quitamanchas…
de La Quiaca a Neuquén… un quiróptero pequeñito enloquece al querubín que saca
de quicio a su quejosa querendona y los quelonios a quemarropa quintuplicaron su
velocidad, olvidando la quietud. Todos quieren blanquear quince quejidos quejosos. Orquesta de quejidos. Mucha química; es un quilombo quincenal. Quinientos químicos en quimono quirúrgico
quebrajan el silencio. Todos por los panqueques de queso quemado por Roque.
¡Que letra especial!
Queda
quejarse de su insolencia y quererla como quizás quiere que quienes la quieran
puedan quererla.
Es jueves, y
mientras trato de concentrarme en mis pensamientos sentada en la mesa de una
heladería, se cuela la voz del chico de la caja relatándole un gol a otra
empleada con un nivel de retórica y detalle que más de un crítico de arte
envidiaría al momento de enunciar una obra.
A cada
cliente que entró le hizo un comentario deportivo. A cada niño que vió le
pregunto su preferencia futbolística. A cada uno de sus compañeros les hizo
chistes y les habló de apuestas y hasta se interesó por saber dónde, cómo y con
quien habían estado al momento del suceso. Todos le respondieron y todos hablan
del tema.
Es jueves,
el partido se jugó el domingo y era uno más del montón. Es jueves y él todavía
saborea cada segundo de aquel retacito del fin de semana. Es jueves y su
trabajo se reviste con la sonrisa que la contienda dominguera le dejo en los
labios. Es jueves y no me imagino su lunes, o esas horas de domingo en que su
vida tomó impulso.
Es lunes, el
diario pregona en su tapa los resultados del encuentro, analiza las jugadas,
cuestiona las actitudes, ensalza algunos apellidos y defenestra otros, comparte
fotos, señala anécdotas, es lunes y el diario se suma a la radio, la tele y las
redes sociales para seguir hablando de otro partido tan intrascendente como el
anterior y como el próximo. Es lunes y todas las secciones del diario son
pasadas por alto para llegar al suplemento deportivo, es lunes y todos los
medios de comunicación amontonan su relato de nuestra realidad para dar más
espacio al ritual futbolístico del domingo, la misa pagana, el místico
encuentro de feligreses embanderados bajo la ingrata pasión.
Es miércoles
y alguien en un bar cuenta orgulloso anécdotas de tiempos pasados vinculadas al
club de sus amores. “El día que nació mi hijo yo estaba en la cancha”, “Aquella
tarde me escapé de la escuela para ir a comprar las entradas del partido”, “Mi
viejo vendió la moto para que vayamos a alentar cuando jugamos de visitantes en
tal lado” y muchas que prefiero ni enunciar…está feliz de compartir en esos
párrafos la magnitud de su desmedido amor por un equipo de futbol, como le
enseñó su padre, como aprenderá su hijo. Lo exagerado de sus muestras de
fidelidad con la institución lo jerarquiza en la mesa y le concede la atención y
la admiración. Habla en primera persona del plural, ganamos, jugamos,
clasificamos…. Cualquiera diría que es jugador de algún equipo. Pero no. Es uno
más de los muchos que tributan a la causa.
Es martes,
si, martes en la ciudad y martes en el planeta del que ya no forma parte un
hincha que murió en el partido del fin de semana. Causas dudosas, muchas
versiones y otra familia destrozada después de un encuentro deportivo que no
pudo terminar en paz. Es martes en la vida de los que siguen vivos y en la casa
donde el domingo empezó a faltar un
padre, en la mesa donde empezó a faltar un hermano, en el barrio donde empezó a
faltar un amigo. Es en muchos lugares, otro martes. Y punto.
No entiendo
a los fanáticos de futbol, porque si bien hay narraciones y canciones y libros
enteros que tratan de explicar esa pasión, me parece sobredimensionada y hasta
perversa. Porque gente que no tiene nada deja todo, porque los valores se
retuercen en nombre de un equipito de futbol.
Amar un
equipo de futbol, es un signo vacío (perdón-perdón a cientos de amigos); el
equipo de futbol cambia de jugadores, técnicos, personas, y lo que prevalece es
una combinación de colores, que no encuentra ninguna continuidad más que sus
fanáticos.
Son pasiones
hereditarias, y cientos de personas se llenan de orgullo al enunciar cosas
ilógicas que han hecho en nombre de su equipo.
Y para peor,
en mi país, en mi ciudad, este fanatismo lleva a la muerte.
Las
canciones de las tribunas incitan a la violencia, les suena natural decir que pueden dar la vida por esos colores, y es
cierto.
No entiendo
a los fanáticos de futbol… pero somos pocos los que no entendemos… para la mayoría,
lo que no se entiende es que yo piense así.
Algún día del año pasado me puse a escribir un cuentito sobre mamás... que en esta fecha, tiene sentido compartir. Porque de maternar y buscar, hay muchas formas.
Madres que buscan
Y un día me puse en sus zapatos, o en sus pañuelos. Me vi
espejada en la desoladora búsqueda de un hijo que no sabemos si algún día va a
aparecer, que no sabemos si estamos buscando bien, que no sabemos dónde puede
estar.
Un día me sentí como todas esas madres que buscan
insaciables ese amor que tienen a la maternidad, a la familia, al lazo de
sangre, a la transferencia de ADN. Las vi mirándome, me vi mirándolas, me descubrí
siéndolas.
Un día, entre tantos otros días, me compare con lo
incomparable y no me dio culpa. Me sentí como ellas, aunque nada que ver. Vi mi
lucha espejada en una de las más tristes luchas que alguien puede imaginarse
jamás.
Sé que no es correcta la metáfora, entiendo que no se puede
medir con la misma reglita, pero en mi angustia, pensé en la de ellas. Y
bastante poco me importa que se pueda decir que es una mezcla, un pastiche, una
sobre interpretación. No le pedí opinión a nadie. Ni opinión, ni ayuda, ni
contención, ni lastima. A nadie. Somos dos que te buscamos entre las sabanas, y
sabemos que quizás, ahí no estés. Somos dos que te buscamos en el dormitorio de
casa, cuando tal vez estés en la casa de otro, en algún espacio judicial frío,
en el seno de una familia sin amor. En el vientre de alguien que maldice
portarte. Pero con tu papa te buscamos casi como un ritual entre las sabanas de
nuestra cama, casi como una tarea más de la agenda con la que hay que cumplir
en las fechas que grita el almanaque más que la emoción. Y no sabemos si la
lucha tiene sentido, y no sabemos si es egoísta y narcisista. Y no sabemos si
te vamos a encontrar. Pero te buscamos. Y como el tiempo pasa, hay cosas que
van cambiando de color, hay matices en la mirada, hay palabras elegidas para no
dañar, y hay soledades elegidas porque la lastima no es nuestro juego.
Y como ellas buscan a sus hijos, nosotros buscamos el
nuestro. Los motivos son muy distintos, pero la desazón puede llegar a ser
comparable. Ellas tienen fotos, nosotros tenemos estudios, y pastillas. Ellas
tienen pañuelos, nosotros tenemos espermogramas y ecografías. Ellas tienen
valentía, nosotros una cobardía inmensa que nos da vergüenza admitir.
Ellas son madres, nosotros no. Pero es comparable.
No entiendo la angustia de buscar un hijo... no existen palabras para explicarla.
Hola… aquí reportando desde el año 2017; creemos (no estamos
seguros) que el hombre llego a la luna, nos comunicamos de manera inalámbrica a
lo largo y ancho del globo terráqueo, podemos sobrevivir a cientos de
enfermedades otrora calificadas de letales peeeeeero, queridos compañeros de la
especie humana, todavía nos parece que nuestro futuro y sus peripecias se pueden basar en que un felinito
de color oscuro se cruce en nuestro paso.
Ah, sí! En los tiempos que corren y con los avances de la
ciencia tradicional, las ciencias paralelas y las miles de revelaciones de todo
tipo que nos circunvalan, siguen existiendo seres humanos que están dispuestos
a responsabilizar a los gatos negros de la mala suerte de uno o más días.
Genial. Estamos listos.
Mala suerte, ya que exista tal cosa es raro, pero asociarla
a un pobre gato que no tiene ni la menor idea de cómo hacer para abrir una
puerta, y mucho menos aún para arruinar tu vida (que, por cierto, seguramente
le interesa bastante poco), es impresionante.
Parece que todavía pesan los argumentos de la Iglesia Católica
en la Edad Media (por los que la mismisima iglesia ya se disculpó… y admitió su error),
cuando en la inquisición de finales del siglo XII se combatió la herejía y la
brujería. Fue en aquella época que se empezó a considerar al gato como un
animal sospechoso de confabular contra las autoridades y su imagen comenzó a
ser relacionada a la brujería y la maldad. A partir de estas falsas creencias
aparecieron muchas leyendas en las que se intentaba hacer creer que los gatos
eran, en realidad, brujas camufladas. El color negro, además, ha sido un color
que en muchas culturas se ha vinculado a lo misterioso, lo oculto, el lado
oscuro… Por ello, en seguida esta relación de temor a los gatos se vinculó
especialmente a los gatos negros.
La ciencia por su parte, no ayuda a desmitificar; un grupo
de científicos le puso fichas en contra a los gatos negros, porque dicen haber descubierto que producen más
cantidad de una sustancia en su piel, su saliva y sus glándulas sebáceas (la
proteína fel d1), que causa los síntomas de la alergia y provocan más estornudos
y problemas respiratorios a los pacientes con alergia que los gatos de color
claro.
Crease o no, el mundo sigue girando y los gatos negros aun
preocupan a los moradores de este incomprensible planeta.
No entiendo la gilada de discriminar al gato negro…
realmente no me cabe en la cabeza.
Febrero. El mes corto que cada cuatro años se hace un
poquito más largo, para seguir siendo el mes más corto. Pobre febrero. El
patito feo del calendario.
El mes bisagra entre no hacer y empezar.
El de las
vidrieras con salvavidas de colores y guardapolvos blancos.
Febrero de exámenes
decisivos que determinan el resto del año.
Febrero de rutinas de verano
aceitadas y llegando a su final.
Febrero con música de murga y carnaval. Ruido de
ventiladores cansados y charquitos de aire acondicionado. Febrero de mosquitos zumbando al oído cuando queremos dormir, interminables filas
en las heladerías y listas de pendientes que empiezan a engordar.
Y así llega
febrero, y así también se va.
Muchas fotos de playa y gente al sol, muchas
quejas por el calor y un poquito de ganas de que la rutina vuelva a rodar.
Febrero huele a cloro de la pile y tiene gusto a helado que
se pegotea en las manos mientras se derrite más rápido de lo que la lengua lo
puede saborear. Febrero de altas temperaturas y bajas expectativas… un mes que está
ahí, porque alguno tenía que estar.
No entiendo a febrero, me promete cosas que no dependen de
él.
La miré durante semanas anidar en una de las macetas del
patio. Ordenar hojitas, sobrevolar la zona, preparar todo y poner sus huevos.
Cuidarlos, calentarlos, cantarles, turnarse con el palomo para alimentarse.
Soportar el sol, permanecer bajo la lluvia, resistir el viento. Y un día bajo
sus plumas, apareció un pichón. Ya se veía grande, ya llevaba tiempo de nacido,
pero solo entonces pude verlo asomarse del nido.
Quise ser ovípara.
Esa paloma y todos los ovíparos del mundo, es sus múltiples
formatos y de las más variadas especies, hacen un terrible esfuerzo físico para
poner el huevo, pero también pasan el tiempo de esperar la eclosión recuperándose
y reciben al nuevo miembro con una madre en óptimas condiciones de oficiar de
madre.
Las personas no. El día que llega al mundo nuestro bebé,
estamos terriblemente castigados por el parto (en cualquiera de sus variantes);
con cansancio, dolores, secuelas y falta de energía. Esa es la primera imagen
que nuestros chiquitos tienen al nacer… una mami destruida, anestesiada y exhausta.
Pasé casi un mes mirando desde mi sillón y por arriba de mi
panza de futura mamá, como esta paloma hacia su incursión en la maternidad… y
solo puedo concluir que me encantaría haber nacido ovípara.
De todas formas, la explicación es absolutamente bíblica;
"A la mujer dijo: En gran
manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y
con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti".Génesis 3:16