No entiendo las vacaciones de invierno




No entiendo la interminable fila del cine, el teatro o el espacio cultural al que muchos chicos no van durante el resto del año pero es impostergable hacerlo entre esas dos semanas que las escuelas cerraron sus puertas para obligarlos a cumplir con tareas impuestas por los padres, tíos, abuelos, padrinos y demás personas que necesitan sentirse buenos guías espirituales de las generaciones futuras, aunque quizás en el resto del año no se hacen presentes en la vida de los chicos y no intentan encontrar ratitos para compartir tiempo de calidad.


Abuelos con las manos repletas de camperas y racimos de paraguas soportando muchas horas de nietos en medio de multitudes de niños y gastando altas cifras en cosas que pocas veces lo valen, es una imagen repetida. ¿Quién los culparía de no querer hacerlo nunca más?

Una tía coquetea con el payaso que intenta convertir un globo en un perrito para su sobrino, que los mira a ambos con cara de pocos amigos. Una señora grita en la boletería de algún lugar en el que ya no hay entradas mientras zamarrea del brazo a su hijo que no sabe si es peor no poder entrar o padecer la reacción de la madre. Una hermana mayor interrumpe todos los juegos de un chiquito para que mire a cámara… “Foto, Gordi, Foto…”, el juego es solo la escenografía de una historia de instagram para muchos. Un tío juntó valor y sacó a pasear cinco sobrinos de edades diferentes y no tiene idea de cómo elegir una película adecuada para todos. Diez vendedores ambulantes ensordecen la fila del teatro promocionando productos de espantosa calidad y generando caprichos en los niños que esperan para entrar a ver un show que no vale la pena, pero todavía no lo saben. Muchos automovilistas discuten en el estacionamiento de muchos shoppings. Tres nenes malcriados lloran a gritos para deleite de la cajera de la juguetería a la que un papá divorciado le quiere hacer decir cosas que lo salven del drama. Alguien repite "te dije que no tengo plata" en algún lugar, ante algún producto a algún niñito. Una señora apura a un niño para que termine de jugar y vaya a otro juego, porque “no se puede quedar toda la tarde jugando a lo mismo” (¿por?). Una abuela atormenta con su teléfono a un pequeño niño para tomarle una foto con un extraño muñeco gigante que camina hacia él causándole horror.

Tienen las vacaciones una cosa de obligación que les hace un cortocircuito raro,  hay unos detalles de que compartir no es consumir (en el más amplio sentido del término) que me hace pensar en las inevitables caras de fastidio de los adultos que recorren esos espacios con chicos de una forma tan poco disfrutable que hace entendible que no quieran repetirlo hasta el próximo año… unas panzadas de actividades con sobrecarga de expectativa en un clima poco amigable y con temperaturas que tampoco suman al disfrute.

Padres y parientes muestran su afecto sobreviviendo a amontonamientos humanos con la pretendida ilusión de que ese sacrificio vale el amor de un infante, al menos hasta el próximo julio. Circulan resignados a dar lo que haga falta para que sus chicos cumplan el ritual de lo que las vacaciones implican. No entiendo la obligación de comprar el pororó, la gaseosa, el helado, el libro, el juguete y la cajita feliz en esos días. No veo genuinas un montón de muestras de amor con carita de consumo.

¿Sabrá esta gente que hay cine todo el año?  ¿Qué hay niños todo el año? ¿Qué podemos espaciar un poco las cosas lindas para dar gratos momentos sin tanta presión? Hay juegos, paseos y actividades de igual o mejor calidad a las que asistir con menos stress y atravesando experiencias menos tormentosas.

Quisiera entender las vacaciones de invierno sin otra vez sentir que es la rutina de la no rutina y que si no hay escuela corresponde seguir una serie de paso ya trazados que son los que todos disfrutamos y todos los chicos merecen… porque quiero pensar que ya sabemos que los chicos no todos son iguales y sus interese y necesidades tampoco.

No entiendo las vacaciones de invierno, la voracidad de consumir sin medida, de pasar por todo sin que el disfrute sea el objetivo. Lo hacemos porque es lo que hay que hacer según alguna entidad superior y al costo que sea, aunque eso implique no disfrutar nada.



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