No entiendo a los que no reutilizan; Paraguas o paraloqueyoquiera



Puedo jactarme abiertamente y sin temor a equivocarme, de ser una persona con conciencia ecológica, no sé si soy todo lo responsable que debería, pero sin dudas, estoy en la senda. Un poquito de esto se trata esta nueva línea de “Noentiendos” que inauguramos hoy e irán apareciendo cada tanto.
Todo lo que pierde su función puede terminar triste e injustamente, por convertirse en basura, supongo, que a esta altura del calentamiento global, todos sabemos que hay que evitar a toda costa la generación de residuos. En eso estamos.
Las tres “R” nos orientan a reducir el consumo de elementos desechables, reutilizar los que ya fueron utilizados para su finalidad inicial y reciclar los que tienen materia prima capaz de ser reinsertada en el ciclo productivo.

De a poquito y cada tanto, vamos viendo ideas maravillosas (y no tanto) para alcanzar estos ideales… no existe ninguna intención de transformar las reflexiones de siempre en un blog DYS, sólo descubrí algunos usos para cosas que me parecen tan interesantes, que no entiendo como no se le ocurrió a otra gente.
En el relato de hoy, quiero hablar de los Paraguas! Y si…. Muchas veces leemos que hacer con botellas, latas y cartones, pero después de cada lluvia, los basureros de vía publica muestran la cantidad de honguitos portátiles que los peatones han dejado sin utilidad, entregados a un destino cruel (¿?)

De chiquita siempre me resultaron muy atractivos los paraguas, solía pasar horas jugando con el que venía instalado en mi cochecito, bailando, haciéndolo girar, armando campamentos bajo su reparo (dentro del living de mi casa). Más adelante, en la escuela primaria, compré uno compacto y lo alojé (por sugerencia de mi mamá) en el fondo de la mochila, por si el agua se precipitaba a la salida de la escuela. En el secundario, descubrí el placer de caminar bajo la lluvia y prescindí de sus servicios por muchos años. 
Mucho después empecé a viajar, y parecía interesante retomar el hábito de llevarlo, pero fundamentalmente (y casi como mandato familiar) como cábala para que no llueva. Un día en Australia fue más útil abrirlo en una parada de colectivo para protegernos del sol y hoy creo que es el uso que más le damos (a modo de sombrilla).

Con esta multiplicidad de aplicaciones, los paraguas lograron un lugarcito especial en mi corazón, y cuando un viento o un desperfecto mecánico los sacaba de servicio, por alguna razón, no podía tirarlos (confieso que me pasa con un montón de otros objetos… pero hoy hablamos de paraguas). Así… necesité encontrarles un uso (escribiría que “no entiendo a los que me dicen acumuladora”, pero no tiene sentido, tienen razón).



Un día de lluvia, post caminata a la oficina en discusión con el viento, me encontré con una chata jornada laboral, un paraguas roto y una tijera. Lo que se me ocurrió fue pensar en que lo que se había dañado era el armazón metálico y comencé a liberar los hilitos que amarraban la tela impermeable. Esa tarde tomé la merienda sobre mantelito nuevo, ¡descubrí un súper aliado! 
Doblado al medio, se convierte en un semicírculo que encaja perfecto en el borde de la mesa redonda del comedor y nos permite merendar (o incluso cenar) a los dos (sin tener que vaciar toda la mesa, o ensuciar un mantel más grande). El tipo de material hace que sea resistente a todo tipo de manchas, suele bastar sacudirle las migas, o pasarle un trapo húmedo, incluso al momento de sacarlo del lavarropas, está casi seco. También lo uso muchísimo para inventar mesitas de apoyo, o en una versión más honesta, tapar banquitos para transformarlos en mesas. Son muy geniales para trabajar con materiales que manchan y proteger la mesa (no hay grandes problemas con descartarlos en caso de que se arruinen y queden impresentables) y además les doy mucho uso como lonitas de pic-nic para parques y playas (incluso tengo uno al que le dejé unos centímetros de alambre en cada punta para clavarlos en la tierra o la arena), ocupan muy poco espacio en el bolso.

Los banquitos del fondo y los del frente son iguales, pero si tienen mantel, están disfrazados de mesa.

¿Con el armazón del paraguas? Ni idea… lo único que se me ocurrió fue donarlo a una amiga artesana con la ilusión de que arme arañas de cartapesta (hasta ahora, sin resultados).

¡No entiendo como no amar los manteles de paraguas!


No entiendo algunos carteles viajando


El idioma, los símbolos, el sentido o las imágenes, todo cambia de un país al otro, y no siempre es posible entenderlos… o si, pero siguen siendo llamativos. Por eso y porque los amo… hoy un nuevo compiladito de fotos de carteles.


Para encontrar una salida en Rusia, siga a este hombrecito.

Los tiempos de África son más que especiales, y esta bien aclararlo.

¿Seguro que llevas todo?

Políticas de género africanas.

Estación meteorológica de Lesotho, África 

Cosas que te pueden pasar caminando por Tazmania

Otros seres que se te pueden cruzar en Australia ¡Cuidado!
Algo de lo que te quieren informar en Grecia

Una esquina para charlar en Londres, que gente organizada!

Un buen consejo de Nueva Zelanda para los peatones

No entiendo algunos carteles viajando... y muchos, son geniales!


No entiendo a los que compran perros



Amo tanto a los perritos que voy a hacer que me traigan uno nacido en una fábrica, modificado genéticamente para que sea estéticamente adecuado, nacido de una madre obligada a procrear a nivel industrial, pagado como cualquier otra mercancía, rentable para otro ser humano y de la raza de moda, como un par de zapatos o una cartera. 
Uno tiene un status que sostener, o que inventar.


No tengo perro, y si bien alguna vez les conté que admiro a la gente que tiene perros, hay un amplio grupo de gente que creo se me hace difícil de entender. Para ellos, en algún momento de sus vidas, los animales, las mascotas, fundamentalmente los perros; se vuelven objetos al servicio de un sistema que nuestra especie eligió y el resto de las especies acata; 
¿Queremos un perro o queremos al perro?. 

Querer un perro es como querer una heladera, es atribuirle una función que viene a ejecutar en nuestra vida, es una necesidad nuestra por la que hay que pagar. Querer al perro es muy diferente, consiste en pensarlo como un ser, saber que está vivo y muchas veces nos necesita más que nosotros  a él. 

Elegirlo en una vidriera, comprarlo por internet, pedir la garantía de que no venga “fallado”, que tenga papeles, que sea cachorro de esos que salen bien en las fotos, razas ideales para departamentos, razas aptas para convivir con niños como juguetes sin batería, razas de cuidado como agentes de seguridad sin sueldo con caras de malos (a esos, por lo general les toca dormir afuera), raza juguetona que saben traer el palito o la pelotita los días que queremos jugar en el parque (pero deberían aprender a no querer hacerlo cuando estamos ocupados), razas tranquilas y pequeñas para que adornen el regazo de alguna señora mayor. 

Como salidos de un catálogo, como pedidos a un delivery, como cualquiera de las muchas mercancías que hemos sabido generar en las patéticas sociedades de consumo que encarnamos. Así… pero peor. Pagamos por un amor fotogénico para desfilar nuestra hipocresía, en lugar de ofrecer amor a un cuzquito. Después será tiempo de decorar con buenas intenciones la selección de raza y justificar la incompatibilidad de un mestizo con nuestra cotidianidad.

La palabra raza que nos trajo tantos problemas, que evoca a Alemania y al exterminio del pueblo americano, entre otras muchas barbaridades, esa es la palabra terrible. Hablar de raza es hablar de discriminación, sea de la especie que sea y hablar de comprar seres vivos es hablar de trata, esclavitud y cinismo, sin eufemismos.

Y así vamos… de shopping a pagar amigos, mientras cientos de bichitos trabajan para ese negocio en infinidad de criaderos, mientras cientos de bichitos sufren de abandono en todas las ciudades, mientras el valor de la vida lo pone un vendedor y no un corazón misericordioso. Así vamos, pagando por amor.
Lo que sigue ya es peor, porque cuando el foco está en las personas y se desconoce la razón de ser de la otra especie, los finales pueden ser diversos... desde una eutanasia por hiperactividad, hasta un paseo permanente al campo porque es muy grande y en casa no va a ser feliz (¿?)



Lo cierto es que los amigos no tienen precio, lo cierto es que los amigos no tienen color, ni raza, ni carácter... son como son, aparecen en nuestras vidas en momentos clave y necesitan de nosotros en momentos que no siempre son los más oportunos, y ahí estamos para ellos. Por supuesto que lo que recibimos a cambio es invaluable y maravilloso. ¡De eso se trata!
De verdad y desde siempre; no entiendo a los que compran perros.

No compres uno de raza, adoptá uno sin casa.


No entiendo algunos pasitos para atrás que damos como sociedad.




No es ninguna novedad el inmenso orgullo que me da ser hija de mi Ciudad. Los rosarinos somos hermanos de la bandera desde su cuna y en ella acunamos entrañablemente muchos proyectos de increíble valor simbólico para nuestra comunidad, los cuales se hacen reconocidos e imitados en muchas ciudades del mundo.

Una de las ordenanzas ejemplares que Rosario alumbró en el año 2006 es la que establece la prohibición de fabricar, vender y distribuir juguetes bélicos. Maravillosamente se protege a la infancia de la violencia imperante entendiendo que el juego es el espacio de aprendizaje y no es eso lo que queremos que los chicos aprendan

La iniciativa tuvo repercusión en muchos medios nacionales y  se cumplió de manera ejemplar durante muchos años. Ahora es posible ver algunas muestras de que la rigurosidad de cumplimiento ha bajado, pero aun así, no es lo más común ver niños jugando con armas…. Quizás sea eso…
Tal vez se trate de la falta de costumbre, de mi extraordinaria capacidad de no entender, o mis inmensas ganas de querer que todos crean que estas cosas están mal… quizás sea todo eso junto lo que hizo que me parezca terrible uno de los dispositivos del espacio que el Ministerio de Defensa montó en las inmediaciones del Monumento a la Bandera el 20 de junio invitando a los chicos a manipular armas.

No nací con ese amor que le tienen los norteamericanos a sus fuerzas armadas, nací pocos años después de que los militares dejaran de ser gobierno por las malas por última vez. Ya sé que es un error, pero todavía me hace ruido ver niños y soldaditos en la misma imagen. Y la imagen del día de la bandera, me dolió profundamente



¿Cual es el mensaje que esta fila de chicos se lleva de jugar a disparar armas? ¿Cuales son las imágenes que estos padres capturan para recordar este momento? ¿En que estan pensando estas personas?


No entiendo algunos pasitos para atrás que damos como sociedad.