No entiendo la relación de occidente con los abuelos.



Si tuviera que escribir un libro (y es casi un hecho que algún día lo voy a hacer), seguramente sería un libro infantil. Me parece maravilloso poder compartir lecturas con los chicos y armar historias para que ellos las escuchen con la concentración que sus caras expresan. Sin embargo, estoy convencida de que los chicos tienen mucha necesidad de hablar de cosas feas, de cosas tristes y de escucharlas para desdramatizar, o al menos para saber que existen o que no les pasan a ellos solos. Me encanta escribir cuentos infantiles, pero cuando los cuentos son tristes, y en muchos de ellos (no en la mayoría, pero en muchos), la melancolía, la pena y la tragedia se cuelan profundamente, no sé si difiere en mucho que sean para chicos o para grandes. Todos nos ponemos igual de tristes. Seguramente si tuviera que publicar un libro, sería de cuentos, no me veo escribiendo una novela.
También me gusta que los cuentos nos recuerden cosas importantes de la vida que muchas veces la vorágine cotidiana nos ayuda a olvidar. Un cuento cortito que escribí en 2002 es este:

Y siguen ahí
Voy a contarles de ellos, solo porque los vi. Voy a contar lo que pienso, solo porque sí.
Estuvieron en el cosmos desde antes que yo naciera y jugaron a ser grandes hasta que lo fueron. Llegaron a tener familias, los que la tuvieron, y soñaron vivir distinto, aunque no me lo dijeron.
Supe que fantasearon con la palabra abuelo, sé que están en el mundo, esperando el llamado al cielo. Sentí que en cada mirada había un mudo desconsuelo y que esas curtidas manos mil alas batían vuelo, igual escuche sus risas, aunque hubo quienes no rieron, igual comprendí su pena, aunque no me lo dijeron.
Estaban ahí, viendo pasar la vida de otros, como si la de ellos no pasara más, viendo pasar los sueños de otros como si no soñaran más, sin embargo, yo sé que sí, sé que sueñan con la realización de sus anhelo, anhelos que tienen, que yo sé que tienen, aunque no me lo dijeron.
Estaban ahí, sin hacer nada. Estaban sentados jugando a las cartas. Estaban mirando las hojas en la vereda. Estaban esperando que la muerte viniera. Estaban internados sin enfermedad. Estaban acompañados, llenos de soledad. Estaban solos, siendo tantos.
Geriátrico, estaban ahí, yo sé que sí.
Y siguen ahí.


Todos sabemos que las sociedades orientales rinden culto a sus ancestros y a sus ancianos, No entiendo cómo nos podemos olvidar de los abuelos. No entiendo cuando un nieto deja de tener ganas de ir a visitarlo, de pasear juntos, de compartir tiempo. No entiendo, pero seguro es una idea fuerza que pasa por adentro de muchos de mis cuentos, porque hacer que las generaciones florecientes se acerquen a las bibliotecas parlantes que constituyen sus ramas más altas en el árbol genealógico, me parece una tarea colectiva a encarar como civilización.
No entiendo como no hay más y más estrategias para recuperar ese vínculo que los occidentales estamos descuidando con los adultos mayores, que estuvieron ahí para nosotros, para nuestros padres y siguen ahí.

Esta publicación forma parte del proyecto “30 días de escribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!) 
Día 29: escribí un párrafo de tu futuro libro




No entiendo a los que no hablan con extraños



Querida gente del futuro:

Si están leyendo este mensaje, es porque la raza humana no se ha destruido, o porque otra especie decodificó la escritura humana. 
Aprovecho para contarles un poquito algunos errores nuestros, porque dicen que la historia es cíclica y estaría bueno que se ahorren estas incomodidades que estamos atravesando como sociedad. Acá en el año 2016 y desde hace muchos años, estamos todos muy preocupados por los problemas del mundo y nos pasamos la vida dándole vueltas a las mismas preguntas. Tenemos problemas de unidad, de solidaridad, de compañerismo y de empatía. No nos explicamos de donde salen, simplemente suceden. El racismo y la violencia simbólica en todas sus formas nos torturan y no la podemos detener.

No sabemos encontrarnos con el otro. Nos da miedo la gente, y somos gente. La culpa de todo la tiene un célebre mantra que se hereda desde hace muchas generaciones en el que cada mamá le repite a su hijo “no hables con extraños”. Tenemos muchos problemas por seguir ese consejo inventado por alguien que no entendía nada de la vida y decidió extender su doctrina. Nos aterra la Otredad. Todos los que no sé cómo se llaman son peligrosos. Esto está íntimamente vinculado con la apología del aislamiento tan común en nuestros días.


¿Por qué se ocupan primero los asientos individuales del colectivo? ¿Por qué van las personas escuchando música en su burbuja? ¿Por qué prefieren perderse a preguntar una dirección? ¿Por qué dejar un asiento vacio entre la persona que ya está y la que llega a un teatro, una sala de espera, un cine? ¿Por qué estar siempre pendiente de que el otro no esté cerca? Porque no sabemos convivir.

Desconfío de la gente que no habla con extraños, porque todos los amigos son extraños antes de ser familia. Desconfío de la continuidad de la especie en medio de la atomización que nos sacude y no entiendo a los que no hablan con extraños.


Si en el futuro alguien da con estar garabateadas letras, quiero decirles que se hablen, que se miren, que se abracen con fulanos, que se den la oportunidad de charlar en la fila del supermercado, reír a carcajadas con el taxista, conocer gente en una plaza, y dejar, permitir y fomentar que sus hijos hablen con extraños, porque las precauciones nos asustan y nos perdemos muchas cosas lindas. 

Esta publicación forma parte del proyecto “30 díasdeescribirme”, propuesto por el blog escribir.me (todos invitados a jugar!) 
Día 28: estás preparando una cápsula del tiempo para enterrar en el jardín. La van a desenterrar en 500 años. Escribí una carta explicando cómo es la vida hoy.





No entiendo los olores.



Hoy llueve. Es febrero, hace calor, toda la tarde el sol del domingo sofocó la ciudad. Se vaciaron los parques, se malhumoraron las señoras, transpiraron los señores y hubo dolores de cabeza, bajones de presión e hinchazón de pies, como mínimo. Hizo calor, pero calor del bueno, de ese que no te deja caminar rápido, por más apurado que estés. De ese que no te deja llevar a cabo una conversación sin que haya que estar mencionando el calor. De ese que no te deja saludar con un beso sin disculparte por estar patinoso. Hizo calor.

De repente, en mitad de la tarde, cayeron las primeras gotas, tímidas y bienvenidas, no llegaban a mojar el suelo. El suelo estaba caliente, caliente de verdad, caliente en serio. Por suerte siguió más agua y con el agua, el olor a lluvia. Lo primero que escuché al respecto, fue a un amigo decir “¡Que petricor!” y traducirlo orgulloso como “Olor a tierra mojada”. Es curioso, no tenemos muchas palabras para hablar de olores, y las pocas que tenemos, no  las conocemos o simplemente no las usamos.

Desde hace mucho me preocupan los olores. Pase un tiempo dedicada a una mini investigación que fue mi ponencia en un congreso, en ella me pregunto entre otras cosas  por el léxico aromático empobrecido de nuestra lengua. A continuación... un resumen.

“Siento, luego existo” dice David Le Bretón (2007) parafraseando a Descartes (1637), para hablar de la importancia de los cinco sentidos en la configuración de la identidad del ser humano, vinculado a todo cuanto percibe.
Antes del pensamiento están las sensaciones, el sentir. No sabemos nombrar al nacer las sensaciones que nuestro cuerpo ya experimenta aún antes de salir al mundo. Los sentidos se desarrollan y se afinan con el tiempo, pero son cualidades innatas que nos ayudan a conectarnos con el mundo, aún prescindiendo de la educación que como sociedad elegimos transmitir a las nuevas generaciones. Es mas humano, entonces, el sentir que el pensar, y sin embargo, la cultura en la que nacemos se toma el trabajo de hacer un cambio en este paradigma logrando seres que racionalizan el entorno relegando los sentidos.
La condición humana es ante todo corporal, aunque como seres sociales configuremos desde la cultura las percepciones empíricas; somos seres encarnados y de esto parte la antropología de los sentidos como apoyo para la idea de que las percepciones sensoriales no surgen solo de una fisiología, sino ante todo de una orientación cultural que deja un margen a la sensibilidad individual; de esto queremos hablar.

Dijo Le Breton: “en la jerarquía de los sentidos, el olfato no tiene ningún peso”. Este autor, explica que en occidente el olor es mal visto y eliminarlo es el objetivo de estas sociedades. Esta ligado en la mayoría de los casos a displaceres y por eso, se busca neutralizar los olores y uniformarlos. Una forma simple de comprobarlo; si le pedimos a alguien que dibuje una cara lo mas rápido que le sea posible, lo mas probable es que obtengamos un resultado similar a este : ) , dos puntitos y un línea curva, la representación simplificada de un rostro, evade la existencia de la nariz.

Dice Bourdieu (1996)  que nominar implica hacer que algo exista: el lenguaje tiene carácter preformativo, ya que el valor social de los usos de la lengua surge a partir de su tendencia a organizarse como sistema de diferencias. Estos sistemas, reproducen el orden simbólico de aquello socialmente establecido, a saber, el sistema de diferencias sociales. Con el aroma pasa exactamente igual.
Cuando configuramos la experiencia, lo hacemos con auxilio del lenguaje. Sin embargo, en la generación de términos para nombrar las cosas que configuramos, para darle identidad, y entidad a los olores, es muy escueta. No hemos generado palabras que sean propias al orden de asuntos que hacen al olfato y sus derivados.
Hablamos de que poner en palabras un olor es pedir léxico prestado a otros sentidos (dulce: gusto, suave: tacto, floral: vista, estridente: oído). Cuando queremos describir un aroma nos encontramos con que el rechazo por este proceso físico es tal, que no tenemos vocabulario para hacerlo. Necesitamos tomar términos de otros sentidos o usar comparaciones con olores o experiencias compartidas. Esto, hace que nos sea imposible relatar una descripción acertada de un aroma.

Una de las slides del pps del Congreso en el que expuse este delirio

Dijo Italo Calvino; “Olvidado el alfabeto del olfato que elaboraba otros tantos vocablos de un léxico precioso, los perfumes permanecerán sin palabra, inarticulados, ilegibles.”
Acaso sabemos siquiera ¿Que nos movilizan? Cuando Rousseau (1979) llama a la olfacción el sentido de la imaginación, esta hablando de esto. “Cada sociedad dibuja una organización sensorial que le es propia” (Le Breton 2007) . El mundo está hecho con la tela de nuestros sentidos, pero se entrega a través de los significados que las percepciones modulan. 

Hoy llueve y todo en la ciudad huele a petricor, muy poca gente lo nombra así, muy poca gente quiere llenarse de él. Muy poca gente presta atención al olfato, a los aromas, a los olores. Pero hoy llueve y eso se respira hondo.

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Día 27: salí a dar una vuelta por el barrio y hacé un mapa de sonidos y olores

No entiendo el vínculo con la ropa



Son muchas las cosas que me cuesta entender de la ropa.
Cuándo dejar de usarla es una de ellas. Por lo general, la ropa que yo uso no padece grandes flagelos, llevo una vida tranquila. Entonces, solo se adhiere a ella un halo de sacralidad, se le estampan los momentos, se le contornean las palabras, se llenan de vida, de mí, de lo que me rodea, de lo que me acompaña.

Es por eso que me cuesta tanto dejarla.
Pero no sería lo más grave del caso…
Lo terrible es que a muchos miembros de mi entorno, les resulta muy fácil dar de baja sus aliadas textiles y proceden a cederme sus ropas amparados en el cambio de temporada, los colores de este verano o la llegada un nuevo estilo para sus vidas. 

Esto, sumado a mi falta de descarte hace que tenga muchas, pero muchas prendas.

Parte de mi antiguo guardarropas, hoy llegaron los dos nuevos... se puede acumular más.

Todo esto derivo en la idea de que la ropa tenia que se puesta en donación. Entonces, decidí que cada tres prendas donadas, recién podría comprar una nueva. Lo puse en práctica. Podríamos pensar que fue un éxito, porque llevo aproximadamente seis años sin comprar ropa de verano (navidad y mi cumpleaños hacen que no precise nada mas). 
Fue así que esta abundancia de prendas de las que no me quería deshacer, pero colapsaban mi hábitat, me llevo a otra práctica (que ciertamente me resulta mágica); cada vez que tomo vacaciones, lo hago con prendas que no vuelven. Liberador y funcional. Durante el año, la ropa interior feita, las mallas que han cumplido su ciclo, las prendas que ya me han acompañado lo suficiente, se suben a la mochila y se disponen a vivir su última aventura, a sonreír para sus últimas fotos (es una linda despedida).
Como ventaja complementaria, no hay más problemas con pagar exceso de equipage y está buena la cosa de dejar donaciones en los lugares que visitamos, aunque solo sean las prendas de los veinte días de vacaciones anuales. Otro “bonus” es obviar la ceremonia de lavarropas post viaje.

Alguna vez mis amigos se sorprendieron de esta práctica, muchos creen más acertado comprar ropa pre viaje para estrenar en destino. Es por eso que no entiendo la ropa, porque es algo que cada uno de nosotros entiende a su manera. Paletas cromáticas, largos de faldas, marcas, escotes, es un mundo interior lo que llevamos puesto.

Si tuviera que hablar de cómo llegó a mi cada una de las prendas que visto cuando escribo, en casi todos los casos, es ropa de mi hermana, o de mi mamá, que está en mi sección “entre casa”. Es muy habitual que a excepción del calzado y algunos accesorios, todo tenga este origen. En otras oportunidades son regalos, en muchos casos legados de amigas, y hasta indumentaria institucional de voluntariados y trabajos temporales. Lo cierto es que también elijo algunas prenditas en viaje, a las que quiero mostrarles mi ciudad, y con el tiempo, son las más difíciles de liberar.

Una linda reflexión sobre la vida, que toma como eje la ropa es "Zapatos Nuevos", se las dejo, porque es bueno escucharla más o menos, una vez por semana:

Otra reflexión mucho menos profunda, pero mía, es la que alguna vez publiqué acá: link

Ecología-economía-sentido común... la vida y la ropa (ponele)


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Día 26: escribí acerca de la ropa que estás usando ahora mismo. Cómo cada prenda llegó a tu vida



No entiendo el calentamiento global.




Resulta que hace unos cuantos años, en alguna tarde de delirio (perfectamente tengo ubicado que era de tarde, porque no es de mis ideas trasnochadas, ni de las mañaneras), se me dio por pensar en el calentamiento global, pensé en la contaminación y el rastreo genealógico de las causas, y llegué al título "M`ijo el dotor. Historia del calentamiento global"
Y si, aunque no suene coherente, creo que en los años más agrarios de nuestra historia, la benevolente mirada cargada de orgullo a los profesionales otrora escasos es la raíz de que cada vez sean necesarios más aires acondicionados.

Ante todo, una declaración de principios; no tengo, no pretendo tener, no uso y no hago prender aires acondicionados. Sospecho que aumentar el uso de energía potencia el calentamiento global y sospecho también que mi cuerpo no tiene que acostumbrarse a las bajas temperaturas artificiales, sino adaptarse a las temperaturas de su nuevo medio. ¿La conclusión? No la paso excesivamente mal, tomo agua más fría y refrigero de adentro hacia afuera, uso ropas más holgadas en verano y resisto, porque mis convicciones me lo piden (no, no tienen que abrir su propio blog para contar que lo que no entienden es a la autora de este).


Las generaciones de campesinos que se esforzaron por garantizar a sus hijos una educación de nivel superior usaron su libertad para asignar a las profesiones un valor superior al de los oficios. Sus hijos se volvieron profesionales. Con muchos profesionales provenientes de clases postergadas en los lugares de toma de decisión, se democratizó el acceso a las universidades. Los oficios caen en desprestigio, muchos más padres fomentan en sus hijos el deber de acceder a la educación superior. Quedan pocos seres humanos con intenciones de aprender a reparar cosas que se rompen y esos pocos aumentan sus tarifas. Las cosas se rompen y los precios de las cosas nuevas hacen que no sea rentable pagar a esos pocos reparadores. Los profesionales prefieren comprar otra vez las cosas que ya tenían y se han roto, en lugar de pagar por su reparación. Se produce el descarte de las cosas rotas que han sido reemplazadas por nuevas porque los pocos que las podían arreglar aumentaron sus tarifas y la industria con sus máquinas bajó los costos de reponer ese objeto. Aumenta el descarte de objetos que no se intenta arreglar. Crecen los factores que tienden al calentamiento global.

La libertad bienintencionada de aquellos padres que prefirieron la educación de nivel superior a los oficios pone en riesgo la sustentabilidad de nuestro planeta

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Día 25: escribí acerca de un tema del que no tenés ni idea. Inventá todo.

Esta consigna me resultó particularmente irónica, porque siempre escribo de cosas que no sé, como si supiera!


No entiendo los duelos



No entiendo los duelos, no entiendo cuando terminan, no entiendo como transitarlos, no entiendo por qué no me salen.
Ya estamos sobre el final de la serie de disparadores de escritura #30díasdeescribirme y si bien en muchas ocasiones me desvié bastante del eje la consigna, hoy no puedo… así que… es justo eso lo que no entiendo, como el paso del tiempo no termina de cicatrizar ciertas cosas.

Día 24: escribile una carta a alguien que ya no está
En el último tiempo tuve dos perdidas grandes, en el caso de la última, pude escribir estos articulitos
En el caso de la anterior… quise escribir algo hoy, pero me resulta posible…

Esta es la esculturita homenaje que le hice en mi adolescencia y hoy está en mi escritorio
¿Que si pasamos cosas juntas? ¡Si, todas!
¿Qué cosas? Hemos jugado durante horas, hemos comido juntas en la cama, hemos compartido cantidad de cumpleaños, navidades y fundamentalmente el dia de mi santo. Hemos estudiado juntas parte de la primaria, toda la secundaria y toda la universidad. Compartimos cientos de películas y libros en los distintos sillones de casa. Bailamos, nos disfrazamos y nos sacamos infinidad de fotos durante diecinueve años.
¿Que si lloramos juntas? ¡Cuántas veces! Tantas que creo que lo más difícil fue que me hayas dejado llorándote sola.



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Día 24: escribile una carta a alguien que ya no está


No entiendo a los hiperconectados



Mis papas me enseñaron a no mentir, pero a la hora de la cena o durante el almuerzo, papá nos pedía que cuando sonaba el teléfono digamos que él no estaba. Eran momentos en los que no quería estar disponible para quien sea que lo buscara, porque era la hora de la comida, y eso era motivo suficiente para que en la casa en la que no se mentía, se diga que papá no estaba.

Años más tarde papa se compró un teléfono celular, era enorme, carísimo y súper novedoso. Muy pocos había en la ciudad cuando el de papá llegó a casa y si había algo que teníamos en claro desde el momento inicial, era que el número del celular de papa no había que dárselo a nadie, pero a nadie. Si lo buscaban en casa, a lo sumo le podíamos dar el teléfono de la fábrica para que intentaran  ubicarlo ahí, o quizás ofrecer un horario tentativo en que podían encontrarlo en casa, pero el  celular de papá era para emergencias, y solo unos pocos representábamos algo importante como para usar esa información.

Un día, mi hermana y yo habíamos sacado en la mesa de un restaurante nuestros videojuegos de mano, los teníamos pausados en el nivel en el que habíamos quedado y cada segundo estábamos mas cerca de batir una marca, era la tecnología del momento, y nos tenía enloquecidas. Mi hermanito aún era un bebe y estaba sentado en una sillita alta. Nuestros videojuegos, por pedido paterno siempre estaban en modo “mute”, a papá no le gustaba el ruido y quizás sea por eso que aun hoy se me hace insoportable. Fueron algunos segundos de Tetris, yo tendría once años, el enojo de papa fue breve pero entendible, en la mesa se comparte. Volvimos a poner en pausa nuestros juegos y nos dispusimos a cenar.

Ya pasaron muchos años de aquellos fragmentos de vida, pero dicen que la infancia es el momento de aprender lo importante, y al menos, a mí me sigue pareciendo importante respetar esas cosas. Me molesta, y me pasa muy seguido que estén dando prioridad a lo que pasa en la pantalla postergando al que está presente. Y no hablo de atender llamadas urgentes (de esas que para mi papá estaban tomadas con pinzas y contadas con los dedos de una mano)
Y no, no tengo mil años, ni soy anticuada, ni quiero que vuelvan los teléfonos a disco, ni vivo sin electricidad. Solo quiero que la gente que con la que hablo me mire a los ojos y no interrumpa la charla por un ruidito o porque alguien en otro lugar quiere hablar cuando la palabra la estoy ejerciendo yo. No quiero que estén escribiéndole a otro mientras trato de hilar una conversación, ni quiero que lleguen a mi casa y me pidan la clave de wi fi como si fueran a permanecer tantas horas allí.
No quiero que las charlas giren en torno a lo que pasa en la pantalla, a un like de Facebook o una noticia de twitter, no quiero que nos encontremos para que se entere instagram ni que los grupos de WhatsApp sean interlocutores válidos durante el encuentro. No quiero que haya chicos buscando atención de los padres mientras ellos están inmersos en sus dispositivos táctiles, no quiero que los perros solo jueguen para ser filmados. No quiero que comer sea solo para compartir la foto del menú en redes, no quiero deshumanizar los vínculos en el intento de hipervincular.
No quiero, pero nadie me pidió mi opinión.

Mientras los padres hacen compras, los sientan, en otra dimensión
Por un momento pensé que algo raro estaba operando en el mundo, porque antes los papás pedían que estemos en momentos compartidos y ahora son los padres los que evitan conectar y no los hijos. Me siento como se sentirían mis padres cada vez que tengo que pedir o resignar la atención de un amigo, porque le están escribiendo, porque le llegó una foto, porque le mandaron un chiste, que no puede esperar para ser atendido (y la persona que está presente, si puede)
Pero pensándolo con mayor claridad, en verdad son padres los que en ese momento de mi infancia eran hijos. Y quizás no le dieron el mismo valor que yo a esos intentos por respetar los espacios y momentos presenciales.


No entiendo cómo se desconectan los hiperconectados. Yo trato de estar acá. No me dejen sola.

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Día 23: cómo te parecés a tu mamá

Gracias papá y mamá por enseñarme cosas importantes.

No entiendo la inspiración



En uno de los primeros apuntes de mi carrera universitaria, estaba el texto de Roberto Fontanarrosa “La inspiración”. Estaba en la materia Redacción 1, entre las primeras lecturas, y el trabajo que se nos pedía era trabajar con esa noción. Desde entonces, fue más que claro que el término “inspiración” no tendría cabida en el hacer profesional que se proponía para nosotros. 
Desde entonces, me quedó grabado y no por eso dejo de esperar que de algún universo paralelo, envuelta en trapos y luces, llegue una musa con aquella frase que estoy necesitando para terminar un texto, una planificación, una propuesta.


Y es que desde pequeños la magia nos da ese lugar cómodo en el que esperar que las cosas sucedan. Entonces, esperar, y en algún momento, llega el vencimiento del plazo, entonces, empezar... que es algo se produce medio así:

Bueno, ahora, prender la computadora porque hay mucho que escribir. Si, ahora. Bueno, pero para poder enfocarnos en esa escritura, vamos a terminar los pequeños pendientes que reclaman atención en las pestañas del navegador. Oh y dado el horario, habría que hacer un par de llamados, porque se puede escribir de madrugada, pero hablar con recepcionistas de reparticiones públicas, definitivamente no.
Ahora sí, empecemos, pero primero, la chocolatada y algunas galletitas, porque con la panza vacía no se puede escribir nada con sentido. ¿Y esa notificación? Seguro es algo importante, y quizás esté pasando algo importante en alguna de esas redes sociales donde tengo cuenta, pero no entro seguido. No debería dejar de fijarme, así ya me pongo de lleno con la tarea de escribir. Uy, la taza de la chocolatada, mínimo la pondré en remojo, bueno, mejor la lavo, y ya que vine hasta la cocina, puedo lavar le resto de las cosas que hay dando vueltas por ahí. ¿Y si para optimizar el tiempo voy poniendo el lavarropas? Son dos segundos, ¿claro u oscuro? ¿Habrá algo más para lavar en otra parte? Mejor lo busco.

Capaz sea mejor hacer antes la foto para ilustrar el texto, ¿o ya tengo una buena foto para eso? Me parece que si, la busco y mientras, voy escribiendo algo para perfeccionar más adelante.
No se puede escribir algo lindo en medio de este desorden, vamos a apilar papeles, pero mientras lo hago, voy redactando en mi cabeza lo que después voy a tipear.
Ahora tengo una idea, pero se parece a algo que ya escribí, o eso creo. ¿Lo tendré archivado? mejor lo busco. ¿En que carpeta?. Uy! Encontré mi tesis de licenciatura.... hace mucho que no la releo. Que nostalgia... cuantos borradores sin terminar en esta carpetita!
Uy, el plazo. Si ahora a escribir. Pero antes...

Y así sigue la charla por horas, hasta que en plena madrugada, en medio del sueño, algo te abre los ojos y en el papelito arrugado de la mesita de luz se plasman las ideas que todo el día no dejamos emerger.

No entiendo la inspiración, pero no descarto su existencia.

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Día 22: escribí el monólogo interno que experimentás cada vez que te sentás a escribir






No entiendo las raíces



No soy exactamente una persona estándar… que se yo… Soy producto de mis vínculos, como todos, pero me ocupe de que mis vínculos sean bien variaditos. Me gusta pensar que mis raíces se nutren de muchas cosas.
Cuando ni una jaula puede limitar a tus raíces

Alguna vez leí esa frase que dice:

... y algo de eso hay, ninguno de ambos es verdaderamente bueno sin el otro. 
De eso se trata la vida.

Quizás sea necesario pensar en cablear una raíz lo suficiente como para permitir que el despliegue de alas esté cargado de elecciones basadas en conocimientos adquiridos y experiencias ajenas. Quizás sea fundamental conocer la multiplicidad de tipos de raíces para saber cual queremos desarrollar.
¿Como seria pensarnos como seres con raíces pivotantes? ¿O tuberosa? ¿O quizás como bulbo? Yo elijo las raíces rizomáticas, pero tal vez hay gente que necesita que sus raíces sean como las de un clavel del aire, o como las de un camalote.

En función de esas raíces que se construyan, devenirán las alas, algunas serán alas majestuosas como las de águilas, coloridas como las de pavo real, delicadas como las de las mariposas, resbalosas como las de los pingüinos. Lo importante es que en todos los casos, el tipo de anclaje y el tipo de vuelo, estén mediados por la libertad de poder elegirlos, y alejados de la sensación de que son caminos inevitables, dados o rígidos.

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Día 21: “Estas son mis raíces”